miércoles, 9 de octubre de 2013

SANTA



"La Iglesia “es de Cristo” y  “no es una institución inventada, sino una realidad viviente .
La Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y verdaderamente vive por el poder de Dios. Ella esta en el mundo, pero no es del mundo, es de Dios, de Cristo, del Espíritu.   (Benedicto xvi). 28 feb. 2013


La Iglesia, como jerarquía, tiene una misión que es evangelizar especialmente la cultura. Y la Iglesia, como pueblo de Dios, tiene una misión preciosa que es evangelizar con el testimonio.

El testigo es uno que ha visto, con ojo objetivo, ha visto una realidad, pero no con ojo indiferente; ha visto y se ha dejado involucrar por el acontecimiento. Por eso recuerda, no solo porque sabe reconstruir en modo preciso los hechos sucedidos, sino también porque aquellos hechos le han hablado y él ha captado el sentido profundo. Entonces el testigo cuenta, no de manera fría y distante sino como uno que se ha dejado poner en cuestión y desde aquel día ha cambiado de vida. El testigo es uno que ha cambiado de vida. 

El contenido del testimonio cristiano no es una teoría, no es una ideología o un complejo sistema de preceptos y prohibiciones o un moralismo, sino que es un mensaje de salvación, un acontecimiento concreto, es más, una Persona: es Cristo resucitado, viviente y único Salvador de todos. 



LA PRONTITUD, LA OBEDIENCIA Y LA ABNEGACIÓN DE SAN JOSÉ

De la Homilía  del Cardenal Joseph Ratzinger (SS. Benedicto XVI)
Roma, 3/19/92
                                                                          
 Identificado con el si de María, la respuesta que diera Ella en el momento decisivo de su existencia: He aquí la sierva del Señor (Lc 1,38).
 Incorporado a la aventura de Dios entre los hombres. Comenzó con la primera comunicación de las alturas: la del ángel al darle información sobre el secreto de la maternidad divina de María, el Misterio de la llegada del Mesías. De improviso, la idea que se había hecho de una vida discreta, sencilla y apacible, resulta trastornada cuando se siente incorporado a la aventura de Dios entre los hombres. Al igual que sucediera en el caso de Moisés ante la zarza ardiente, se ha encontrado cara a cara con un misterio del que le toca ser testigo y copartícipe.

 Muy pronto ha de saber lo que ello implica: que el nacimiento del Mesías no podrá suceder en Nazaret. Ha de partir para Belén, que es la ciudad de David; pero tampoco será en ella donde suceda: porque los suyos no le acogieron (Jn 1,11). Apunta ya la hora de la Cruz: porque el Señor ha de nacer en las afueras, en un establo. Luego viene, tras la nueva comunicación del ángel, la salida de Egipto, donde ha de correr la suerte de los sin casa y sin patria: refugiados, extranjeros, desarraigados que buscan un lugar donde instalarse con los suyos.

Volverá, pero sin que hayan terminado los peligros. Más tarde sufrirá la dolorosa experiencia de los tres días durante los que Jesús está perdido (Lc 2,46), esos tres días que son como un presagio de los que mediarán entre la Cruz y la Resurrección: días en los que el Señor ha desaparecido y se siente su vacío. Y, al igual que el Resucitado no habrá de retornar para vivir entre los suyos con la familiaridad de aquellos días que se fueron, sino que dice: No quieras retenerme, porque he de subir al Padre, y podrás estar conmigo cuando tú también subas (cfr Jn 20,17), así ahora, cuando Jesús es encontrado en el Templo, reaparece en primer plano el misterio de Jesús en lo que tiene de lejanía, de gravedad y de grandeza. José se siente, en cierto modo, puesto en su sitio por Jesús, pero a la vez encaminado hacia lo alto. Yo debía ocuparme de las cosas de mi Padre (Lc 2,19). Es como si le dijera: Tú no eres padre mío, sino guardián, que, al recibir la confianza de este oficio, has recibido el encargo de custodiar el misterio de la Encarnación.

