"Un amor para toda la vida"
“La obra salvadora de Cristo, no se agota con su persona durante su vida terrena; ésta prosigue mediante la Iglesia, sacramento del amor y de la ternura de Dios hacia los hombres”
La Unidad, la Paz, la Evangelización, la vida y todo, es al mismo tiempo DON y Tarea. Don gratuito y generoso; tarea irreemplazable e ingente. Como don, recibirlo, agradecerlo, pedirlo; como tarea cumplirla, amarla, vivirla.
"El matrimonio no es solo un sacramento, es también una secuela de la creación".
Como el Padre esposó al Pueblo de Israel, así Cristo esposó a su pueblo.
¡Cristo se casó con la Iglesia! Y no se puede entender a Cristo sin la Iglesia y no se puede entender a la Iglesia sin Cristo y sin la humanidad. Este es el gran misterio de la obra maestra de la Creación.
Consejos prácticos para la oración
Marzo 24, 2014
P. Armando Garza Dávila S.J.*
La Cuaresma es un tiempo para prepararnos a vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo
La Cuaresma es un tiempo para prepararnos a vivir la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo y lo hacemos mediante algunas prácticas establecidas, como la mortificación, la oración y la caridad; sin embargo, cuando hablamos de oración, no nos referimos únicamente a la oración de petición -que siempre nos es necesaria para alcanzar gracias- sino al trato con Cristo, que constituye el centro de la vida cristiana.
Si la amistad con Cristo es grande, se trata y se comparte todo con Él: penas y gozos. ¿Pero cómo podemos iniciar una amistad así? Si bien no hay reglas establecidas, existen algunas acciones que nos permiten no sólo hablar con Cristo, sino también escucharlo.
Lo primero que debemos hacer es entrar en comunicación con Él, dándole un tiempo (no tacaño), como al mejor de los amigos. En esta Cuaresma, podemos hacerlo al menos tres veces al día: por las mañanas, por las noches, y alguna vez o más a lo largo del día.
Para iniciar esta comunicación, podemos utilizar algunas de las siguientes expresiones: “Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad” (Jesús a su Padre); “Soy la esclavita del Señor, quiero hacer su Voluntad” (La Virgen al Ángel); Señor, ¿qué quieres Tú que yo haga? (San Pablo a Jesús); “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (Profeta Samuel a Dios). Entonces sí, platica con Él todo y cada una de las cosas que ocurren en tu vida.
Dentro de nuestra oración también debemos procurar darnos tiempo para escuchar a Jesús. Algunas personas dirán: '¡pero Él no habla!'. A ello debemos responder que sí habla, y lo hace a través de Su Palabra (la Biblia), a través de cosas que nos pasan y personas que nos aman y nos aconsejan para bien, etc. En esta Cuaresma, queremos invitarte a escucharle particularmente a través de su Palabra Divina. Para ello, elige un texto bíblico -de preferencia relacionado con este tiempo litúrgico- y estúdialo detenidamente, despacio, de tal manera que, conforme avances, vayas experimentando la voz de Dios que resuena fuerte en tu corazón.
Por último, recordemos esta bella historia que nos puede servir para realizar nuestra oración diaria:
Una hija llamó al sacerdote para atender a su padre enfermo, sin previo aviso de éste último. El enfermo tenía una silla junto a su cama cuando entró el sacerdote en la habitación.
- ¿Quién es usted?, preguntó el enfermo.
- Soy el sacerdote. Pensé que me esperaba, pues vi la silla vacía a un costado de su cama.
- ¿La silla, Padre? Permítame contarle: Yo no sabía rezar, hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo, me dijo: “José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas: te sientas en una silla y pones otra silla vacía frente a ti; luego, con fe, miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado el hacerlo, pues Él nos dijo: ‘Yo estaré siempre con ustedes’. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora”. Así lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias, desde entonces.
Si la amistad con Cristo es grande, se trata y se comparte todo con Él: penas y gozos. ¿Pero cómo podemos iniciar una amistad así? Si bien no hay reglas establecidas, existen algunas acciones que nos permiten no sólo hablar con Cristo, sino también escucharlo.
Lo primero que debemos hacer es entrar en comunicación con Él, dándole un tiempo (no tacaño), como al mejor de los amigos. En esta Cuaresma, podemos hacerlo al menos tres veces al día: por las mañanas, por las noches, y alguna vez o más a lo largo del día.
Para iniciar esta comunicación, podemos utilizar algunas de las siguientes expresiones: “Aquí estoy Señor para hacer tu Voluntad” (Jesús a su Padre); “Soy la esclavita del Señor, quiero hacer su Voluntad” (La Virgen al Ángel); Señor, ¿qué quieres Tú que yo haga? (San Pablo a Jesús); “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (Profeta Samuel a Dios). Entonces sí, platica con Él todo y cada una de las cosas que ocurren en tu vida.
