Soy creación de Dios y vivo cada día como criatura de Dios.
La Fe es nuestra dependencia del Padre, Nuestra esperanza es Jesús.
La Caridad es el Espíritu Santo amando en nosotros.
LA RUTA DEL ESPÍRITU.
La ruta del Espíritu es invariable e inmensa: la divina Paloma describe siempre con sus alas blanquísimas un círculo amoroso e infinito: viene del Padre y del Hijo, y hacia esas divinas Personas tiende su vuelo majestuoso, arrastrando en la dulce impetuosidad de su soplo, a la cruz y a la gloria, a las almas dóciles a sus inspiraciones.
Sólo Dios puede abarcarse a si mismo en su infinita unidad; pero en nosotros, sobretodo en el destierro, tienen que aparecer una a una las facetas de su única divina hermosura: Para El Temor de Dios es el soberano a quien hay que sujetarse con profunda reverencia porque tiene en sus manos las llaves de la vida y de la muerte. Para la Fortaleza, es la fuerza omnipotente que se entrega en manos de la debilidad. Para la Piedad es el Padre a quien debe adherirse con afecto filial, ensalzando su gloria. Para el Consejo es la regla eterna y suprema de las acciones humanas. Para la Ciencia, el ejemplar infinito de las criaturas. Para el Entendimiento, el fin sobrenatural que esparce luz en todo conocimiento de ese orden altísimo. Para la Sabiduría, el foco de luz que ilumina el alma con la claridad del amor, porque ella se ha reunido en abrazo dulcísimo y ha descubierto en la suavidad deliciosa del amor el secreto de toda verdad.
Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al Espíritu Santo VI
ILUMINACIÓN.
Nuestra vida espiritual, consiste en nuestra incorporación a Jesús, en nuestra unión con El, nosotros somos los sarmientos y El es la vid a la cual estamos íntimamente unidos y de donde tomamos la savia y la vida. Vivir vida cristiana es abrazarnos con Jesús, fundirnos, hacernos una sola cosa con El, y por El y en El, ser hijos adoptivos del Padre y estar bajo el régimen y el impulso amoroso del Espíritu Santo; es entrar en el seno de Dios, es comenzar a vivir en la tierra la vida que ha de ser nuestra felicidad en el cielo.
! Si pudiéramos contemplar la inmensidad, la belleza, la beatitud de esta vida! Nuestra vida no puede ser otra cosa sino luz y amor y fecundidad, porque es la vida de Dios, porque es la vida del Espíritu; pero llegaremos a la cumbre de esa luz cuando entremos en el seno de la Divinidad.
Si Dios habita en una luz inaccesible para nuestra pequeñez, el amor de Dios la ha hecho accesible por su misericordia. Jesús vino precisamente para hacernos accesible la luz de Dios. Esa luz de Dios que se nos comunica por la humanidad de Jesucristo.
El Espíritu Santo hace inteligible para nosotros la Persona de Cristo y todo su mensaje. Con la luz admirable del Espíritu Santo comprendemos la maravilla de nuestra filiación adoptiva. Nuestro parentesco con el Señor resucitado, la función de María nuestra madre, el misterio de la Iglesia. La riqueza de nuestro bautismo, el sentido de la vida, del trabajo, del dolor, la verdad en lo mas recóndito de nuestro ser.
AMAR CON EL ESPÍRITU SANTO
DEJARSE POSEER.
El amor, hemos dicho, es el fondo de
nuestra devoción al Espíritu Santo. Pero el amor como reflejo de Dios, como
imagen suya, es algo muy simple que encierra en su simplicidad múltiples
riquezas y variadísimas formas.
Todos los matices de los afectos
humanos se encuentran admirablemente armonizados en el amor filial, confiado
como el de la amistad, dulce y fecundo como el amor de los esposos, y libre y
puro, y desinteresado y tiernísimo como el amor maternal. Con todos estos
matices debemos amar a Dios.
