lunes, 12 de mayo de 2014

LA MOCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO POR SUS DONES


La vida de fe de los cristianos, en el Espíritu, es una participación de la Vida de Cristo.


En el cielo cada alma es una alabanza de gloria al Padre, al Verbo, al Espíritu Santo, porque cada alma está permanentemente fija en el puro amor y ya no vive más de su propia vida, sino de la vida de Dios. Entonces conoce, dice san Pablo, “como es conocida por Él” (1C 13,12); en otras palabras, su entendimiento es el mismo entendimiento de Dios, su voluntad es la voluntad de Dios, su amor es el mismo amor de Dios. En realidad es el Espíritu de amor y de fuerza quien transforma al alma, porque habiéndosele dado a ésta para suplir lo que le falta, como también dice san Pablo, obra en ella esta gloriosa transformación (cf Rm 8,26)… 

Pero esta transformacion empieza en la tierra desde muy temprano, cuando el Espiritu Santo 
siembra la vida divina en el alma del recien bautizado e infunde en ella la Caridad, ¨imagen creada del Amor Increado¨, y luego la va llenado con su Dones a lo largo de toda nuestra existencia frotaleciendo nuestra vida cristiana  hasta hacerla apta para conocer y sentir de una manera  ¨como experimental¨ las realidades sobrenaturales conocidas  solamente de una forma velada por medio de la fe. En el cielo esta gloriosa transformación sera perfecta y para siempre.


Si, a semejanza de los mártires, reavivamos cotidianamente el don del Espíritu Santo que habita en nuestros corazones, entonces llegaremos a ser de verdad los discípulos misioneros que Cristo quiere que seamos.

Partiendo de vosotros , en efecto, ha resonado la palabra del Señor y vuestra fe en Dios  se ha difundido no solo en Macedonia y en Acaya, sino en todas partes , de manera que  nada nos queda por decir. -  1 Tesalonicenses 1, 8



LA MOCIÓN DEL ESPÍRITU SANTO POR LOS DONES.
Luis M. Martínez.  La Verdadera Devoción al El Espíritu Santo  VI

Dios nos mueve porque nos ama y es por nosotros amado.Para que el Espíritu Santo mueva un alma necesita estar íntimamente unido a ella por la caridad; se diría que su moción es una caricia del Amor Infinito. Sin esta moción del Espíritu Santo es imposible normalmente conseguir la salvación de nuestras almas y sobretodo conseguir la perfección cristiana, pues la razón del hombre, aunque enriquecida con la luz de Dios, aun contando con las virtudes sobrenaturales no logrará jamás su transformación, la reproducción de Jesús en nuestras almas, si no cuenta con la dirección e intervención inmediata del Espíritu Santo, único Maestro que posee el ideal en su magnífica plenitud, único que conoce el arte divino de la santificación de las almas donde hay algo incomunicable e infinito que para poseerlo es preciso ser Dios.



LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO.
El Espíritu Santo es como un artista maravilloso que tiene que realizar en cada una de nuestras almas una obra de arte, que no es otra cosa que modelar en ella la imagen de Jesús.  Esta obra del maestro, la que El hace con sus propias manos divinas sobre nuestras almas transformadas por la gracia, la realiza por medio de esos divinos y misteriosos instrumentos de los dones :  El don de Sabiduría, el don de Entendimiento, el don de Consejo, el don de Fortaleza, el don de Ciencia, el don de Piedad, el don de Temor de Dios.
Por el don de Temor de Dios inicia nuestro camino hacia Dios. Con los dones de Ciencia y de Piedad  nos relacionan admirablemente con Dios. Por los dones de Consejo y de Fortaleza nos prepara adecuadamente para alcanzarlo. Con los dones de Entendimiento y Sabiduría nos une más perfectamente a Dios por el conocimiento y el amor.


EL DON DE TEMOR DE DIOS.
El don de Temor de Dios es el primer paso en el camino hacia Dios. Es la disposición común que el Espíritu Santo pone en alma paraque se porte con respeto delante de la majestad de Dios y para que sometiéndose a su voluntad, se aleje de todo lo que pueda desagradarle, es la huida del mal, lo que nos alcanza este don y lo que lo hace ser la base y el fundamento de todos los demás. Por el temor se llega al sublime don de Sabiduría y la  sabiduría perfecciona recíprocamente este temor. El gusto de Dios hace que nuestro temor sea amoroso, puro y libre de todo interés personal.