Dentro de nuestra oración también debemos procurar darnos tiempo para escuchar a Jesús. Algunas personas dirán: '¡pero Él no habla!'. A ello debemos responder que sí habla, y lo hace a través de Su Palabra (la Biblia), a través de cosas que nos pasan y personas que nos aman y nos aconsejan para bien, etc. En esta Cuaresma, queremos invitarte a escucharle particularmente a través de su Palabra Divina. Para ello, elige un texto bíblico -de preferencia relacionado con este tiempo litúrgico- y estúdialo detenidamente, despacio, de tal manera que, conforme avances, vayas experimentando la voz de Dios que resuena fuerte en tu corazón.
Por último, recordemos esta bella historia que nos puede servir para realizar nuestra oración diaria:
Una hija llamó al sacerdote para atender a su padre enfermo, sin previo aviso de éste último. El enfermo tenía una silla junto a su cama cuando entró el sacerdote en la habitación.
- ¿Quién es usted?, preguntó el enfermo.
- Soy el sacerdote. Pensé que me esperaba, pues vi la silla vacía a un costado de su cama.
- ¿La silla, Padre? Permítame contarle: Yo no sabía rezar, hasta hace unos cuatro años, cuando conversando con mi mejor amigo, me dijo: “José, esto de la oración es simplemente tener una conversación con Jesús. Así es como te sugiero que lo hagas: te sientas en una silla y pones otra silla vacía frente a ti; luego, con fe, miras a Jesús sentado delante de ti. No es algo alocado el hacerlo, pues Él nos dijo: ‘Yo estaré siempre con ustedes’. Por lo tanto, le hablas y lo escuchas de la misma manera como lo estás haciendo conmigo ahora”. Así lo hice una vez y me gustó tanto que lo he seguido haciendo unas dos horas diarias, desde entonces.
* Secretario Nacional del Apostolado de la Oración
El Santo Padre explica que la pobreza de Cristo es su forma de amarnos. Él, siendo igual al Padre en poder y gloria, descendió para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). “El amor nos hace semejantes –señala el Papa Francisco–, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros”.
Antes de Jesús, convertirse significaba siembre “volver atrás”, (como indica el mismo término usado en hebreo, para indicar esta acción, o sea el término shub); significaba volver a la alianza violada, mediante una renovada observancia de la ley. Dice el Señor por boca del profeta Zacarías: “convertíos a mi […], volved de vuestro camino perverso” (Zc 1, 3-4; cfr. también Jr 8, 4- 5).Convertirse tiene por lo tanto un significado principalmente ascético, moral y penitencial que se actúa cambiando la conducta de la propia vida. La conversión es vista como condición para la salvación; el sentido es: convertíos y seréis salvados; convertíos y la salvación llegará a vosotros.
Este es el significado predominante que la palabra conversión tiene en los labios de Juan el Bautista (cfr. Lc 3, 4-6). Pero en la boca de Jesús este significado cambia: no porque Jesús se divertía cambiando el sentido de las palabras, sino porque con él cambió la realidad. El significado moral pasa a un segundo plano (al menos en el inicio de la predicación), respecto a un significado nuevo, hasta ahora desconocido. Convertirse no significa más volver hacia atrás; significa más bien hacer un salto hacia adelante y entrar mediante la fe en el Reino de Dios que vino en medio de los hombres. Convertirse es tomar la decisión llamada “decisión del momento” delante de la realización de las promesas de Dios.
Juan, en el Apocalipsis, repite a cada una de las siete iglesias el imperativo “convertíos” (metanoeson), donde el sentido inequívoco de la palabra es: ¡vuelve al fervor primitivo, sé vigilante, cumple las obras de antes, deja de acunarte en la ilusión de estar bien con Dios, sal de tu tibieza! (cfr. Ap 2-3).
Estoy celoso de ustedes con celos de Dios, ya que los he desposado con un solo marido y los he entregado a Cristo como si fueran ustedes una virgen pura.
Y me da miedo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así extravíe el modo de pensar de ustedes y los aparte de la entrega sincera a Cristo. Porque si alguien viniera a predicarles un Cristo diferente del que yo les he predicado, o a comunicarles un Espíritu diferente del que han recibido, o un Evangelio diferente del que han aceptado, ciertamente ustedes le harían caso. Sin embargo, yo no me juzgo en nada inferior a esos “superapóstoles’’. Seré inculto en mis palabras, pero no en mis conocimientos, como se lo he demostrado a ustedes siempre y en presencia de todos.
San Pablo, en la carta a los romanos (3, 21 ss.), será el anunciador indómito de esta extraordinaria novedad evangélica, después que Jesús le hizo pasar esta experiencia dramática en su vida.Así recuerda el hecho que cambió el curso de su vida::
“Pero todo lo que hasta ahora consideraba una ganancia, [ser circunciso, judío, irreprensible por lo que se refiere a la observancia de la ley], lo tengo por pérdida, a causa de Cristo.Más aún, todo me parece una desventaja comparado con el inapreciable conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor. Por él he sacrificado todas las cosas, a las que considero como desperdicio, con tal de ganar a Cristo y estar unido a él, no con mi propia justicia –la que procede de la Ley– sino con aquella que nace de la fe en Cristo, la que viene de Dios y se funda en la fe” (Flp 3, 7-9).