 Y morirá por fin José sin haber visto manifestarse la misión de Jesús. En su silencio quedarán sepultados todos sus padecimientos y esperanzas. La vida de este hombre no ha sido la del que, pretendiendo realizarse a sí mismo, busca en sí solamente los recursos que necesita para hacer de su vida lo que quiere. Ha sido el hombre que se niega a sí mismo, que se deja llevar adonde no quería. No ha hecho de su vida cosa propia, sino cosa que dar. No se ha guiado por un plan que hubiera concebido su intelecto, y decidido su voluntad, sino que, respondiendo a los deseos de Dios, ha renunciado a su voluntad para entregarse a la de Otro, la voluntad grandiosa del Altísimo. Pero es exactamente en esta íntegra renuncia de sí mismo donde el hombre se descubre.

José nos ha enseñado, con su renuncia, con su abandono que en cierto modo adelantaba la imitación de Jesús Crucificado, los caminos de la fidelidad, de la resurrección y de la vida.

Mirando a ese José que está vestido como peregrino, comprendemos que, a partir del momento en que supiera del Misterio, su existencia sería la del que está siempre en camino, en un constante peregrinar. Fue así la suya una vida marcada por el signo de Abrahán: porque la Historia de Dios entre los hombres, que es la historia de sus elegidos, comienza con la orden que recibiera el padre de la estirpe: Sal de tu tierra para ser un extranjero (Gen 12,1; Heb 9,8ss). Y por haber sido una réplica de la vida de Abrahán, se nos descubre José como una prefiguración de la existencia del cristiano. Podemos comprobarlo con viveza singular en la primera Carta de san Pedro y en la de Pablo a los Hebreos. Como cristianos que somos --nos dicen los Apóstoles-- debemos considerarnos extranjeros, peregrinos y huéspedes (1 Pet 1,17; 2,11; Heb 13,14): porque nuestra morada, o como dice san Pablo en su Carta a los Filipenses, nuestra ciudadanía está en los Cielos (Phil 3,20).

Hoy suenan mal estas palabras sobre el Cielo: porque tendemos a creer que, apartarnos de cumplir nuestros deberes en la tierra, nos enajena de nuestro mundo. Tendemos a creer que nuestra vocación no es solamente hacer un Paraíso de la tierra y en ésta concentrar nuestras miradas, sino a la vez dedicarle por completo el corazón y los esfuerzos de nuestras manos. Pero sucede en la realidad que, al comportarnos de ese modo, lo que estamos haciendo es justamente destrozar la Creación. Ello es así porque, en el fondo, los anhelos del hombre, la saeta de sus ambiciones, apuntan en dirección al infinito. De aquí que, hoy más que nunca, comprobemos que únicamente Dios puede saciar al hombre por completo. Estamos hechos de tal forma, que las cosas finitas nos dejan siempre insatisfechos, porque necesitamos mucho más: necesitamos el Amor inagotable, la Verdad y la Belleza ilimitadas.

Aunque ese anhelo sea insuprimible, podemos, por desgracia desplazarlo de nuestros horizontes, y con ello perseguir las plenitudes buscando únicamente en lo finito. Queriendo tener el Cielo ya en la tierra, esperamos y exigimos todo de ella y de la actual sociedad. 

Pero, en su intento de extraer de lo finito lo infinito, el hombre pisotea la tierra e imposibilita una ordenada convivencia social con los demás, porque a sus ojos cada uno de los otros aspectos aparece como amenaza u obstáculo; y porque arranca del mundo material y del biológico algunos componentes que necesitaría preservar para sí mismo. Tan sólo cuando aprendamos nuevamente a dirigir nuestras miradas hacia el Cielo, brillará también la tierra con todo su esplendor. Únicamente cuando vivifiquemos las grandes esperanzas de nuestros ánimos con la idea de un eterno estar con Dios, y nos sintamos nuevamente peregrinos hacia la Eternidad, en vez de aherrojarnos a esta tierra, sólo entonces irradiarán nuestros anhelos hacia este mundo para que tenga también él esperanza y paz.