Papa Francisco:
"El temor de Dios, don del Espíritu Santo no quiere decir tener miedo a Dios, pues sabemos que Dios es nuestro Padre, que nos ama y quiere nuestra salvación. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón, nos infunde consuelo y paz, aquella actitud de quien deposita toda su confianza en Dios y se siente protegido, como un niño con su papá. 
Este don del Espíritu Santo nos permite imitar al Señor en humildad y obediencia, no con una actitud resignada y pasiva, sino con valentía y gozo. Nos hace cristianos convencidos de que no estamos sometidos al Señor por miedo, sino conquistados por el amor del Padre. 
Finalmente, el temor de Dios es una “alarma”. Cuando una persona se instala en el mal, cuando se aparta de Dios, cuando se aprovecha de los otros, cuando vive apegado al dinero, la vanidad, el poder o el orgullo, entonces el santo temor de Dios llama la atención: Así no serás feliz, así terminarás mal... 
Que el temor de Dios nos permita comprender que un día todo terminará y que debemos dar cuentas a Dios



EL DON DE CIENCIA.
En esta obra de la auténtica y completa conversión del hombre hacia Dios, el Espíritu Santo, a través de su acción transformante,derrama sobre el alma efluvios de ciencia divina, para que el alma contemple con la misma ciencia de Dios el Misterio Divino, sus excelencias y demás perfecciones y desde esa luminosa altura contemple las criaturas en su justo y real valor.



EL DON DE PIEDAD
Habiendo participado de un conocimiento gozoso del misterio de Dios, que se revela en forma personal, ya no puede el alma contentarse con un gozo humano, por más perfecto y limpio que este sea. Y así el alma "vivificada" por el Espíritu Santo, tiende con todas las potencias de su ser a la participación del gozo consumado de su Señor. Es en esta dinámica de conversión cuando el alma comprende, experimenta, que Dios es su Padre,  y que ella,  al igual que Cristo debe encauzar toda su existencia para hacer de ella una alabanza de adoración amorosa a ese Padre pleno de bondad. 


EL DON DE FORTALEZA.
En este encaminarse a Dios, en esta adquisición cabal de la plenitud divina, como tendencia normal de la verdadera conversión.El alma encuentra grandes pruebas que superar, acciones heroicas que realizar, un esfuerzo nada común para corresponder alas exigencias a las que la llama el Señor. Aquí también el Espíritu Santo auxilia al alma infundiendo en ella una fortaleza y un valor admirables.



EL DON DE CONSEJO.
El don de Consejo tiende a la dirección de las acciones particulares. Es una luz por la cual el Espíritu Santo muestra lo que se debe hacer en el lugar y en las circunstancias particulares presentes. Lo que la sabiduría, la fe y la  ciencia enseñan en general, el don de consejo la aplica  en particular. Por lo tanto es fácil comprender su necesidad, puesto que no basta saber si una cosa es buena por si misma, sino que es necesario juzgar si es buena en las circunstancias presentes, y si es mejor que otra y más propia para el fin que se pretende. Y todo esto se conoce por el don de Consejo.
El consejo es entonces el don con el cual el Espíritu Santo vuelve capaz a nuestra conciencia de tomar una decisión concreta en comunión con Dios, según la lógica de Jesús y de su evangelio. De este modo el Espíritu crece interiormente, positivamente, en la comunidad. Y nos ayuda a no caer en el yugo del egoísmo y en el modo de ver las cosas. 
Y como todos los otros dones del Espíritu, el consejo constituye también un tesoro para toda la comunidad cristiana. El Señor no nos habla solamente en la intimidad del corazón, nos habla sí, pero no solamente allí, pero nos habla también a través del consejo y testimonio de los hermanos.

EL DON DE ENTENDIMIENTO.
Pero para que sea eficaz y completa la conversión del hombre hacia Dios, el Espíritu Santo toca al alma en sus más intimas y delicadas fibras en aquello que la relaciona en forma directa con el misterio de Dios. Y así a través del don de entendimiento le revela en forma experimental lo que El  Es,  sus perfecciones y atributos, su entrega al alma en forma personal, íntima. Más conoce el alma a Dios,  más tiende hacia El.  Más disfruta de la divina experiencia, más anhela gozar de la plenitud de la riqueza de Dios.
Está claro que el don del intelecto está estrechamente conectado con la fe. Cuando el Espíritu Santo habita en nuestro corazón e ilumina nuestra mente, nos hace crecer día tras día en la comprensión de lo que el Señor nos ha dicho y ha realizado.
¡Es un hermoso regalo el que Dios nos ha hecho a todos nosotros! Es el don con el que el Espíritu Santo nos introduce en la intimidad con Dios y nos hace partícipes del diseño de amor que Él tiene para nosotros.



EL DON DE SABIDURÍA.
Finalmente, como esta conversión se ha originado por un motivo de amor : la misericordia de Dios derramándose sobre la criatura,  Dios continúa su obra de amor llevándola hasta su cabal cumplimiento. La hace penetrar en las alturas y profundidades de la divina Caridad.
El don de sabiduría es un conocimiento de Dios, de sus atributos y sus misterios, como infinitamente adorables y amables. De este conocimiento resulta un sabor delicioso, del que a veces participa aun el cuerpo, y que es más  o menos grande según el grado de perfección y de pureza en que se encuentra el alma.



EL ESPÍRITU SANTO Y SUS FRUTOS.