Por esto el Evangelio se llama Evangelio y es fuente de alegría. Nos habla de un Dios que, por pura gracia, ha venido a nuestro encuentro en su Hijo Jesús. Un Dios que “amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3, 16).
Juan, en el Apocalipsis, repite a cada una de las siete iglesias el imperativo “convertíos” (metanoeson), donde el sentido inequívoco de la palabra es: ¡vuelve al fervor primitivo, sé vigilante, cumple las obras de antes, deja de acunarte en la ilusión de estar bien con Dios, sal de tu tibieza! (cfr. Ap 2-3).
Del espíritu de la «curiosidad mundana» y de la ansiedad por conocer el futuro buscando adueñarse incluso de los proyectos de Dios alertó el Papa Francisco en la misa del jueves 14 de noviembre, por la mañana, en la capilla de la Casa de Santa Marta.
Cuidado con ilusionarse en ser dueños de nuestro tiempo. Se puede ser dueños del momento que estamos viviendo, pero el tiempo pertenece a Dios. La oración, prosiguió el Pontífice, es necesaria para vivir bien este momento. En cambio, en lo que respecta al tiempo, «del cual sólo el Señor es dueño», nosotros —reafirmó el Pontífice— no podemos hacer nada. Según el Papa «el espíritu de curiosidad no es un buen espíritu: es el espíritu de dispersión, de alejarse de Dios, el espíritu de hablar demasiado».
Así, el Pontífice propuso un pensamiento de Teresa del Niño Jesús, especialmente querida por él. «Santa Teresita» —recordó— «decía que ella debía detenerse siempre ante el espíritu de curiosidad. Cuando hablaba con otra religiosa y ésta le contaba una historia, algo de la familia, de la gente, y algunas veces pasaba a otro tema, ella tenía ganas de conocer el final de esa historia. Pero sentía que ese no era el espíritu de Dios, porque es un espíritu de dispersión, de curiosidad».
«¡Ay de los que se fían de Sión,... acostados en lechos de marfil!» (Am 6,1.4); comen, beben, cantan, se divierten y no se preocupan por los problemas de los demás.
Son duras estas palabras
del profeta Amós, pero nos advierten de un peligro que todos corremos. ¿Qué es
lo que denuncia este mensajero de Dios, lo que pone ante los ojos
de sus contemporáneos y también ante los nuestros hoy? El riesgo de apoltronarse,
de la comodidad, de la mundanidad en la vida y en el corazón, de concentrarnos
en nuestro bienestar. Es la misma experiencia del rico del Evangelio, vestido
con ropas lujosas y banqueteando cada día en abundancia; esto era importante
para él. ¿Y el pobre que estaba a su puerta y no tenía para comer? No era
asunto suyo, no tenía que ver con él. Si las cosas, el dinero, lo mundano se
convierten en el centro de la vida, nos aferran, se apoderan de nosotros,
perdemos nuestra propia identidad como hombres. Fíjense que el rico del
Evangelio no tiene nombre, es simplemente «un rico». Las cosas, lo que posee,
son su rostro, no tiene otro.
Pero intentemos preguntarnos: ¿Por qué sucede esto? ¿Cómo es posible que los hombres, tal vez también nosotros, caigamos en el peligro de encerrarnos, de poner nuestra seguridad en las cosas, que al final nos roban el rostro, nuestro rostro humano? Esto sucede cuando perdemos la memoria de Dios. “¡Ay de los que se fían de Sión!”, decía el profeta. Si falta la memoria de Dios, todo queda rebajado, todo queda en el yo, en mi bienestar. La vida, el mundo, los demás, pierden la consistencia, ya no cuentan nada, todo se reduce a una sola dimensión: el tener. Si perdemos la memoria de Dios, también nosotros perdemos la consistencia, también nosotros nos vaciamos, perdemos nuestro rostro como el rico del Evangelio. Quien corre en pos de la nada, él mismo se convierte en nada, dice otro gran profeta, Jeremías (cf. Jr 2,5). Estamos hechos a imagen y semejanza de Dios, no a imagen y semejanza de las cosas, de los ídolos.
«Lo que ha hecho Cristo en nosotros —prosiguió el Papa— es una re-creación; la sangre de Cristo nos ha re-creado; es una segunda creación. Y si antes toda nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestra alma, nuestras costumbres estaban en el camino del pecado, de la iniquidad, después de esta re-creación debemos hacer el esfuerzo de caminar por el camino de la justicia, de la santificación.
«Antes, el acto de fe. Antes de la aceptación de Jesucristo que nos ha re-creado con su sangre estábamos en el camino de la injusticia; después, estamos en el camino de la santificación, pero debemos tomarla en serio». Lo peor que puede pasarnos es que perdamos la vida eterna.