Pero, puesto que Dios es uno en
esencia y trino en Personas, nuestro amor hacia El, que es único, toma su
especial matiz según se dirige a cada una de las Personas divinas. Nuestro amor
al Padre es tierno y confiado como de verdaderos hijos, ávidos de glorificarlo
como su Unigénito nos enseño con su palabra
con su ejemplo. Nuestro amor al Hijo, que quiso encarnarse por nosotros,
se caracteriza por una tendencia a una unión con El, a una transformación en
EL, realizada por la imitación de sus
ejemplos, por la participación de su vida, por la comunicación de sus
sufrimientos y de su cruz. El ideal de
nuestro amor al Espíritu Santo es dejarse poseer y mover por El ; escucharle, comprender su mensaje,
descubrirlo, no poner resistencia a su soplo divino. Uno de los gozos más grandes del amor es este
abandono a las disposiciones y a la acción del amado hasta desaparecer, borrarse,
anonadarse para que se realice nuestra transformación en el Amado.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo XII.
POSEERLO.
Amar al Espíritu Santo es, pues,
dejarse poseer por El; pero también poseerlo, porque El es nos solamente el Director de nuestra vida,
sino también el Don de Dios, nuestro
Don. Poseer al Amor es amarlo, es dejarse penetrar por su fuego y arder en
el, es recibir las ardientes efusiones del amor y en ellas al Amor mismo.
Esta posesión tiene sus grados: basta el menor grado de caridad para poseer al
Espíritu Santo. Cuanto más crece en el alma la caridad, más crece también esta
dichosa posesión del Don de Dios. El Espíritu Santo es más nuestro cuanto más
lo amamos, y más lo amamos cuanto somos más suyos; en otras palabras: cuanto
más perfectamente es el Espíritu Santo principio de nuestro amor, más
perfectamente es el término de ese mismo amor, más perfectamente es nuestro
DON.
Cuando amamos bajo la especial moción
del Espíritu Santo, puede decirse con rigor teológico que aquel acto es divino,
que es acto del Espíritu Santo, que amamos con el Espíritu Santo, porque, como
enseña Santo Tomás, la producción de algún efecto no se atribuye al móvil sino
al motor. En este amor realizado bajo la especial moción del Espíritu Santo,
sobre todo cuando este amor pasivo a llegado a su perfección, no es el alma
quien se mueve a si misma, sino que el Espíritu Santo la mueve y ella obra bajo
su impulso divino. El Espíritu de Dios ama en el alma; el alma
ama con el Espíritu Santo.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo XIII.
AMOR Y MISERIAS.
El amar a Dios no es solo un
felicísimo derecho que todos tenemos, sino un dichosísimo deber. ¿ No es el
primero y principal de los mandamientos : Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas ?. ¿Como puedo atreverme a
amar a Dios si estoy lleno de miserias y pecados? ¿ Como podrá Dios amarme así
para que haya la mutua correspondencia que exige el amor ?.
Precisamente lo que Dios nos pide, lo
que exige de nosotros, lo que vino a buscar a la tierra, en medio de los
dolores y las miserias de la vida mortal,
fue nuestro amor, el amor de las
pobres criaturas ; sabia muy bien que no encontraría sobre la tierra ni virtud,
ni generosidad, ni hermosura, ni necesitaba tales cosas, pues El precisamente traía las manos
henchidas de esos dones , mas sabía que sobre la tierra había corazones pobres,
miserables y manchados, pero capaces de amar,
y vino a pedirles que lo amaran, vino a obligarlos con el extremo de su
ternura, con las locuras de su amor a que lo amaran, y después de hablar de
amor y de empequeñecerse en la Santa Eucaristía por amor, se quedó en el
Sagrario para decir a cada alma que viene a este mundo lo que dijo a la
Samaritana : ! Tengo sed de amor! ! alma, dame de beber... !
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo XI.
UN CIELO ANTICIPADO.
Sin duda que el Espíritu Santo se
llama consolador, porque de cuando en cuando hace lucir un rayo de luz
celestial en nuestro espíritu, hace palpitar con violencia nuestro corazón con
santos afectos, nos levanta de la tierra y parece que nos hace tocar el cielo.
No obstante, mientras vivimos en la
tierra, nos tortura el deseo vivísimo, la ansiedad inmensa de poseer ya a
nuestro Dios. A las veces nos entretenemos, por decirlo así, con las criaturas,
para no sentir esta pena que llevamos en el alma ; pero cuando las criaturas desaparecen y nos
damos de nuestra verdadera situación, exclamamos con el salmista : ! Ay de mi,
cuanto se ha prolongado mi destierro !.
