viernes, 6 de septiembre de 2013

AMIGO





La Biblia dice: “tené uno o dos amigos”. Antes de considerar a uno amigo, hay que dejar que el tiempo lo pruebe, a ver cómo reacciona delante de uno.
El Papa explica que “un amigo no es un conocido, uno con el cual pasa un buen rato de conversación. La amistad es algo hondo. Yo creo que Jesús quiso que se diera esto”.  
Asimismo Francisco afirma haberse sentido “usado por gente que se ha presentado como amiga y a quien yo quizá no había visto más que una o dos veces en la vida, y ha usado eso para su provecho. Pero es una experiencia por la que pasamos todos, la amistad utilitaria”.

La amistad --explica el Papa-- es un acompañar la vida del otro desde un presupuesto tácito. Y añade que “en general las verdaderas amistades, no se explicitan, se dan y se van como cultivando. A tal punto que la otra persona ya entró en mi vida como preocupación, como buen deseo, como sana curiosidad de saber cómo le va a él, a su familia, a sus hijos. Es decir que uno va entrando”.

Jesús llama a la puerta de nuestro corazón y nos pide entrar, no solamente por un día pero para siempre"
(Benedicto XVI)

BENEDICTO XVI  en su Homilía en la solemnidad de los santos Pedro y Pablo : MEMORIA ÍNTIMA DE SESENTA AÑOS DE SACERDOCIO



CIUDAD DEL VATICANO, miércoles, 29 de junio de 2011 Señor, ayúdame siempre a conocerte mejor. Ayúdame a estar cada vez más unido a tu voluntad. Ayúdame a vivir mi vida, no para mí mismo, sino junto a Ti para los otros. Ayúdame a ser cada vez más tu amigo.
Él me llama amigo. Me acoge en el círculo de aquellos a los que se había dirigido en el Cenáculo. En el grupo de los que Él conoce de modo particular y que, así, llegan a conocerle de manera particular. Me otorga la facultad, que casi da miedo, de hacer aquello que sólo Él, el Hijo de Dios, puede decir y hacer legítimamente: Yo te perdono tus pecados.

Él se fía de mí: «Ya no siervos, sino amigos». Me confía las palabras de la Consagración en la Eucaristía. Me considera capaz de anunciar su Palabra, de explicarla rectamente y de llevarla a los hombres de hoy. Él se abandona a mí.

Las palabras de Jesús sobre la amistad están en el contexto del discurso sobre la vid. El Señor enlaza la imagen de la vid con una tarea que encomienda a los discípulos: «Os he elegido y os he destinado para vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca»

Tu eres mi amigo porque has puesto tus cosas en mis manos. Yo sere tu amigo cuando ponga las mias en las tuyas.

Sus enseñanzas seguirán siendo una referencia segura y necesaria para la Iglesia en los tiempos que vienen.



IDENTIDAD SACERDOTAL
Si nosotros entendemos lo que significa “Ser Sacerdotes” llamados por Cristo, ungidos por Cristo y enviados por Cristo, de ahí se desprendera nuestra acción pastoral , nuestra alegría y nuestra motivación para que cuando Cristo nos pida por medio de nuestro Obispo un servicio, aqui o alla, sabremos mostrarnos dispuestos y agradecidos con el Señor que nos llamó para enviarnos.





Queridos hermanos y hermanas:
El pasado viernes 19 de junio, solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús y Jornada tradicionalmente dedicada a la oración por la santificación de los sacerdotes, tuve la alegría de inaugurar el Año sacerdotal, convocado con ocasión del 150° aniversario del "nacimiento para el cielo" del cura de Ars, san Juan Bautista María Vianney. Y al entrar en la basílica vaticana para lacelebración de las Vísperas, casi como primer gesto simbólico, visité la capilla del Coro para venerar la reliquia de este santo pastor de almas: su corazón. ¿Por qué un Año sacerdotal? ¿Por qué precisamente en recuerdo del santo cura de Ars, que aparentemente no hizo nada extraordinario?