Ante todo adorar a Dios; y después «hacer lo que Jesús nos aconseja: ayudar a los demás, dar de comer a los hambrientos, dar agua a los sedientos, visitar a los enfermos, visitar a los presos. Estas obras son las obras que Jesús hizo en su vida, obras de justicia, obras de re-creación. Miradlo eneseñar, curar, buscar a la oveja perdida, dejender, perdonar, orar, llamar, enviar, reprender, corregir, transformar, señalar el veradero sentido, sacar de los errores, señalar el camino, ayudar a seguirlo, premiar los exitos, olvidar los fracasos, amar por los que no aman, adorar por los que no adoran, expiar las mas grandes cuolpas, morir por los que merecen la muerte, resucitar por todos y darnos la vida eterna.
2. EL HOMBRE DE LA MEMORIA DE DIOS
Entonces, mirándoles a ustedes, me pregunto: ¿Quién es el catequista? Es el que custodia y alimenta la memoria de Dios; la custodia en sí mismo y sabe despertarla en los demás. Qué bello es esto: hacer memoria de Dios, como la Virgen María que, ante la obra maravillosa de Dios en su vida, no piensa en el honor, el prestigio, la riqueza, no se cierra en sí misma. Por el contrario, tras recibir el anuncio del Ángel y haber concebido al Hijo de Dios, ¿qué es lo que hace? Se pone en camino, va donde su anciana pariente Isabel, también ella encinta, para ayudarla; y al encontrarse con ella, su primer gesto es hacer memoria del obrar de Dios, de la fidelidad de Dios en su vida, en la historia de su pueblo, en nuestra historia: «Proclama mi alma la grandeza del Señor... porque ha mirado la humillación de su esclava... su misericordia llega a sus fieles de generación en generación» (cf. Lc 1,46.48.50). María tiene memoria de Dios.
En este cántico de María está también la memoria de su historia personal, la historia de Dios con ella, su propia experiencia de fe. Y así es para cada uno de nosotros, para todo cristiano: la fe contiene precisamente la memoria de la historia de Dios con nosotros, la memoria del encuentro con Dios, que es el primero en moverse, que crea y salva, que nos transforma; la fe es memoria de su Palabra que inflama el corazón, de sus obras de salvación con las que nos da la vida, nos purifica, nos cura, nos alimenta. El catequista es precisamente un cristiano que pone esta memoria al servicio del anuncio; no para exhibirse, no para hablar de sí mismo, sino para hablar de Dios, de su amor y su fidelidad. Hablar y transmitir todo lo que Dios ha revelado, es decir, la doctrina en su totalidad, sin quitar ni añadir nada.
San Pablo recomienda a su discípulo y colaborador Timoteo sobre todo una cosa: Acuérdate, acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos, a quien anuncio y por el que sufro (cf. 2 Tm 2,8-9). Pero el Apóstol puede decir esto porque él es el primero en acordarse de Cristo, que lo llamó cuando era un perseguidor de los cristianos, lo conquistó y transformó con su gracia.
El catequista, pues, es un cristiano que lleva consigo la memoria de Dios, se deja guiar por la memoria de Dios en toda su vida, y la sabe despertar en el corazón de los otros. Esto requiere esfuerzo. Compromete toda la vida. El mismo Catecismo, ¿qué es sino memoria de Dios, memoria de su actuar en la historia, de su haberse hecho cercano a nosotros en Cristo, presente en su Palabra, en los sacramentos, en su Iglesia, en su amor? Queridos catequistas, les pregunto: ¿Somos nosotros memoria de Dios? ¿Somos verdaderamente como centinelas que despiertan en los demás la memoria de Dios, que inflama el corazón?
3. «¡Ay de los que se fían de Sión», dice el profeta. ¿Qué camino se ha de seguir para no ser «superficiales», como los que ponen su confianza en sí mismos y en las cosas, sino hombres y mujeres de la memoria de Dios? En la segunda Lectura, san Pablo, dirigiéndose de nuevo a Timoteo, da algunas indicaciones que pueden marcar también el camino del catequista, nuestro camino: Tender a la justicia, a la piedad, a la fe, a la caridad, a la paciencia, a la mansedumbre (cf. 1 Tm 6,11).
El catequista es un hombre de la memoria de Dios si tiene una relación constante y vital con él y con el prójimo; si es hombre de fe, que se fía verdaderamente de Dios y pone en él su seguridad; si es hombre de caridad, de amor, que ve a todos como hermanos; si es hombre de «hypomoné», de paciencia, de perseverancia, que sabe hacer frente a las dificultades, las pruebas y los fracasos, con serenidad y esperanza en el Señor; si es hombre amable, capaz de comprensión y misericordia.
Pidamos al Señor que todos seamos hombres y mujeres que custodian y alimentan la memoria de Dios en la propia vida y la saben despertar en el corazón de los demás. Amén.
Si sois pobres de espíritu, si sois mansos, si sois puros de corazón, si se sois misericordiosos... ¡Vosotros seréis la sal de la tierra y la luz del mundo!
Amara a Dios y al projimo.
Hipocresía e idolatría «son pecados grandes» que tienen orígenes históricos, pero que todavía hoy se repiten con frecuencia, también entre los cristianos. Superarlos «es muy difícil»: para hacerlo «necesitamos de la gracia de Dios». Es la reflexión sugerida por el Papa Francisco de las lecturas de la misa que celebró el 15 de octubre.