Testimonio de Benedicto xvi el día de su retiro
La Iglesia "no es una institución inventada y construida en teoría ... es una realidad viva ... Vive en el tiempo para convertirse en realidad, al igual que todos los seres vivos, por medio de su transformación ... Pero su naturaleza es siempre la misma, y su corazón es Cristo "  . Esta ha sido nuestra experiencia de ayer, creo, en la plaza: Que la Iglesia es un cuerpo vivo, animado por el Espíritu Santo y verdaderamente vive por el poder de Dios   Ella esta en el mundo, pero no es del mundo, es de Dios, de Cristo, del Espíritu. 

AUDIENCIA GENERAL

Plaza de San Pedro
Miércoles 2 de octubre de 2013 (Papa Francisco)

La Iglesia es communio sanctorum porque en ella participan los santos, pero a su vez porque es comunión de cosas santas: "porque estamos unidos en Dios", en el amor de Dios que se nos reveló en Cristo y todos sus dones

Y puesto que estamos unidos en Dios, podemos hacer algo también por quienes están lejos, por aquellos a quienes nunca podríamos llegar sólo con nuestras fuerzas, porque con ellos y por ellos rezamos a Dios para que todos nos abramos a su obra de salvación.

En primer lugar, uniéndonos a la Iglesia del cielo en la oración. Cuando la Iglesia terrenal ora, se instaura una comunión de servicio y de bien mutuos que llega ante Dios. Junto con los santos, que encontraron su plenitud en Dios, formamos parte de la comunión en la cual el amor vence la indiferencia. 

" Oración para querer hacer la voluntad de Dios, y oración para conocer la voluntad de Dios. Y cuando conozco la voluntad de Dios, también la oración, por tercera vez: para hacerla. Para cumplir esa voluntad, que no es la mía, es la suya". 

La alegría en el cielo por la victoria del amor crucificado no es plena mientras haya un solo hombre en la tierra que sufra y gima.

Signos de un comunidad renacida por el Espíritu Santo
"La armonía", "El bien común". “la paciencia al soportar": soportar los problemas, soportar las dificultades, soportar las maledicencias, las calumnias, soportar las enfermedades, soportar el dolor” de la pérdida de un ser querido.

«Si un miembro sufre, todos sufren con él; y si un miembro es honrado, todos se alegran con él» (1 Co 12,26).

La comunidad cristiana, prosiguió, “demuestra que renació en el Espíritu Santo, cuando es una comunidad que busca la armonía”, no la división interna; “cuando busca la pobreza”, “no la acumulación de riquezas para sí, porque las riquezas son para servir”. Y cuando “no se enfada inmediatamente ante las dificultades y se siente ofendida”, sino que es paciente como Jesús.

E
n esta maternidad la Iglesia tiene como modelo a la Virgen María, el modelo más bello y más alto que pueda haber. Es lo que las primeras comunidades cristianas ya dejaron claro y el Concilio Vaticano II ha expresado de manera admirable.

''Cuando un cristiano --prosiguió el Santo Padre-- me dice, no que él no ama a la Virgen, y que no siente la necesidad de buscarla y rezarle, me entristezco''.  Porque ''un cristiano sin la Virgen está huérfano, como también lo está un cristiano sin la Iglesia. Un cristiano necesita a estas dos mujeres, dos mujeres madres, dos mujeres vírgenes: la Iglesia y la Virgen.
Uno es generado y hecho crecer en la fe en el interior de ese gran cuerpo que es la Iglesia. En este sentido la Iglesia es realmente madre. Nuestra Madre Iglesia. ¡Es lindo decirlo así! Una madre que nos da la vida en Cristo y que nos hace vivir junto a los otros hermanos en la comunión del Espíritu Santo.


En su atención materna, la Iglesia se esfuerza en demostrar a los creyentes el camino que hay que recorrer para vivir una existencia fecunda de alegría y de paz. Iluminados por la luz del Evangelio y sostenidos por la gracia de los sacramentos, especialmente la eucaristía, nosotros podemos orientar bien nuestras decisiones y cruzar con coraje y esperanza los momentos de oscuridad y los senderos más tortuosos. Porque en la vida los hay.