Cónfer : El Espíritu Santo y sus Frutos.  Luis M. Martínez Arzobispo Primado de México.
Las bienaventuranzas son el fruto más perfecto que pueden producir las virtudes y los dones. Las bienaventuranzas son los frutos de las alturas, algo que se asemeja ya a los goces celestiales. Pero no todo fruto es bienaventuranza.
Los Frutos del Espíritu Santo son operaciones espirituales ; son un acto de virtud, un acto de amor, una comunicación con Dios, pero que viene envuelto en dulzura, que deleita mucho, que embalsama nuestra alma ; ! y cuantas veces esos divinos consuelos, rápidos y fugaces como nuestras operaciones, dejan en nuestra alma una divina estela, un perfume exquisito que por mucho tiempo nos deleita !.
! Ah, en el principio de los tiempos existía un orden maravilloso !. Cuando nuestros primeros Padres estuvieron en el Paraíso, cuando la naturaleza humana integra, no manchada aún por el pecado, pareció bajo las frondas del Edén vigorosa, espléndida, bellísima, todo en el hombre era armonía. Entonces no existían en el corazón humano esas luchas tremendas que sentimos en nuestro corazón, esas luchas de las cuales decía el Apóstol San Pablo: " Yo siento en mis miembros la ley del pecado que se levanta contra la ley del espíritu que vive en mi ".


CARACTERES DE LOS CONSUELOS O FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO.
La obra de la gracia es restablecer en cuanto lo pide la economía de la redención,  algo de la armonía del paraíso, ordenar la parte inferior de nuestra alma sujetándola ala parte superior, ordenar nuestro corazón con todos sus afectos, sujetar toda nuestra alma a Dios nuestro Señor.
La obra de la gracia es una obra admirable de orden y armonía. Pero es obra es lenta. Poco a poco la gracia va obrando en las almas, poco a poco las almas van haciendo a un lado sus defectos y desarrollando las virtudes, poco a poco se van desprendiendo de las criaturas y se van uniendo a Dios ;  poco a poco Nuestro Señor las penetra como un perfume celestial hasta que se llega a esa unión estrechísima en la que el alma, como la esposa de los Cantares, pude decir la frase deliciosa : " Mi amado para mi y yo para mi amado " .
Con cada porción de nuestra alma que se ordena vienen los frutos de alegría y de consuelo que produce en ella el Espíritu Santo. Cuando se ha llegado a ordenar nuestra sensibilidad y a sujetar la parte inferior a la superior, vienen los frutos del Espíritu Santo como el esplendor de ese orden divino. Cuando nuestras relaciones con los demás se ajustan a la justicia,  a la caridad, al orden,  entonces como fruto de aquel orden aparecen los consuelos divinos. Cuando levantándonos todavía más hemos llegado a unificar nuestro afectos y a purificar nuestro corazón y a ordenar la parte superior de nuestra alma vienen los consuelos más fino y exquisitos a deleitar nuestro corazón.


LOS FRUTOS DEL ESPÍRITU SANTO.

Los frutos del Espíritu Santo, dice San Pablo, son: Caridad, Gozo, Paz, Paciencia, Benignidad, Bondad, Magnanimidad, Mansedumbre, Fe, Modestia, Continencia y Castidad.
En el pasaje del Apóstol San Pablo en la Epístola a los Gálatas hay una palabra que basta por si sola para revelarnos lo que son los consuelos  divinos del Paráclito: FRUTOS del Espíritu Santo.
La comparación que el Apóstol establece entre nuestra vida espiritual y lo que se produce en los campos es una comparación adecuadísima. El alma es un huerto donde el Espíritu Santo ha derramado preciosa, divina semilla.  La gracia tan excelente y tan bella que nos hace semejantes a Dios, porque como dice el Apóstol San Pedro,  es una participación de la naturaleza divina. Y esa semilla desarrollada bajo el influjo de Dios, llega a cierta madurez, entonces produce su fruto, fruto suave, fruto delicioso, es el consuelo del Espíritu Santo.
Los frutos del Espíritu Santo se clasifican por el diverso proceso que el Espíritu Santo realiza en las almas. Santo Tomas señala tres: el orden del alma en si misma, y el orden del alma respecto a las cosa exteriores, ya sea de los otros hombres, ya sea de las cosas inferiores al hombre.


CARIDAD, GOZO Y PAZ. Frutos de Amor.

El Apóstol San Juan nos hace esta revelación maravillosa, Dios es caridad. Pero si Dios es caridad, ese nombre se la aplica de una manera singular a la Tercera Persona de la Trinidad Augusta, al Espíritu Santo, porque es el amor infinito, el Amor Personal del Padre y del Hijo. El Espíritu Santo es caridad, y la caridad que El difunde en nuestros corazones es su imagen. Imaginémonos una persona muy bella que se acerca a un estanque de límpidas aguas. En  los cristales de aquel lago se retratara la imagen de aquella persona. Y así como no se puede separa la persona de la imagen que produce en los cristales tampoco puede separarse el Espíritu Santo de la caridad.
La ordenación misma del alma, tiene una raíz, el amor, del corazón proceden todas nuestras iniquidades y todas nuestras virtudes. De nuestro corazón brotan todas nuestras inquietudes y todos nuestros gozos: El deleite de amar,  el gozo de la unión,  la tranquilidad de la paz. El que tiene la caridad, tiene también a Jesús en su corazón, lo dice también el Apóstol San Juan:  " El que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en el ". Cuando tenemos conciencia de nuestra dicha, cuando experimentamos la divina presencia del Amado en nuestro corazón, cuando la unión ha llegado a cierta madurez, entonces se produce este fruto del Espíritu Santo el Gozo. El tercer fruto, la Paz,  está lógicamente enlazado con le Gozo, para que el Gozo sea pleno es necesario disfrutar de él en la paz.
              