La pena por la que necesitamos
consuelo es porque no poseemos plenamente a Dios. El verdadero consuelo que nos
da el Espíritu Santo es éste: nos da, de la manera que podemos poseerlo en la
tierra, como dice San Pablo, " lo sustancial de las cosas que esperamos
", por decirlo así nos fabrica en el corazón un cielo anticipado y temporal,
mientras llega el definitivo y eterno.
Esto es, nos hace ver, en cuanto es posible a la pobre criatura, como
Dios ve; amar, con nuestra naturaleza
transformada por la gracia como Dios ama.
El Padre no tiene ojos sino para
mirar al Verbo, pues en El nos ve a todas las criaturas; no tiene corazón más
que para amar al Verbo, pues en El ama a
todos. Y ese amor incomprensible se refleja en la criatura transformada: No ver
en las criaturas sino al Verbo; no amarlas sino en el Verbo, o amar al Verbo en
ellas. He aquí la suprema perfección de
nuestra alma respecto a las criaturas y el preludio de aquella vida felicísima
en la que Dios será todo en todas las cosas.
Después de haber dado una mirada de
conjunto sobre todo el camino de la vida espiritual, conviene ir recorriendo
uno por una las etapas de ese camino.
EL DESPRENDIMIENTO.
La vida espiritual debe apoyarse
sobre la nada, sobre la nada humana. No
debemos tener apoyo humano, nuestro apoyo es Dios; nada de criaturas, nada de afectos, nada de nosotros mismos. Nuestro Señor nos quiere totalmente
desprendidos, no solamente de las cosas
exteriores, las riquezas, los bienes de este mundo, sino también de los afectos
del corazón y de nosotros mismos que es de lo que más nos cuesta desprendernos.
! Cuantas veces una cosa pequeñísima
viene a ser el obstáculo para nuestra perfección! ¿ Y que importa que sea
pequeña o que sea grande ?. Si nos impide ira Dios siempre es una cosa grande.
Por eso hay tantas parábolas en el
Santo Evangelio en donde se dice: " fue y vendió todo lo que tenia "
y la compró. De esta manera, es necesario que nos desprendamos de todo para
adquirir esa perla preciosa que es Jesús. El quiere ser nuestro único tesoro,
por eso quiere que nos desprendamos de todo lo que tenemos; quiere ser nuestro
único amor, por eso quiere que vayan desfilando de nuestro corazón todos
nuestros afectos. Y por eso es necesario que hasta nosotros nos borremos para
que El pueda vivir en nosotros.
EL ABANDONO.
Cada día me convenzo más de que el
abandono es la última palabra del amor, tanto por parte de Dios, como por parte
nuestra; y aun me parece que es la esencia del amor y de la unión. El amor es
entrega mutua; y el abandono es la
entrega completa, íntima e ilimitada.
Noto tres fases en el abandono: entregarnos para que Dios nos utilice -
entregarnos para que Dios nos inmole
- entregarnos para que Dios nos
ame. Claro está que esta última es la
más íntima y deliciosa y de la que digo que es como la esencia de la unión.
Por la primera, Dios nos hace instrumentos de su
acción. Por la segunda, participes de sus sufrimientos. Por la tercera nos
adherimos a El, nos hacemos en
cierto modo una sola cosa con El.
¿ Quien no ve que no puede haber
unión sin abandono y que el grado del abandono es la medida de la unión ?.
Dios encuentra encanto inefable en
que el alma sele abandone, sobretodo en la tercera fase. Y vislumbro que ese
divino encanto, es el encanto sustancial del amor.
Quizá el abandono es la forma suprema
para que se pueda realizar mi triple misión, escribe Mons. Luis María Martínez,
Arzobispo primado de México durante la persecución religiosa: Para ser el vivo
retrato de Cristo. La primera fase del abandono. Para ser víctima, la segunda.
Y para mostrar los encantos del amor, la tercera.
Luis M. Martínez Arzobispo Primado de
México. Divina Obsesión XIV
LA UNIÓN TRANSFORMANTE.
Como explica Santo Tomás, hay tres
uniones en el amor: una que es su causa,
otra que es el amor mismo, y la
tercera que es su efecto.
La primera es causa del amor: Cierta
unidad de naturaleza y de aspiraciones.