«El Señor —recordó— nos ha dicho que el primer mandamiento es adorar a Dios, amar a Dios. El segundo es amar al prójimo como a uno mismo. Todos los bautizados somos discípulos misioneros y estamos llamados a convertirnos en un Evangelio vivo en el mundo: con una vida santa daremos "sabor" a los diferentes ambientes y los defenderemos de la corrupción, como hace la sal; y llevaremos la luz de Cristo a través del testimonio de una caridad genuina.
Dos formas tenemos para conocer a Dios, la creación y la Sagrada Escritura. Y dos formas de amarlo, a El en si mismo y a El en nuestros hermanos. Si para eso nos hizo Dios, para que lo amaramos. Si para eso vino Cristo a la tierra. Para que viéndolo fuéramos arrebatados al amor de las cosas invisibles. A infundirnos con sus méritos divinos, la semilla, el germen del amor .A purificarnos para enseñarnos la ciencia divina del amor. Fuego he venido a traer a la tierra, y que cosa quiero, sino que la tierra se abrace en el.
Si no entregamos nuestro corazón al Señor, sera preciso que busquemos alguna criatura que amar.
». La necesidad del hombre de adorar a Dios, que nace del hecho de llevar impresa dentro de nosotros su «huella», es tal «que si no existe el Dios viviente, estarán estos ídolos». Si tú no adoras a Dios, adoras a un ídolo, ¡siempre!. Quien no reza a Dios, reza al diablo. Y concluyendo, de modo casi provocador, el Papa pidió a todos que hicieran un examen de conciencia con la pregunta: «¿cuál es mi ídolo?».
1. La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo siempre nace y renace la alegría. En esta Exhortación quiero dirigirme a los fieles cristianos, para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años.
De la Homilía deS.E.R. MONS. CHRISTOPHE PIERRENuncio Apostólico en MéxicoCierre del Año Jubilar, por los 150 años de la Diócesis(Zamora, Mich., 8 de mayo de 2014)
Ahora bien, cuando Isaías puso en boca de un profeta sin nombre –pues en realidad se trataba de una figura mesiánica-, las célebres palabras leídas por Jesús en la sinagoga, Isaías no hizo sino anunciar que el verdadero Jubileo de Israel sería el que, esperado por siglos, Dios fiel y misericordioso ofrecería de manera inesperada a su pueblo. Y, en efecto, el verdadero y cumplido Jubileo de la remisión, de la liberación, del respiro y de la alegría que Dios quiere para sus hijos, el Jubileo entendido y actuado en su plenitud, será anunciado y realizado solo por el Mesías prometido y finalmente llegado. Es el contexto de la historia y de la revelación bíblica el que nos lleva a hacer esta afirmación que, por lo demás, es confirmada claramente por Jesús en la Sinagoga de Nazaret cuando, al abrir el libro del profeta, lee el pasaje de la Escritura, y evocando el año de gracia del Señor declara con palabras simples pero contundentes: “Hoy se ha cumplido la escritura que ustedes acaban de oír”.
Aquel “hoy” –lo sabemos bien y lo creemos de todo corazón-, continua aún, continuará hasta el final de los tiempos. Jesucristo es el Mesías definitivo de Israel y del mundo, es la “plenitud de los tiempos”, el Jubileo perenne, el Camino, la Verdad y la Vida, el Eterno Hijo de Dios encarnado y lleno de Espíritu Santo, crucificado y resucitado, que camina con nosotros a lo largo de los senderos del tiempo. Jesús de Nazaret, viviente en la historia por medio de la Palabra, del Espíritu y de la Iglesia, es también hoy el gozoso mensaje para los pobres, la liberación para los prisioneros y esclavos del pecado; es la vista para los ciegos, el rescate de los oprimidos; Él es el año de gracia que jamás se consume. Él es la luz que alumbra el misterio, la ley suprema y el supremo modelo de vida; la salud y la misericordia infinitas, la seguridad absoluta de que Dios nos ama, la fuente inagotable de la caridad y de la esperanza.
2. El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada. Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien. Los creyentes también corren ese riesgo, cierto y permanente. Muchos caen en él y se convierten en seres resentidos, quejosos, sin vida. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo resucitado.
3. Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuentre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada día sin descanso. No hay razón para que alguien piense que esta invitación no es para él, porque «nadie queda excluido de la alegría reportada por el Señor».[1] Al que arriesga, el Señor no lo defrauda, y cuando alguien da un pequeño paso hacia Jesús, descubre que Él ya esperaba su llegada con los brazos abiertos. Éste es el momento para decirle a Jesucristo: «Señor, me he dejado engañar, de mil maneras escapé de tu amor, pero aquí estoy otra vez para renovar mi alianza contigo. Te necesito. Rescátame de nuevo, Señor, acéptame una vez más entre tus brazos redentores». ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos perdido! Insisto una vez más: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de acudir a su misericordia. Aquel que nos invitó a perdonar «setenta veces siete» (Mt 18,22) nos da ejemplo: Él perdona setenta veces siete. Nos vuelve a cargar sobre sus hombros una y otra vez. Nadie podrá quitarnos la dignidad que nos otorga este amor infinito e inquebrantable. Él nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría. No huyamos de la resurrección de Jesús, nunca nos declaremos muertos, pase lo que pase. ¡Que nada pueda más que su vida que nos lanza hacia adelante!