PACIENCIA Y LONGANIMIDAD. Consuelos del dolor.

Pero en el mundo no solo hay bienes, también hay males. Si solamente hubiera bienes, bastaría el amor, con su cortejo de gozo y de paz para ordenar nuestra alma. Pero no es así, Dios ha sembrado en nuestra vida muchos bienes, así en orden natural como en el sobrenatural y divino; pero cerca de los bienes hay siempre males.
Dios no los ha querido eliminar de la tierra, Jesucristo no los quiso arrancar de nuestra vida. Dios prefirió sacar el bien del mal, que impedir que existiera el mal. Jesucristo no quiso suprimir el mal, pero nos dio el secreto divino para sacar el bien del malLa fortaleza para sufrir, la ciencia divina de esperar.
! Que bellos, qué grandes, qué fecundos son los designios de Dios respecto al dolor! Primero porque el dolor nos purifica, luego porque nos une con Dios: Porque Jesucristo con su contacto santificó el dolor, porque quiso servirse del dolor para redimir al género humano. El dolor nos hace que nos asemejemos a Jesús; nuestro Amado es un Dios clavado en la Cruz y es propio del amor hacer semejantes a los que se aman.
Aquí en la tierra hay una manera exquisita de hacer bien al amado, es hacerle bien, a costa nuestra, buscando por El ser despreciados, desapareciendo para que El aparezca, desgastándonos y perdiéndonos a nosotros mismos, muriendo para que El viva. Y ese es el secreto encanto del sufrimiento, hacerle el bien a quien amamos y hacérselo a costa nuestra. Por eso el dolor tiene algo de inmenso. En el cielo poseemos plenamente a Dios; en el sacrificio somos poseídos plenamente por El. El dolor significa una magnífica donación de nosotros mismos y en el seno de ese dolor santificado y amoroso el Espíritu Santo hace que encontremos sus consuelos celestiales.



LA ORDENACIÓN DE LA VIDA ACTIVA.

La vida humana no es una vida de aislamiento, es una vida de sociedadNuestras relaciones con los demás son importantísimas y son difíciles ; es preciso que el Espíritu Santo con su luz, con su fuego, con su acción, venga a ordenar nuestro corazón y nuestra alma y nuestra vida, para que nuestras relaciones con los demás sean armoniosas y santas. Y así lo hace el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo hace que nuestra voluntad sea benévola respecto de los demás, esto es, que tengamos en lo íntimo de nuestra alma el deseo de hacer el bien a todos. Pero no basta querer hacer el bien, es preciso hacerlo, porque no se ama simplemente con deseo, se ama con obras. Se pueden, por consiguiente,  reducir nuestras relaciones con el prójimo a estos dos puntos: tener la voluntad de hacer el bien a todos, y de hecho hacer el bien a todos los que podamos. 
Hay dos frutos que corresponden a estas dos ordenaciones que el Espíritu realiza en nuestra alma: La bondad y la Benignidad.


BONDAD,  BENIGNIDAD.

Para el cristiano el prójimo es Jesús y cuando a la luz de Dios se comprende esto, el corazón se amplia, se hace inmenso y quisiéramos hacer el bien a todos los hombres, porque todos los hombres son Jesús. ¿ Vislumbramos ese fruto del Espíritu Santo que es la bondad ?. Es el gozo de ese amor íntimo que se lleva en el alma para todos los hombres, un amor que no es de la tierra, que es del cielo, como un trasunto del amor inmenso que llevo Jesucristo en su corazón.
El primer fruto de la vida activa es la Bondad que es el gozo que se lleva en el corazón por quererles hacer el bien a todos. Y la Benignidad es el gozo sobreabundante que el Espíritu Santo derrama en nuestro corazón cuando hacemos el bien.
Cuando leemos las vidas de los grandes apóstoles, como San Pablo, como San Francisco Javier, a primera vista nos parecen extrañas. ¿ Qué gozo, qué felicidad podía encontrar San Pablo en aquellos viajes penosísimos, en los que  pasaba constantemente grandes peligros y males ?. Ah! es que no comprendemos que los apóstoles tienen un gozo exquisito. El mismo San Pablo lo dice: yo tengo gozo sobreabundante en medio de mis tribulaciones.


MANSEDUMBRE.