La segunda, es el amor mismo, una unión de afectos y de voluntades: el
querer del amado es nuestro querer; su bien,
nuestro bien, su dicha, nuestra
dicha. La tercera es efecto del amor: la tendencia a la unión real efectiva de
los que se aman. En
el amor de Dios hay estas tres uniones: La primera tiene como centro la
gracia, que es una participación de la naturaleza divina. La segunda
unión la realiza la caridad, que es amistad y amor, que es imagen de Dios
que es caridad, y especialmente del Espíritu Santo, el Amor personal. La
tercera unión realizada por los Dones del Espíritu Santo, especialmente por el
Don de Sabiduría, llegados a su perfecto desarrollo, y consiste en la total
completa y constante divinización del
alma : La Unión Transformante. La plena participación del Don de Sabiduría que
imprime en nosotros la imagen de Jesús, la imagen del Verbo realizada por el
Espíritu Santo, porque el Verbo de Dios es la Sabiduría Engendrada, y el Don de Sabiduría es la sabiduría
participada. En ella el Espíritu Santo posee perfectamente el alma y la mueve
en todos sus actos.
Luis M. Martínez Arzobispo Primado de
México. Divina Obsesión IX
EXPERIENCIA DE DIOS.
Esa dulce experiencia de lo divino,
propia de las almas transformadas, es efecto principalmente del Don de
Sabiduría. La presencia de Dios, como Don, no es otra cosa que la dulce
experiencia de la unión. El alma no se separa nunca del Verbo, mira
desvanecerse más a menos el velo que cubre su Tesoro, goza de la unión, goza de
lo suyo.
Digámoslo entre paréntesis : hace muy
bien el Verbo en cubrirse ante las miradas del alma, pues es demasiado hermoso
para descubrirse : ! su hermosura la mataría !. Y El en la inmensidad de su
ternura, el Verbo lucha, por decirlo así, entre su ansia de comunicarse y su
anhelo de conservar aún en la tierra a su alma esposa.
! Oh! , si el alma lo soportara, si no tuviera aun que sufrir y
cumplir su misión, la vida del alma transformada sería un ósculo
interminable. Pero, ¿cómo sufriría viviendo así? ¿Cómo podría cumplir sus deberes
exteriores? ¿ Cómo podría conservar su
vida ?.
Por eso el Amado va variando, con
infinita sabiduría y con inefable delicadeza, la intensidad de está dulce
experiencia. Y varían también los aspectos de su hermosura que descubre al
alma: ahora su majestad ; ahora su ternura ; cuándo su santidad ; cuándo su
belleza ; cuándo su misericordia,
etc. El sabe cómo y por qué va
descubriendo al alma sus divinos encantos, mientras llega la unión eterna,
mientras llega el momento feliz, de entregarse sin velos al alma en el éxtasis
inefable del cielo.
Luis M. Martínez Arzobispo Primado de
México. Divina Obsesión IX
DESPRENDIMIENTO Y ATENCIÓN AMOROSA
Si la vida cristiana es en su fondo
la mutua posesión de Dios y del alma, si la verdadera devoción al Espíritu
Santo no es otra cosa que la amorosa aceptación y plena realización de esa
vida, desprenderse que para ser en verdad devotos del Espíritu Santo debemos ir
perfeccionando esa mutua posesión, adaptando nuestro ser a sus divinas
exigencias; nuestro amor a su amor,
nuestra actividad a sus dones, nuestro esfuerzo a su acción.
El Espíritu Santo habita en nosotros
por la Caridad. De la misma manera, vivimos con el Espíritu Santo si lo amamos,
y la perfección de esa será proporcionada a la perfección de nuestro amor.
" El Amor no es amado ",
grita por las calles el B. Jacoponi de Todi, en los excesos de su amor. Nada
más justo que amar al Espíritu Santo porque es Amor infinito. Amar al Amor es vivir con El, es dejarse poseer por El y
poseerlo, es impregnarnos de su
divino fuego y dejarnos consumir en El.
Para obtener la vida íntima con El
Espíritu Santo, la presencia dulcísima del Huésped divino, no hay más que un
medio definitivo y eficaz, el amor: Inmolarle todo el ganado de nuestros
afectos, arrojando del alma todo lo que no es El, consumirlos todos en el fuego del
holocausto, para que pueda convertirse
en el dueño único de nuestros pensamientos, en el fuego único de nuestro
corazón. Para que pueda el Amor sentarse a nuestra mesa y embriagarnos con el
vino generoso de su amor.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo VI
LAS VIRTUDES TEOLOGALES.