4. Los libros del Antiguo Testamento habían preanunciado la alegría de la salvación, que se volvería desbordante en los tiempos mesiánicos. El profeta Isaías se dirige al Mesías esperado saludándolo con regocijo: «Tú multiplicaste la alegría, acrecentaste el gozo» (9,2). Y anima a los habitantes de Sión a recibirlo entre cantos: «¡Dad gritos de gozo y de júbilo!» (12,6). A quien ya lo ha visto en el horizonte, el profeta lo invita a convertirse en mensajero para los demás: «Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión, clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén» (40,9). La creación entera participa de esta alegría de la salvación: «¡Aclamad, cielos, y exulta, tierra! ¡Prorrumpid, montes, en cantos de alegría! Porque el Señor ha consolado a su pueblo, y de sus pobres se ha compadecido» (49,13).
Zacarías, viendo el día del Señor, invita a dar vítores al Rey que llega «pobre y montado en un borrico»: «¡Exulta sin freno, Sión, grita de alegría, Jerusalén, que viene a ti tu Rey, justo y victorioso!» (Za 9,9).
Pero quizás la invitación más contagiosa sea la del profeta Sofonías, quien nos muestra al mismo Dios como un centro luminoso de fiesta y de alegría que quiere comunicar a su pueblo ese gozo salvífico. Me llena de vida releer este texto: «Tu Dios está en medio de ti, poderoso salvador. Él exulta de gozo por ti, te renueva con su amor, y baila por ti con gritos de júbilo» (So 3,17). Es la alegría que se vive en medio de las pequeñas cosas de la vida cotidiana, como respuesta a la afectuosa invitación de nuestro Padre Dios: «Hijo, en la medida de tus posibilidades trátate bien […] No te prives de pasar un buen día» (Si 14,11.14). ¡Cuánta ternura paterna se intuye detrás de estas palabras!
5. El Evangelio, donde deslumbra gloriosa la Cruz de Cristo, invita insistentemente a la alegría. Bastan algunos ejemplos: «Alégrate» es el saludo del ángel a María (Lc 1,28). La visita de María a Isabel hace que Juan salte de alegría en el seno de su madre (cf. Lc 1,41). En su canto María proclama: «Mi espíritu se estremece de alegría en Dios, mi salvador» (Lc 1,47). Cuando Jesús comienza su ministerio, Juan exclama: «Ésta es mi alegría, que ha llegado a su plenitud» (Jn 3,29). Jesús mismo «se llenó de alegría en el Espíritu Santo» (Lc 10,21). Su mensaje es fuente de gozo: «Os he dicho estas cosas para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría sea plena» (Jn 15,11). Nuestra alegría cristiana bebe de la fuente de su corazón rebosante. Él promete a los discípulos: «Estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en alegría» (Jn 16,20). E insiste: «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón, y nadie os podrá quitar vuestra alegría» (Jn 16,22). Después ellos, al verlo resucitado, «se alegraron» (Jn 20,20). El libro de los Hechos de los Apóstoles cuenta que en la primera comunidad «tomaban el alimento con alegría» (2,46). Por donde los discípulos pasaban, había «una gran alegría» (8,8), y ellos, en medio de la persecución, «se llenaban de gozo» (13,52). Un eunuco, apenas bautizado, «siguió gozoso su camino» (8,39), y el carcelero «se alegró con toda su familia por haber creído en Dios» (16,34). ¿Por qué no entrar también nosotros en ese río de alegría?
6. Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Pero reconozco que la alegría no se vive del mismo modo en todas las etapas y circunstancias de la vida, a veces muy duras. Se adapta y se transforma, y siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo. Comprendo a las personas que tienden a la tristeza por las graves dificultades que tienen que sufrir, pero poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias: «Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha […] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! […] Bueno es esperar en silencio la salvación del Señor» (Lm 3,17.21-23.26).
7. La tentación aparece frecuentemente bajo forma de excusas y reclamos, como si debieran darse innumerables condiciones para que sea posible la alegría. Esto suele suceder porque «la sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría».[2] Puedo decir que los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a qué aferrarse. También recuerdo la genuina alegría de aquellos que, aun en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo. De maneras variadas, esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo. No me cansaré de repetir aquellas palabras de Benedicto XVI que nos llevan al centro del Evangelio: «No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva».[3]
8. Sólo gracias a ese encuentro –o reencuentro– con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autorreferencialidad. Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero. Allí está el manantial de la acción evangelizadora. Porque, si alguien ha acogido ese amor que le devuelve el sentido de la vida, ¿cómo puede contener el deseo de comunicarlo a otros?