5 peligros para el cristiano.
1.- El “buenismo destructivo” que, en nombre de una misericordia engañosa tapa las heridas antes de curarlas, sin aplicar medicina, propia de “temerosos, progresistas y liberalistas”.

2.- El “endurecimiento hostil” que, por encerrarse en la letra no se deja sorprender por Dios. Común entre los celosos y escrupulosos llamados “tradicionalistas” e “intelectualistas”.

3.- El pan y la piedra. La tentación de buscar transformar la piedra en pan para evitar largas jornadas de ayuno, es decir, de incertidumbre propia de quien se cuestiona honestamente; o bien transformar el pan en piedras para lanzarlas contra los “pecadores, los débiles y los enfermos”.

4.- La tentación de “descender de la Cruz” para contentar a la gente, a la opinión pública, y así evitar cumplir con “la voluntad del Padre”. Ceder “al espíritu mundano” en vez de purificarlo y llevarlo a Dios.

5.- El descuido del “depósito de la fe”, por un exceso de celo que lleva a pretenderse propietarios de la doctrina y la tradición, dejando de lado la realidad utilizando un lenguaje pomposo que acaba por no decir nada. 

Manifestaciones.
Una crisis en todo el mundo en la relación entre el hombre y la mujer, las mujeres y los niños, los hombres y la sociedad, las mujeres y la Iglesia.

El  feminismo "Mainline" era y es egocéntrico, narcisista, y girando hacia el interior. En pocas palabras, el feminismo de las mujeres desatinadas que hablaron demasiado sobre sí mismas y su propia identidad y significado.para tratar de crear un movimiento social de toda las mujeres centrado en su promocion profecional. 


¿Que nos falta?.
Una visión positiva y normativa de la mujer y sus vocaciones en la naturaleza y en la gracia para tratar de crear un movimiento social de todos para dar a toda mujer su lugar en la tierra  sin perder de vista la complentariedad del hombre y la mujer, busque también la  promoción personal y profesional  a que aspira, pero sin dejar ni su misión esencial en la sociedad , ni sustituirla con otras encomiendas  que no son la suya.



 La Iglesia existe para decirle a la gente que es amada. "
  "La Iglesia está llamada a salir de sí misma e ir a las periferias, no sólo geográficas, sino existenciales", como el misterio del pecado, el dolor, la injusticia, la ignorancia, la falta de fe y cualquier forma de miseria.
La Iglesia está llamada a anunciar el Evangelio a todo el mundo, y para mostrar la ternura y el poder de Dios.

   La Iglesia nos hace crecer y con la luz y la fuerza de la Palabra de Dios, nos indica el camino de la salvación y nos defiende del mal.
   Un buen educador apunta hacia lo esencial. No se pierde en los detalles, pero quiere transmitir lo que verdaderamente cuenta para que el hijo o el discípulo encuentre el sentido y la alegría de vivir. Y lo esencial, según el Evangelio, es la misericordia. Lo esencial del Evangelio es la misericordia. Dios ha enviado a su Hijo, Dios se ha hecho hombre para salvarnos, es decir, para darnos su misericordia. 
   Queridos hermanos y hermanas, así la Iglesia es madre, enseñando a sus hijos las obras de misericordia. Ella ha aprendido de Jesús este camino, ha aprendido que esto es lo esencial para la salvación. No basta amar a quien nos ama. Jesús dice que esto lo hacen los paganos. No basta con hacer el bien a quien nos hace el bien. Para cambiar el mundo a mejor es necesario hacer el bien a quien no es capaz de devolverlo, como ha hecho el Padre con nosotros, donándonos a Jesús. 

 La vida cristiana no es un vida autoreferencial; es una vida que sale de sí misma para darse a los otros. Es un don, es amor, y el amor no vuelve sobre sí mismo, no es egoísta: se da".