Para ponernos en contacto íntimo con
Jesús no bastan las luces de nuestra inteligencia ni el amor natural de nuestro
corazón. Necesitamos nuevos ojos y nuevo corazón para podernos comunicar con Dios, para
poder comunicarnos con Jesús. Y en su
misericordia Dios nos ha dado estos ojos iluminados de que habla San Pablo y
ese corazón nuevo de que hablan las Escrituras. Los ojos nuevos son la fe, el corazón nuevo es la caridad.
Se puede decir, que por la fe
y por la caridad es por lo que
penetramos en el Corazón divino de Jesús. Pudiéramos decir que por las Virtudes
Teologales, porque estas tres virtudes, la fe, la esperanza, la caridad, son
las únicas que nos pone en contacto inmediato con Dios.
Creo que se deben reivindicar los
derechos de las virtudes teologales, porque me parece que aun las personas
piadosas les hacen poco caso, sobretodo a la fe y todavía más especialmente a
la esperanza. Por el afán de ser prácticos, muchas veces los hombres se
preocupan más de esas virtudes que parecen más prácticas: la mortificación, la
pobreza, la humildad, virtudes importantísimas indispensables, pero que tienen
su lugar.
Cómo no ha de ser práctica la
fe, y la esperanza y la caridad, sin son las virtudes
superiores, son las que tienen por objeto a Dios, por eso se les llama Teologales, por eso se
les llama divinas, porque con ellas nos ponemos en contacto con Dios.
EJERCICIO DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES.
La Fe es nuestra dependencia del Padre. Soy crecieron de Dios y vivo cada día como criatura de Dios. Nuestra esperanza es Jesús.
La Caridad es el Espíritu Santo amando en nosotros.
La Fe es nuestra dependencia del Padre. Soy crecieron de Dios y vivo cada día como criatura de Dios. Nuestra esperanza es Jesús.
La Caridad es el Espíritu Santo amando en nosotros.
Como enseña San Pablo a Timoteo y Dios por su medio a todos nosotros: Lo que voy a decirte es digno de confianza y puedes creerlo con toda seguridad: Cristo vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales Yo soy el primero, por eso he alcanzado misericordia para ser el primero que muestre la paciencia de Jesús, para ejemplo y confianza de aquellos que han de creer en El para alcanzar la Vida Eterna. (1a. Timoteo 1, 15.. 16).
Sin duda que las virtudes teologales para realizar las operaciones más altas y admirables de la vida espiritual necesitan el precioso concurso de lo Dones ; pero la esencia de la intimidad del alma con Dios está en el ejercicio de las virtudes teologales y especialmente en el ejercicio de la caridad, reina de las virtudes que enlaza y armoniza los Dones en la divina unidad del amor y sirve de fundamento a la mutua posesión del Espíritu Santo y del alma. A esa comunión íntima de amor aspira el Huésped dulcísimo de nuestras almas, por esta hermosa intimidad suspira el alma y el misterio de esta comunión se realiza por las virtudes Teologales.
Las demás virtudes purifican el alma,
quitan de ella los obstáculos para la unión, la aproximan a Dios, la hermosean;
pero ninguna de ellas, ni todas juntas pueden hacer que el alma toque a Dios,
porque de ninguna de ellas es Dios el objeto propio. Aun los mismos Dones del
Espíritu Santo, superiores a las virtudes morales infusas, no pueden por sí
mismos tocar a Dios, sino que están al servicio de las virtudes teologales
porque ellas tienen por objeto propio a Dios y tienen por consiguiente el
privilegio inefable de tocarlo. La fe son los ojos que lo contemplan entre
sombras; la esperanza, son los brazos que lo tocan, triunfando del tiempo y
hundiéndose en la eternidad; y la caridad, el corazón que lo ama, que se funde
en inefable caricia con el corazón del amado.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo IX.