Por grande que sea la bondad que llevamos en el corazón, por generosa que sea nuestra munificencia, tenemos que encontrarnos con hombres que se oponen a nuestros propósitos, que nos acusan males, que nos hieren, que nos lastiman; y  mientras el mundo sea mundo habrá buenos y malos, seremos la una y la otra cosa, y en el trato con los hombres forzosamente ha de haber mucho que nos haga sufrir.
La ira es precisamente una pasión por la cual reaccionamos ante los males y ante las injusticias de los demás. Alguno quiere impedirme aquello a lo que tengo legítimo derecho, la ira acude en mi auxilio ; alguno quiere  oponerse a una empresa justa que he acometido, la ira me hará suficientemente fuerte para oponerme al que trate de impedir mis designios. Pero Jesucristo nos enseño la mansedumbre
En el mundo se tiene el pensamiento de que los hombres mansos y dulces son postergados por los demás; pero Jesucristo nos dijo otra cosa : " Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán la tierra ". ¿Sabemos que es poseer la tierra?  Es ganar los corazones y las almas. Esta virtud tan difícil como es la mansedumbre, porque tiene que controlar los movimientos de nuestra ira, tiene sus goces exquisitos: la satisfacción de ganar las almas con la dulzura que es un trasunto de la dulzura de Jesús.



Y  FE  (Fidelidad ).

Hay un último fruto de la vida activa, el que el Apóstol San Pablo llama "Fides". La palabra Fe tiene dos sentidos, creer una verdad por la autoridad de aquel que nos la enseña y significa también fidelidad, es decir, la sinceridad con que nosotros tratamos a los demás, la rectitud, la lealtad, ese conjunto de virtudes nobilísimas que hasta ante el criterio humano engrandecen al hombre.
La fidelidad, el ser lógicos con nosotros mismos, el cumplir nuestro deber y nuestra palabra, el no engañar a los demás, que el Apóstol expresa con la palabra Fides, significaría la fidelidad, la lealtad,  la rectitud, la sinceridad, la veracidad con que debemos tratarnos. Y esto viene a poner el último toque a nuestras relaciones con los demás. Desear hacerles el bien, derramar nuestros dones en sus manos y en sus corazones, ser con ellos dulces y por añadidura leales !ah !,  es el orden perfecto de las relaciones humanas.
Y a esa lealtad corresponde también un gozo del Espíritu Santo: El gozo de que la verdad sea la norma de nuestra conducta. Dolores y consuelos, pero en divina proporción; tales son los hilos de oro con los que se teje nuestra vida cristiana. “En proporción de los dolores de mi corazón han llenado de alegría mi alma tus consuelos ".


MODESTIA CONTINENCIA Y CASTIDAD. 
Orden con todo lo que nos rodea.

Después de ordenar el alma, después de ordenar nuestras relaciones con el prójimo, es preciso ordenar nuestras relaciones con las criaturas inferiores., estos es, las riquezas, los placeres, los honores, todo lo que nos rodea, todo aquello que entra en la trama complicada y maravillosa de nuestra vida.
Para el buen uso de las criaturas, para el uso ordenado de ellas,tenemos un grande obstáculo, un obstáculo terrible y lo tenemos dentro de nosotros mismos. Esas tres concupiscencias de que nos habla el Apóstol San Juan y que dice que son los caracteres esenciales del mundo : la concupiscencia de la carne, la concupiscencia de los ojos y la soberbia de la vida.
Esas inclinaciones desordenadas a los placeres, a los honores, a las riquezas, son las que hacen que no podamos usar modestamente de las criaturas y que estas ejerzan sobre nosotros su perniciosa fascinación.
Y si queremos vivir ordenadamente debemos hacer un uso moderado, ordenadísimo, de las riquezas, un uso moderado y ordenadísimo de los placeres, un uso moderado y ordenadísimo de los honores.
Y precisamente, porque el Espíritu Santo al ordenar nuestro ser con respecto a las cosas exteriores nos hace libres y nos hace reyes, sentimos gozos exquisitos, el gozo de la libertad, el gozo de una santa soberanía, y esos gozos son precisamente los que el Apóstol San Pablo llama Modestia, Continencia y Castidad, los tres últimos frutos, los que nos libertan, los frutos que rompen nuestras cadenas, los frutos que nos hacen otra vez reyes del universo.


CONSUELOS Y DESOLACIONES.

Es muy común en los principio de la vida espiritual, cuando un alma se ha dado especialmente a Dios y quiere emprender el tortuoso, pero santísimo sendero que lleva a la perfección, que Nuestro Señor la llene de consuelos para atraerla, para robarle el corazón. Y cuando aquella alma le ha dado el corazón por completo, entonces Dios, con maestría inimitable, va apartando de aquella alma los consuelos para que venga el dolor y la desolación a realizar su obra sólida y fecunda. Así el dolor como la alegría son mensajeros de su amor eterno, y vienen envueltos en su ternura y realizan en nuestra vida la obra divina.
Dios ha puesto en los alimentos sabor para que pudiéramos cumplir con el deber de alimentarnos; pero quien busca en los alimentos por encima de todo el sabor y se olvida del fin raciona que los alimentos tienen, cae en un desorden, que es la gula. Lo mismo acontece aunque de una manera más fina en el orden espiritual. Dios ha puesto sus consuelos en nuestras operaciones sobrenaturales para que podamos con mayor facilidad realizarlas y para que hagamos todos los esfuerzos que sean necesarios para nuestra santificación.
Y así como una prometida haría muy mal si se olvidara de su prometido para poner su corazón en las joyas y en los regalos que le hace, así  Nuestro Señor no quiere que, olvidándolo a El,  vayamos a poner nuestro corazón en sus dones. Por Nuestro Señor nos desprende muchas veces de los mismos consuelos espirituales por medio de esas terribles desolaciones que envía a las almas. 