Es absurdo amar a Cristo sin la Iglesia. La Iglesia es "universal" y su cabeza es Jesucristo. Si  tomamos otras cabezas "yo soy de Pablo, yo soy de Apolo", nos separamos de Cristo.
 Cuando recitamos el 'Credo', decimos que la Iglesia es 'una' y 'santa', aunque sabemos por experiencia que también está compuesta de pecadores y que no faltan divisiones. Jesús, antes de su Pasión, pidió por la unidad de sus discípulos: 'que todos sean uno'. Nos confía así su deseo de que la unidad sea una de las notas características de nuestra comunidad. Los pecados contra la unidad no son sólo los cismas, sino también las cizañas más comunes de nuestras comunidades: envidias, celos, antipatías … Esto es humano, pero no es cristiano. En una comunidad cristiana, la división es uno de los pecados más graves, porque no permite que Dios actúe.
Se lee en los Hechos de los Apóstoles, que al morir Esteban "comenzó una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén". El Papa ha explicado que estas personas "se sentían fuertes y el demonio les suscitaba hacer esto" y así "los cristianos se dispersaron en la región de Judea y Samaria".
Y ha proseguido la homilía indicando que las persecuciones hacen que esta "gente se fuera lejos" y allí donde llegaban, explica el Evangelio, daban testimonio de Jesús y así "comenzó" la "misión de la Iglesia". Y muchos se convertían escuchando a esta gente. Francisco ha recordado que uno de los Padres de la Iglesia explicaba ésto diciendo "la sangre de los mártires es la semilla de los cristianos".
Francisco ha señalado a continuación que "el testimonio tanto en la vida cotidiana con sus  dificultades y también en las persecuciones con la muerte, siempre es fecunda. La Iglesia es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. Sin embargo, cuando la Iglesia se encierra en sí misma, se cree --digamos así-- una 'universidad de la religión', con muchas ideas bonitas, con muchos templos, con muchos museos bonitos, con muchas cosas bonitas, pero no se da testimonio, se vuelve estéril. El cristiano lo mismo. El cristiano que no da testimonio, se vuelve estéril, sin dar la vida que ha recibido de Jesucristo".

“Nosotros -precisa el Papa- somos todos pecadores, pero ella es santa. Es la esposa de Jesucristo y él la ama, la santifica, cada día con su sacrificio eucarístico”. O sea “nosotros somos pecadores pero dentro de una Iglesia santa, y nosotros también nos santificamos por el hecho de pertenecer a la Iglesia, somos hijos de la Iglesia y la Madre Iglesia nos santifica con su amor, con los sacramentos de su esposo”.

Don’t make religion a business
Authentic faith, which is open to others, does miracles, not business deals, Pope Francis said on Friday morning, 
The Pope therefore urged Christians not to succumb to a selfish, sterile and profiteering type of religion.
He said they are the people who make religion a business because they used God’s sacred site to trade and do deals. 

The third way of living, the Pope continued, was a life of faith as shown by Jesus. Having faith and praying to God helps bring about miracles.