FE
La presencia del Espíritu Santo en
nuestras almas exige de nosotros que nos demos cuenta de ella, que tengamos la
dulcísima convicción de que El habita en nuestros corazones, que vivamos bajo
su mirada y lo busque la nuestra. ! Que dulce es vivir a la luz de esa mutua
mirada !. A las veces esa mirada se hace tan profunda que parece hundirse en el
seno de Dios, tan clara que su luz semeja la aurora del día eterno. A las veces
empero, el cielo del alma se oscurece y en la inmensa soledad no queda ni un
rayo de luz. Pero en medio de esas necesarias vicisitudes de la vida espiritual
hay algo que no cambia, que no acaba, algo muy sólido que no deja
extraviar al alma, la fe que apoyada en la firmeza
inquebrantable de la palabra de Dios se
afina en la desolación y se perfecciona en el consuelo. Por eso dice la
Escritura que " el justo vive de la fe ", y por eso San Juan de la
Cruz recomienda tanto a las almas que aspiran a la perfección esta vida de fe
como el camino recto y seguro para alcanzar la cumbre. Sin duda que la fe es
por naturaleza imperfecta, pero para corregir sus imperfecciones, en cuanto es
posible, sirven los dones intelectuales del Espíritu Santo, con los cuales la
mirada de fe se va haciendo más penetrante, más comprensiva, más divina y hasta
más deliciosa.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo IX.
ESPERANZA
Pero la fe no basta para la intimidad
con Dios, aunque sea la primera y fundamental comunicación con El. Más que por
la inteligencia, por el corazón se
alcanza esta perfecta intimidad, porque el Espíritu Santo es Amor, y porque,
como lo enseña Santo Tomás de Aquino, en esta vida es mejor amar a Dios que
conocerlo y es más unitivo el amor que el conocimiento. Para que la voluntad
del hombre se ponga en íntimo contacto con Dios, recibe las virtudes de la
esperanza y de la caridad.
Por la esperanza tendemos al fin
supremo de la vida, a la felicidad
sobrenatural del cielo, que es participación de la felicidad misma de Dios. Por
la esperanza tendemos a El no con la incertidumbre y vaivén de las esperanzas
humanas, sino con la seguridad
inquebrantable de quien se apoya en la fuerza amorosa de Dios.
La esperanza nos pone en comunión con
la fuerza del altísimo y abre nuestra alma a los auxilios sobrenaturales de los que el Espíritu Santo es fuente viva e
inagotable.
El termino de la esperanza es la
patria, porque es la eterna y plena posesión de Dios, porque tenemos la divina
promesa que no engaña, porque primero pasarán los cielos y la tierra que la
palabra de Dios. Y si con la esperanza llevamos en el alma la caridad, tenemos
más que la promesa, pues poseemos en sustancia el Bien que poseeremos
plenamente en el cielo porque en el fondo la vida de la gracia y la vida de la
gloria son la misma vida sobrenatural, en germen por la gracia, en plenitud por
la gloria. Y el Espíritu Santo, nuestro Huésped, nuestro Don, es la prenda de
nuestra herencia.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo X.
CARIDAD
El Espíritu Santo es el Amor infinito
y personal de Dios y su obra es de amor y lo que busca y anhela es establecer en las almas el
dichoso reinado del amor. Pero el amor más perfecto y excelente es el amor de
caridad. Es la caridad, la imagen más perfecta del Espíritu Santo y tiene con
El relaciones estrechísimas: cuando hay en un alma la caridad, en ella vive el
Espíritu Santo y en cuanto este divino Espíritu se da a un alma, derrama en
ella la caridad, amor creado hecho para imagen y semejanza del Amor Increado,
vínculo que une estrechamente el alma con el Espíritu Santo, esencia de la perfección
y forma de todas las virtudes.
El grado de caridad que posee un alma
es la medida de la posesión mutua del Espíritu y de ella, es la medida de todas
las virtudes infusas y de los dones del Espíritu Santo, es la medida de la
gracia y de la gloria. El amor toma todas las formas y realiza todas las
empresas: en los principio de la vida espiritual limpia el alma y arranca de
ella cuanto se opone a su reinado, mediante las virtudes morales ; después dirige a los Dones del Espíritu Santo
para que completen la purificación del alma y la iluminen y preparen a la unión
con Dios ; y al fin, une al alma con Dios y la enriquece de luz y la atavía con
virtudes y realiza en ella una obra divina de armonía y perfección.
Luis M. Martínez. La Verdadera
Devoción al Espíritu Santo XI.
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