EL ESPÍRITU SANTO Y LAS BIENAVENTURANZAS.
Cónfer: El Espíritu Santo y las Bienaventuranzas. Luis M. Martínez Arzobispo primado de México

I.-  BIENAVENTURADOS LOS POBRES DE ESPÍRITU PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS. 

Aunque son ocho los bienaventuranzas, realizan una sola perfección y brindan una sola felicidad. Cada una de ellas expresa la perfección, pero con su propio matiz, y forman todas ellas la maravillosa escala por donde el alma sube a Dios.
En la base de esta escala está el desprendimiento total de las cosas terrenas que tiene como principio el temor de Dios y como premio el reino de los cielos, esto es, la posesión de los bienes celestiales. La pobreza de espíritu según Santo Tomás de Aquino, es el desprendimiento total y voluntario de los bienes exteriores, honores y riquezas.
Nuestro Jesucristo enseño muchas veces la necesidad de este desprendimiento para alcanzar la perfección: " Si quieres ser perfecto, dijo a un joven, anda vende lo que tienes y dalo a los pobres; y ven sígueme”. La mayor parte de los hombres, como el joven del Evangelio, vuelven tristemente las espaldas al escuchar esta enseñanza de Jesús.
Para ser felices necesitamos ser libres y el santo desprendimientoes el primer grito de libertad de las almas. Debemos pasar por las criaturas y con la dirección y la guía de la divina voluntad, sin detenernos en ellas, porque si ponemos en ellas el corazón  nos quitan la libertad de hijos de Dios. Las virtudes nos enseñan a hacer buen uso de las criaturas, los Dones  nos arrancan del corazón las riquezas y los honores de manera tan perfecta y definitiva como si estuviéramos muertos. ! Como sentirán los bienes terrenos los que traspasaron las fronteras de la muerte !.


II.- BIENAVENTURADOS LOS MANSOS, PORQUE POSEERÁN LA TIERRA.
Cuando un leño se arroja al fuego se destruye o más bien se transforma. Esta transformación comienza por la corteza, después el fuego va penetrando por todas las capaz del leño hasta que llega a la médula y convierte al leño en fuego espléndido. La primera etapa de esta transformación íntima es la perfecta mansedumbre. Sosegada el ansia de poseer, el alma está dispuesta para la tranquilidad de la mansedumbre. La mansedumbre tiene dos aspectos: nos perfecciona a nosotros mismos y ordena en la paz nuestras relaciones con el prójimo. No se trata simplemente de la dulzura que proviene de la virtud que se acomoda a la razón. Bajo el influjo del don de Piedad el alma es dulce,  porque Dios lo es ; porque Jesús apareció en la tierra lleno de mansedumbre, derramando sobre todos la suavidad misma de Dios, ungido con la mansedumbre de una víctima que no se quejo al ser inmolada y que rogó por sus verdugos en el ara del sacrificio.
Los hombres luchan y se entregan a los excesos de la ira para asegurar la posesión de los bienes terrenos. El maestro nos enseña que por la fuerza de la dulzura alcanzarán las almas la posesión de los bienes eternos. La plenitud de esa posesión es el cielo; pero desde la tierra se inicia la recompensa de la mansedumbre; posee sin perderlo nunca, al Dios que ama el silencio y el sosiego.


III.- BIENAVENTURADOS LOS QUE LLORAN, PORQUE SERÁN CONSOLADOS.
Sobre la altiplanicie del desprendimiento y pacificada por la unción de la dulzura, el alma ve las cosas con una nueva luz. Con la luz de Dios el alma penetra hasta las profundidades de las cosas y descubre sus secretos. Por eso la tercera bienaventuranza se caracteriza por la luminosa explosión del don de ciencia. Bajo el influjo de este Don, el alma logra una nueva visión de la vida.  El alma conoce a las criaturas como son: efímeras, vacías, incapaces de saciar sus anhelos, y desengañada se desprende de ellas. Pero la luz de Dios aumenta, el espectáculo de las cosas creadas se torna desolador, repugnante, intolerable; se descubren ahora abismos de miserias en todo su horror bajo la potente iluminación de la luz divina. Tan claramente mira su propia miseria y al vanidad de todo lo creado, tan vivamente comprende lo que fue cuando vivía en el pecado y lo que es a pesar de los dones de Dios. Esta santa decepción embarga el alma de insondable tristeza y le arranca lágrimas que vierte el alma sobre su propia tumba,  porque en verdad a muerto para la tierra  para resucitar después a una vida nueva y transfigurada. Cuando nuestro mal es la completa desilusión de la vida, no mira en la tierra un punto sólido para apoyarse. El único consolador y el único consuelo es Dios. Dios comenzara a ser todo en todas las cosas. ! Madre del amor, del temor y de la santa esperanza llévanos a tu divino Hijo Jesús !.