No existe, bromea Francisco, una Iglesia que se mantiene unida con “pegamento”, porque la unidad que pide Jesús  “es una gracia de Dios” es “una lucha” en la tierra. “Debemos dejar espacio al Espíritu – concluye Francisco – para que nos transforme en una sola cosa”. Como el Padre está en el Hijo
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
En el «Credo», después de haber profesado: «Creo en la Iglesia una», añadimos el adjetivo «santa»; o sea, afirmamos la santidad de la Iglesia, y ésta es una característica que ha estado presente desde los inicios en la conciencia de los primeros cristianos, quienes se llamaban sencillamente «los santos» (cf. Hch 9, 13.32.41; Rm 8, 27;1 Co 6, 1), porque tenían la certeza de que es la acción de Dios, el Espíritu Santo quien santifica a la Iglesia.
¿Pero en qué sentido la Iglesia es santa si vemos que la Iglesia histórica, en su camino a lo largo de los siglos, ha tenido tantas dificultades, problemas, momentos oscuros? ¿Cómo puede ser santa una Iglesia formada por seres humanos, por pecadores? ¿Hombres pecadores, mujeres pecadoras, sacerdotes pecadores, religiosas pecadoras, obispos pecadores, cardenales pecadores, Papa pecador? Todos. ¿Cómo puede ser santa una Iglesia así?
Para responder a la pregunta desearía dejarme guiar por un pasaje de la Carta de san Pablo a los cristianos de Éfeso. El Apóstol, tomando como ejemplo las relaciones familiares, afirma que «Cristo amó a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para hacerla santa» (5, 25-26). Cristo amó a la Iglesia, donándose Él mismo en la cruz. Y esto significa que la Iglesia es santa porque procede de Dios que es santo, le es fiel y no la abandona en poder de la muerte y del mal (cf. Mt 16, 18). Es santa porque Jesucristo, el Santo de Dios (cf. Mc 1, 24), está unido de modo indisoluble a ella (cf. Mt 28, 20); es santa porque está guiada por el Espíritu Santo que purifica, transforma, renueva. No es santa por nuestros méritos, sino porque Dios la hace santa, es fruto del Espíritu Santo y de sus dones. No somos nosotros quienes la hacemos santa. Es Dios, el Espíritu Santo, quien en su amor hace santa a la Iglesia.
Me podréis decir: pero la Iglesia está formada por pecadores, lo vemos cada día. Y esto es verdad: somos una Iglesia de pecadores; y nosotros pecadores estamos llamados a dejarnos transformar, renovar, santificar por Dios.
Ha habido en la historia la tentación de algunos que afirmaban: la Iglesia es sólo la Iglesia de los puros, de los que son totalmente coherentes, y a los demás hay que alejarles. ¡Esto no es verdad! ¡Esto es una herejía!
La Iglesia, que es santa, no rechaza a los pecadores; no nos rechaza a todos nosotros; no rechaza porque llama a todos, les acoge, está abierta también a los más lejanos, llama a todos a dejarse envolver por la misericordia, por la ternura y por el perdón del Padre, que ofrece a todos la posibilidad de encontrarle, de caminar hacia la santidad. «Padre, yo soy un pecador, tengo grandes pecados, ¿cómo puedo sentirme parte de la Iglesia?». Querido hermano, querida hermana, es precisamente esto lo que desea el Señor; que tú le digas: «Señor, estoy aquí, con mis pecados». ¿Alguno de vosotros está aquí sin sus propios pecados? ¿Alguno de vosotros? Ninguno, ninguno de nosotros. Todos llevamos con nosotros nuestros pecados. Pero el Señor quiere oír que le decimos: «Perdóname, ayúdame a caminar, transforma mi corazón». Y el Señor puede transformar el corazón. En la Iglesia, el Dios que encontramos no es un juez despiadado, sino que es como el Padre de la parábola evangélica. Puedes ser como el hijo que ha dejado la casa, que ha tocado el fondo de la lejanía de Dios. Cuando tienes la fuerza de decir: quiero volver a casa, hallarás la puerta abierta, Dios te sale al encuentro porque te espera siempre, Dios te espera siempre, Dios te abraza, te besa y hace fiesta. Así es el Señor, así es la ternura de nuestro Padre celestial. El Señor nos quiere parte de una Iglesia que sabe abrir los brazos para acoger a todos, que no es la casa de pocos, sino la casa de todos, donde todos pueden ser renovados, transformados, santificados por su amor, los más fuertes y los más débiles, los pecadores, los indiferentes, quienes se sienten desalentados y perdidos. La Iglesia ofrece a todos la posibilidad de recorrer el camino de la santidad, que es el camino del cristiano: nos hace encontrar a Jesucristo en los sacramentos, especialmente en la Confesión y en la Eucaristía; nos comunica la Palabra de Dios, nos hace vivir en la caridad, en el amor de Dios hacia todos. Preguntémonos entonces: ¿nos dejamos santificar? ¿Somos una Iglesia que llama y acoge con los brazos abiertos a los pecadores, que da valentía, esperanza, o somos una Iglesia cerrada en sí misma? ¿Somos una Iglesia en la que se vive el amor de Dios, en la que se presta atención al otro, en la que se reza los unos por los otros?
Una última pregunta: ¿qué puedo hacer yo que me siento débil, frágil, pecador? Dios te dice: no tengas miedo de la santidad, no tengas miedo de apuntar alto, de dejarte amar y purificar por Dios, no tengas miedo de dejarte guiar por el Espíritu Santo. Dejémonos contagiar por la santidad de Dios. Cada cristiano está llamado a la santidad (cf. Const. dogm. Lumen gentium, 39-42); y la santidad no consiste ante todo en hacer cosas extraordinarias, sino en dejar actuar a Dios. Es el encuentro de nuestra debilidad con la fuerza de su gracia, es tener confianza en su acción lo que nos permite vivir en la caridad, hacer todo con alegría y humildad, para la gloria de Dios y en el servicio al prójimo. Hay una frase célebre del escritor francés Léon Bloy; en los últimos momentos de su vida decía: «Existe una sola tristeza en la vida, la de no ser santos». No perdamos la esperanza en la santidad, recorramos todos este camino. ¿Queremos ser santos? El Señor nos espera a todos con los brazos abiertos; nos espera para acompañarnos en este camino de la santidad. Vivamos con alegría nuestra fe, dejémonos amar por el Señor... pidamos este don a Dios en la oración, para nosotros y para los demás.