9. El bien siempre tiende a comunicarse. Toda experiencia auténtica de verdad y de belleza busca por sí misma su expansión, y cualquier persona que viva una profunda liberación adquiere mayor sensibilidad ante las necesidades de los demás. Comunicándolo, el bien se arraiga y se desarrolla. Por eso, quien quiera vivir con dignidad y plenitud no tiene otro camino más que reconocer al otro y buscar su bien. No deberían asombrarnos entonces algunas expresiones de san Pablo: «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5,14); «¡Ay de mí si no anunciara el Evangelio!» (1 Co 9,16).
10. La propuesta es vivir en un nivel superior, pero no con menor intensidad: «La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. De hecho, los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás».[4] Cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal: «Aquí descubrimos otra ley profunda de la realidad: que la vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros. Eso es en definitiva la misión».[5] Por consiguiente, un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral. Recobremos y acrecentemos el fervor, «la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas […] Y ojalá el mundo actual –que busca a veces con angustia, a veces con esperanza– pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo».[6]
11. Un anuncio renovado ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. En realidad, su centro y esencia es siempre el mismo: el Dios que manifestó su amor inmenso en Cristo muerto y resucitado. Él hace a sus fieles siempre nuevos; aunque sean ancianos, «les renovará el vigor, subirán con alas como de águila, correrán sin fatigarse y andarán sin cansarse» (Is 40,31). Cristo es el «Evangelio eterno» (Ap 14,6), y es «el mismo ayer y hoy y para siempre» (Hb 13,8), pero su riqueza y su hermosura son inagotables. Él es siempre joven y fuente constante de novedad. La Iglesia no deja de asombrarse por «la profundidad de la riqueza, de la sabiduría y del conocimiento de Dios» (Rm 11,33). Decía san Juan de la Cruz: «Esta espesura de sabiduría y ciencia de Dios es tan profunda e inmensa, que, aunque más el alma sepa de ella, siempre puede entrar más adentro».[7] O bien, como afirmaba san Ireneo: «[Cristo], en su venida, ha traído consigo toda novedad».[8] Él siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad y, aunque atraviese épocas oscuras y debilidades eclesiales, la propuesta cristiana nunca envejece. Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio, brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre «nueva».
12. Si bien esta misión nos reclama una entrega generosa, sería un error entenderla como una heroica tarea personal, ya que la obra es ante todo de Él, más allá de lo que podamos descubrir y entender. Jesús es «el primero y el más grande evangelizador».[9] En cualquier forma de evangelización el primado es siempre de Dios, que quiso llamarnos a colaborar con Él e impulsarnos con la fuerza de su Espíritu. La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que Él inspira, la que Él provoca, la que Él orienta y acompaña de mil maneras. En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que «Él nos amó primero» (1 Jn 4,19) y que «es Dios quien hace crecer» (1 Co 3,7). Esta convicción nos permite conservar la alegría en medio de una tarea tan exigente y desafiante que toma nuestra vida por entero. Nos pide todo, pero al mismo tiempo nos ofrece todo.
13. Tampoco deberíamos entender la novedad de esta misión como un desarraigo, como un olvido de la historia viva que nos acoge y nos lanza hacia adelante. La memoria es una dimensión de nuestra fe que podríamos llamar «deuteronómica», en analogía con la memoria de Israel. Jesús nos deja la Eucaristía como memoria cotidiana de la Iglesia, que nos introduce cada vez más en la Pascua (cf. Lc 22,19). La alegría evangelizadora siempre brilla sobre el trasfondo de la memoria agradecida: es una gracia que necesitamos pedir. Los Apóstoles jamás olvidaron el momento en que Jesús les tocó el corazón: «Era alrededor de las cuatro de la tarde» (Jn 1,39). Junto con Jesús, la memoria nos hace presente «una verdadera nube de testigos» (Hb 12,1). Entre ellos, se destacan algunas personas que incidieron de manera especial para hacer brotar nuestro gozo creyente: «Acordaos de aquellos dirigentes que os anunciaron la Palabra de Dios» (Hb 13,7). A veces se trata de personas sencillas y cercanas que nos iniciaron en la vida de la fe: «Tengo presente la sinceridad de tu fe, esa fe que tuvieron tu abuela Loide y tu madre Eunice» (2 Tm1,5). El creyente es fundamentalmente «memorioso».
14. En la escucha del Espíritu, que nos ayuda a reconocer comunitariamente los signos de los tiempos, del 7 al 28 de octubre de 2012 se celebró la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos sobre el tema La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana. Allí se recordó que la nueva evangelización convoca a todos y se realiza fundamentalmente en tres ámbitos.[10] En primer lugar, mencionemos el ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna».[11] También se incluyen en este ámbito los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, expresándola de diversas maneras, aunque no participen frecuentemente del culto. Esta pastoral se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios.
En segundo lugar, recordemos el ámbito de «las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo»,[12] no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. La Iglesia, como madre siempre atenta, se empeña para que vivan una conversión que les devuelva la alegría de la fe y el deseo de comprometerse con el Evangelio.
Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio aquienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de antigua tradición cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción».[13]
15. Juan Pablo II nos invitó a reconocer que «es necesario mantener viva la solicitud por el anuncio» a los que están alejados de Cristo, «porque ésta es la tarea primordial de la Iglesia».[14] La actividad misionera «representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia»[15] y «la causa misionera debe ser la primera».[16] ¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia. En esta línea, los Obispos latinoamericanos afirmaron que ya «no podemos quedarnos tranquilos en espera pasiva en nuestros templos»[17] y que hace falta pasar «de una pastoral de mera conservación a una pastoral decididamente misionera».[18] Esta tarea sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para la Iglesia: «Habrá más gozo en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse» (Lc 15,7).
NECESIDAD DE MARIA PARA LLEGAR A JESUS.
María es la estrella que debe guiar nuestros pasos en nuestra búsqueda de Jesús. Dios quiso darnos a Jesús por medio de María y también por su medio llevarnos a el: A la voz de María, Isabel fue llena del Espíritu Santo y Juan fue santificado, en sus brazos encontraron los pastores a Jesús, en su regazo lo hallaron los Magos venidos de Oriente, solo con ella podemos los Cristianos de hoy encontrar seguramente a Jesús.
Hacernos discípulos suyos, seguidores e imitadores suyos, formar en nosotros la imagen viva de su divino Hijo, dóciles a la gracia de la cual ella es medianera universal y fieles a los impulsos del Espíritu Santo que en ella engendro a Jesús y solo en allá engendra para Dios a los nuevos hijos del Reino.
Poderosos son los enemigos de nuestra salvación y muy grandes los obstáculos que encontramos en el fiel seguimiento de Cristo y solo bajo su amparo podremos alcanzar como ella, la plena perfección en esta vida y la gloria entera en la otra.
EXHORTACIÓN APOSTÓLICA
EVANGELII GAUDIUM
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FILES LAICOS
SOBRE
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
EN EL MUNDO ACTUAL
EVANGELII GAUDIUM
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FILES LAICOS
SOBRE
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
EN EL MUNDO ACTUAL
ÍNDICE
I. Alegría que se renueva y se comunica [2-8]
Una eterna novedad [11-13]
III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe [14-18]
I. Una Iglesia en salida [20-24]
II. Pastoral en conversión [25-33]
III. Desde el corazón del Evangelio [34-39]
IV. La misión que se encarna en los límites humanos [40-45]
V. Una madre de corazón abierto [46-49]
I. Algunos desafíos del mundo actual [52-75]
No a una economía de la exclusión [53-54]
No a la nueva idolatría del dinero [55-56]
No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58]
No a la inequidad que genera violencia [59-60]
Algunos desafíos culturales [61-67]
Desafíos de la inculturación de la fe [68-70]
Desafíos de las culturas urbanas [71-75]
II. Tentaciones de los agentes pastorales [76-109]
Sí al desafío de una espiritualidad misionera [78-80]
No a la acedia egoísta [81-83]
No al pesimismo estéril [84-86]
Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92]
No a la mundanidad espiritual [93-97]
No a la guerra entre nosotros [98-101]
Otros desafíos eclesiales [102-109]
I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134]
Un pueblo para todos [112-114]
Un pueblo con muchos rostros [115-118]
Todos somos discípulos misioneros [119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126]
Persona a persona [127-129]
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131]
Cultura, pensamiento y educación [132-134]
II. La homilía [135-144]
El contexto litúrgico [137-138]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras que hacen arder los corazones [142-144]
III. La preparación de la predicación [145-159]
El culto a la verdad [146-148]
La personalización de la Palabra [149-151]
La lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos pedagógicos [156-159]
IV. Una evangelización para la profundización del kerygma [160-175]
Una catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173]
En torno a la Palabra de Dios [174-175]
Confesión de la fe y compromiso social [178-179]
El Reino que nos reclama [180-181]
La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185]
II. La inclusión social de los pobres [186-216]
Unidos a Dios escuchamos un clamor [187-192]
Fidelidad al Evangelio para no correr en vano [193-196]
El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios [197-201]
Economía y distribución del ingreso [202-208]
Cuidar la fragilidad [209-216]
III. El bien común y la paz social [217-237]
El tiempo es superior al espacio [222-225]
La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]
La realidad es más importante que la idea [231-233]
El todo es superior a la parte [234-237]
IV. El diálogo social como contribución a la paz [238-258]
El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias [242-243]
El diálogo ecuménico [244-246]
Las relaciones con el Judaísmo [247-249]
El diálogo interreligioso [250-254]
El diálogo social en un contexto de libertad religiosa [255-258]
I. Motivaciones para un renovado impulso misionero [262-283]
II. María, la Madre de la evangelización [284-288]
Encuentro con los sacerdotes, personas consagradas
CONSEJOS Y DE PASTORAL
CONSEJOS Y DE PASTORAL
DISCURSO DEL PAPA FRANCISCO
Catedral de San Rufino, Assisi
Viernes, 04 de octubre 2013
Viernes, 04 de octubre 2013
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