IV.- BIENAVENTURADOS LOS QUE TIENE HAMBRE Y SED DE JUSTICIA, PORQUE SERÁN SACIADOS.
El alma que encontró el verdadero consuelo sobre la cumbre de la tercera bienaventuranza ve por todas partes a DiosEntonces comienza para el alma la época del trabajo infatigable, con prodigiosa exuberancia brotan del alma las obras santas, el cúmulo de rudos trabajos que el alma jubilosa y magnánima emprende como refrigerio de su jubiloso deseo. Bajo el influjo de los dones el alma tiene como propia la fuerza divina, por eso dilata los horizontes y se lanza a la acción con indecible osadía. Para apoyarnos en Dios con esa confianza audaz que el don de fortaleza produce en las almas es preciso tener dos conocimientos profundos: el de nosotros y el de Dios. La ciencia nos reveló nuestra propia nada de manera tan honda que no lo olvidaremos jamás y aquella misma luz nos hizo ver a Dios en el fondo de nosotros mismos.
A la confianza en el divino poder que produce en nosotros el don de fortaleza se añade la suave unción del de piedad que nos hace mirar a Dios como Padre y al prójimo como nuestro hermano, y el fuego de la caridad enciende nuestros deseos y acrecienta nuestra audacia. La hora de la contemplación se acerca: la ha preparado la acción.


V.- BIENAVENTURADOS LOS MISERICORDIOSOS, PORQUE CONSEGUIRÁN MISERICORDIA.

Abrazar con ternura a las almas que yacen en el repugnante estercolero de todas las abyecciones humanas, cosa es que no cabe en el egoísta corazón del hombre, sino que es propio del corazón de Dios. Solamente el que es rico sin límites puede dar sin pedir; solamente el que es infinitamente dichoso puede encontrar su gozo en hacer dichosos a los miserables ; solamente El de cuyo corazón se desborda el Océano de todas las perfecciones, puede descender al abismo de todas las miserias para colmarlas con la opulencia de su plenitud.
La misericordia es un sello divino, es una imitación de Dios. Por eso nos dijo Cristo : " Sed misericordiosos como es misericordioso vuestro Padre celestial ".
Otra vez el campo de las miserias humanas se dilata ante el alma ; pero el alma no siente ya la honda decepción que sufrió en la montaña de las lágrimas ; ahora mira las miserias como las mira Dios, para comprenderlas, para sentirlas, para aliviarlas. Y una compasión inmensa tortura su alma como torturó el corazón de Cristo porque siente las miserias de todos los que sufren y derrama el llanto de todos los que lloran.
Para aliviar las miserias extrañas el alma se olvida de si misma, pero hay unos ojos que la miran: los de Dios ; hay un corazón que tiene misericordia de ella, como ella tiene misericordia de sus hermanos : el corazón de aquel que dijo : lo que hiciste a los pequeños que en mi creen a Mi me lo hiciste.


VI.- BIENAVENTURADOS LOS LIMPIOS DE CORAZÓN.... 

Ser puro es carecer de tierra y tierra es todo lo que no es Dios. Por eso Dios es la pureza infinita, sustancial e infinitamente alejada de todo lo terreno. Su pensamiento es tan simple y tan puro como su ser. Tan por encima de todo lo credo está Dios, que dándose sin medida queda infinitamente superior a las criaturas, aunque maravillosamente unido a ellas. Y porque es pureza es luz. Así dice la Escritura que  " Dios es luz ",  y la Iglesia canta para ensalzar al Verbo, " Luz de luz “, y llama al Espíritu Santo " Luz felicísima ".
Para que las almas se bañen en luz, para que sean luz necesitan purificarse, despojarse de todo lo humano. Esta purificación fue iniciada en las etapas superiores,  pero el día de la contemplación comienza en la sexta bienaventuranza y ella responde la intensa y perfecta purificación del espíritu.
En al audacia de su amor, en la confianza de su ternura se había olvidado de que su amado es la Majestad infinita ; y he aquí queahora lo siente grande, inmenso incomprensible, tan grande que ella se siente anonadada, como una mancha oscurísima ante aquella santidad. No esa grandeza no la puede amar; esa majestad no puede unirse con su miseria ; lo único que puede hacer con ella aquel Dios santo y terrible que sele acerca, es castigarla, rechazarla. Terrible purificación en la que Dios mismo parece arrancar del alma cuanto le queda de terreno. Aquella pobre alma no siente nada tratándose de Dios. Debe creer sin pretender recibir un solo rayo de luz, debe esperar sin apoyarse en absolutamente nada terreno y debe amar sin experimentar el menor sentimiento.