Francisco en Sta. Marta: dicotomí­a absurda amar a Cristo sin la Iglesia
San Pablo,  habla de la Iglesia como del misterio de nuestra incorporación a Cristo mediante el bautizo y el don del Espíritu Santo; ella ha nacido del costado traspasado de Cristo en la cruz, como Eva por del costado de Adán dormido.

El Santo Padre en la homilí­a del jueves explica los pilares de la pertenencia eclesial: humildad, fidelidad y oración por la Iglesia
Por Redacción
CIUDAD DEL VATICANO, 30 de enero de 2014 (Zenit.org) - Francisco ha afirmado en la homilía de este jueves en Santa Marta que “no se entiende un cristiano sin Iglesia". En la misa celebrada esta mañana, el Santo Padre ha indicado cuáles son los tres pilares del sentido de pertenencia eclesial: la humildad, la fidelidad y la oración por la Iglesia.
El Papa ha retomado, de las homilías de estos días pasados, la figura del rey David, como se presenta en las lecturas del día: un hombre que habla con el Señor como un hijo habla con el padre y también si recibe un "no" a sus peticiones, lo acepta con alegría. David - observa el papa Francisco - tenía "un sentimiento fuerte de pertenencia al pueblo de Dios". Y esto - ha precisado - nos hace preguntarnos sobre cuál es nuestro sentido de pertenencia a la Iglesia, nuestro sentir con la Iglesia y en la Iglesia. Y así lo ha explicado:
"El cristianos no es un bautizado que recibe el bautismo y después va adelante por su camino. El primer fruto del bautismo es hacerte pertenecer a la Iglesia, al pueblo de Dios. No se entiende un cristiano sin Iglesia. Y por esto el gran Pablo VI decía que es una dicotomía absurda amar a Cristo sin la Iglesia; escuchar a Cristo pero no a la Iglesia: estar con Cristo al margen de la Iglesia. No se puede. Es una dicotomía absurda. El mensaje evangélico nosotros lo recibimos en la Iglesia y nuestra santidad la hacemos en la Iglesia, nuestro camino en la Iglesia. Lo otro es una fantasía o, como él decía, una dicotomía absurda".
De este modo, Francisco ha señalado que el "sensus ecclesiae" es precisamente el sentir, pensar, querer, dentro de la Iglesia. Y por ello ha recordado que hay tres pilares de esta pertenencia y ha pasado a explicar cada uno de ellos.
El primero es la humildad, en la conciencia de estar dentro de una comunidad como una gracia grande: "Una persona que no es humilde, no puede sentir con la Iglesia, sentirá lo que a ella le gusta, lo que a él le gusta. Y esta humildad que se ve en David. '¿Quién soy yo, Señor Dios, y qué es mi casa?' Con esa conciencia de que la historia de salvación no ha comenzado conmigo no terminará cuando yo muera. No, es toda una historia de salvación: yo vengo, el Señor te toma, te hace ir adelante y después te llama y la historia continúa. La historia de la Iglesia comenzó antes de nosotros y continuará después de nosotros. Humildad: somos una pequeña parte de un gran pueblo, que va sobre el camino del Señor".
El segundo pilar del que el Papa ha hablado es la fidelidad, "que va unida a la obediencia". Y así lo afirma: "Fidelidad a la Iglesia, fidelidad a su enseñanza, fidelidad al Credo, fidelidad a la doctrina, mantener esta doctrina. Humildad y fidelidad. También Pablo VI nos recordaba que nosotros recibimos el mensaje del Evangelio como un don y debemos transmitirlo como un don, pero no como una cosa nuestra: es un don recibido que damos. Y en esta transmisión ser fieles. Porque nosotros hemos recibido y debemos dar un Evangelio que no es nuestro, que es de Jesús, y no debemos - decía él - convertirnos en propietarios del Evangelio, propietarios de la doctrina recibida, para utilizarla a nuestro gusto".
Para finalizar el papa Francisco ha dicho que el tercer pilar es un servicio particular, 'rezar por la Iglesia'. "¿Cómo va nuestra oración por la Iglesia?" "¿Rezamos por la Iglesia? ¿En la misa todos los días, pero en nuestra casa, no? ¿Cuándo hacemos nuestras oraciones?", ha preguntado el Santo Padre. Y por ello ha pedido que "el Señor nos ayude a ir en este camino para profundizar nuestra pertenencia a la Iglesia y nuestro sentir con la Iglesia".