... PORQUE VERÁN A DIOS.
Poco a poco siente el alma que en medio de la niebla sagrada se acerca Dios ; en sus dulces sueños la había visto encantador y dulcísimo pero a la manera humana, Cuanto más se han limpiado los ojos del alma, más copiosamente se va llenando de luz celestial. Dios no es nada de lo que existe fuera de EL. Su grandeza se agiganta, su majestad se despliega por decirlo así, como se desplegaría en el principio de los tiempos el firmamento enorme. Pero la grandeza va apareciendo como bondad, y la majestad como hermosura, y el infinito como amor.
¿Quien podrá explicar lo que experimenta el alma en el fondo de sus entrañas  cuando mira resurgir al Amado en medio de las sombras que se tornan en luz, al Amado, pero tan grande tan bello, tan encantador, tan divino que le parece mirarlo por primera vez?  ! Es el mismo a quien ella entregó el corazón, pero no le había conocido,  ni siquiera sospechaba la hermosura de su rostro,  el sol de su mirada, el cielo de su sonrisa,  el océano de su bondad y el abismo de su amor !. Amor tan grande como el que produce la divina visión no cabe en vaso frágil del corazón humano.Estas manifestaciones son rápidas y fugaces, porque la flaqueza natural del alma no podría resistir de otra manera, Jesús presenta una forma,  un aspecto,  un encanto de El,  velando los demás;  pues si quitara todos los velos, el alma moriría... el Amado se aleja dejando en el alma el incendio de la caridad y el ardor del deseo; y se aproxima después llenado el alma de tan celestes delicias, que ella da por bien empleados sus afanes y sacrificios.


VII.- BIENAVENTURADOS LOS PACÍFICOS PORQUE SERÁN LLAMADOS HIJOS DE DIOS.

La séptima bienaventuranza es la cumbre del amor. Comienza para el alma una vida nueva, la vida del amor, el reinado dulcísimo y silencioso de la caridad. No hay pasión de amor que puede compararse con la que enciende las entrañas del alma que ha vislumbrado a Dios en medio de las tinieblas tenebrosas, porque esta alma afortunada no ha encontrado un amor, sino al Amor. El don de Inteligencia acrecentó sin medida la caridad y del incendio del amor surge una luz nueva, la más espléndida que brilla en la tierra, la del don de Sabiduría.
Hay dos maneras de conocer las cosas: una por explicaciones y teorías, y otra por una experiencia íntima. Se nos puede decir doctamente lo que es el amor,  pero las mejores teorías no igualarán jamás a la íntima enseñanza que nos da el amor mismo cuando lo sentimos en el alma. Pues bien : el conocimiento de las cosas divinas comunicado por el don de Sabiduría es la experiencia íntima de las cosas sentidas, gustadas, vividas.
Para conocer así, es preciso llevar a Dios en el alma, estar íntimamente unido a El. La vieja fisonomía del alma desapreció por la magia del amor. La luz del Verbo la penetra, la abrillanta, la transforma en El. La Iglesia es un Tabor donde constantemente se realiza el misterio de la transfiguración de las almas. Jesús reaparece en sus santos, blanquísimo y brillante ; la nube luminosa del Paráclito los envuelve y la voz del Padre repite la frase divina :  " Este es mi hijo muy amado, en quien me he complacido ".

VIII.- BIENAVENTURADOS LOS QUE SUFREN PERSECUCIÓN POR LA JUSTICIA, PORQUE DE ELLOS ES EL REINO DE LOS CIELOS.

Nada hay más grande en el universo que Jesucristo, y nada hay más grande en Cristo que su sacrificio, escribió profundamente Bossuet. Durante su vida mortal, Jesús que vino a enseñarnos a ser santos dejó escapar de lo íntimo de su Ser el perfume de sus virtudes, traslucir la irradiación de su santidad y de la felicidad que gozaba su alma. Más al llegar a la cumbre de su vida, que fue la consumación de su sacrificio, rompió el ánfora que contenía el perfume, sobre la cruz apareció en su suprema Epifanía la gracia de Dios.  Jesucristo crucificado es la santidad humana en su cumbre, porque es la santidad divina en el abismo de su anonadamiento. ! Inmolarse por el Padre! Ofrecerle un homenaje infinito; devolverle un amor tan grande como el que recibía.
El misterio de la Cruz es compendio de las bienaventuranzas, porque ahí se encuentran fundidas en la unidad del dolor. Por eso la octava bienaventuranza que es la de la persecución,  del dolor, del martirio y,  en una palabra, de la Cruz, es la consumación y la manifestación de todas las demás.  

Ser santo es ser Jesús. Ser santo es ser Jesús crucificadoes ofrecerse como sacrificio de adoración, como holocausto de amor al Padre Celestial,  y este sacrificio,  unido con el de Jesús,  debe tener como fruto la efusión del Espíritu Santo en las almas. Padecerlo todo  " con paciencia y alegría, pensando en las penas de Cristo Bendito, las cuales tuvo que pasar por nuestro amor”. Como dice el pobrecito de Asís cuando nos explica el misterio de la perfecta alegría.


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