Acaso sucede algo sin que Dios lo mande
y lo hada saber primero a sus profetas.

Hoy la Iglesia como Cristo en las tentaciones del desierto
no eligio el poder de los reinos de la tierra
ni el del Templo
ni la de los gerrilleros

Vivio con los pobres
compartio con ellos
y escogio el camina de la Cruz
para El y para sus seguidores.



Lectura del libro del profeta Amós (3, 1-8; 4, 11-12)

Escuchen estas palabras que el Señor les dirige a ustedes, hijos de Israel, y a todo el pueblo que hizo salir de Egipto:
“Sólo a ustedes los elegí entre todos los pueblos de la tierra, por eso los castigaré con mayor rigor por todos sus crímenes”.
¿Acaso podrán caminar dos juntos, si no están de acuerdo?
¿Acaso no ruge el león en la selva, cuando tiene ya su presa?
¿Lanza su rugido el cachorro de león desde su cueva, si no ha cazado nada? ¿Cae el pájaro al suelo, sin que se le haya tendido una trampa?
¿Se levanta del suelo la trampa, sin que haya atrapado algo?
¿Se toca la trompeta en la ciudad, sin que se alarme la gente? ¿Hay alguna desgracia en la ciudad, sin que el Señor la mande? Ciertamente el Señor no hace nada sin revelar antes su designio a sus profetas.
Pues bien, ya ha rugido el león, ¿quién no tendrá miedo?
El Señor Dios ha hablado, ¿quién no profetizará?
 Los he destruido a ustedes como a Sodoma y a Gomorra; han quedado como un tizón sacado del incendio y no se han vuelto a mí, dice el Señor.


1.- El “buenismo destructivo” que, en nombre de una misericordia engañosa tapa las heridas antes de curarlas, sin aplicar medicina, propia de “temerosos, progresistas y liberalistas”.

2.- El “endurecimiento hostil” que, por encerrarse en la letra no se deja sorprender por Dios. Común entre los celosos y escrupulosos llamados “tradicionalistas” e “intelectualistas”.

3.- El pan y la piedra. La tentación de buscar transformar la piedra en pan para evitar largas jornadas de ayuno, es decir, de incertidumbre propia de quien se cuestiona honestamente; o bien transformar el pan en piedras para lanzarlas contra los “pecadores, los débiles y los enfermos”.

4.- La tentación de “descender de la Cruz” para contentar a la gente, a la opinión pública, y así evitar cumplir con “la voluntad del Padre”. Ceder “al espíritu mundano” en vez de purificarlo y llevarlo a Dios.

5.- El descuido del “depósito de la fe”, por un exceso de celo que lleva a pretenderse propietarios de la doctrina y la tradición, dejando de lado la realidad utilizando un lenguaje pomposo que acaba por no decir nada. 

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