La divina Providencia ha hecho que su figura se uniera a la de san Pablo. De hecho, mientras está concluyendo el Año paulino, dedicado al Apóstol de los gentiles, modelo de extraordinario evangelizador que realizó diversos viajes misioneros para difundir el Evangelio, este nuevo año jubilar nos invita a mirar a un pobre campesino que llegó a ser un humilde párroco y desempeñó su servicio pastoral en una pequeña aldea. Aunque los dos santos se diferencian mucho por las trayectorias de vida que los caracterizaron —el primero pasó de región en región para anunciar el Evangelio; el segundo acogió a miles y miles de fieles permaneciendo siempre en su pequeña parroquia—, hay algo fundamental que los une: su identificación total con su propio ministerio, su comunión con Cristo que hacía decir a san Pablo: "Estoy crucificado con Cristo. Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí" (Ga 2, 19-20). Y san Juan María Vianney solía repetir: "Si tuviésemos fe, veríamos a Dios escondido en el sacerdote como una luz tras el cristal, como el vino mezclado con agua".


Por tanto, como escribí en la carta enviada a los sacerdotes para esta ocasión, este Año sacerdotal tiene como finalidad favorecer la tensión de todo presbítero hacia la perfección espiritual de la cual depende sobre todo la eficacia de su ministerio, y ayudar ante todo a los sacerdotes, y con ellos a todo el pueblo de Dios, a redescubrir y fortalecer más la conciencia del extraordinario e indispensable don de gracia que el ministerio ordenado representa para quien lo ha recibido, para la Iglesia entera y para el mundo, que sin la presencia real de Cristo estaría perdido.


No cabe duda de que han cambiado las condiciones históricas y sociales en las cuales se encontró el cura de Ars y es justo preguntarse cómo pueden los sacerdotes imitarlo en la identificación con su ministerio en las actuales sociedades globalizadas. 
En un mundo en el que la visión común de la vida comprende cada vez menos lo sagrado, en cuyo lugar lo "funcional" se convierte en la única categoría decisiva, la concepción católica del sacerdocio podría correr el riesgo de perder su consideración natural, a veces incluso dentro de la conciencia eclesial. Con frecuencia, tanto en los ambientes teológicos como también en la práctica pastoral concreta y de formación del clero, se confrontan, y a veces se oponen, dos concepciones distintas del sacerdocio.
A este respecto, hace algunos años subrayé que existen, "por una parte, una concepción social-funcional que define la esencia del sacerdocio con el concepto de "servicio": el servicio a la comunidad, en la realización de una función... Por otra parte, está la concepción sacramental-ontológica, que naturalmente no niega el carácter de servicio del sacerdocio, pero lo ve anclado en el ser del ministro y considera que este ser está determinado por un don concedido por el Señor a través de la mediación de la Iglesia, cuyo nombre es sacramento" (J. Ratzinger, Ministerio y vida del sacerdote, en Elementi di Teologia fondamentale. Saggio su fede e ministero, Brescia 2005, p. 165).
También la derivación terminológica de la palabra "sacerdocio" hacia el sentido de "servicio, ministerio, encargo", es signo de esa diversa concepción. A la primera, es decir, a la ontológico-sacramental está vinculado el primado de la Eucaristía, en el binomio "sacerdocio-sacrificio", mientras que a la segunda correspondería el primado de la Palabra y del servicio del anuncio.


Bien mirado, no se trata de dos concepciones contrapuestas, y la tensión que existe entre ellas debe resolverse desde dentro. Así el decreto Presbyterorum ordinis del concilio Vaticano II afirma: "Por la predicación apostólica del Evangelio se convoca y se reúne el pueblo de Dios, de manera que todos (...) se ofrezcan a sí mismos como "sacrificio vivo, santo, agradable a Dios" (Rm 12, 1).
Por medio del ministerio de los presbíteros se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único mediador. Este se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, en nombre de toda la Iglesia, por manos de los presbíteros, hasta que el Señor venga" (n. 2).


Entonces nos preguntamos: "¿Qué significa propiamente para los sacerdotes evangelizar? ¿En qué consiste el así llamado primado del anuncio?". Jesús habla del anuncio del reino de Dios como de la verdadera finalidad de su venida al mundo y su anuncio no es sólo un "discurso". Incluye, al mismo tiempo, su mismo actuar: los signos y los milagros que realiza indican que el Reino viene al mundo como realidad presente, que coincide en último término con su misma persona.
En este sentido, es preciso recordar que, también en el primado del anuncio, la palabra y el signo son inseparables. La predicación cristiana no proclama "palabras", sino la Palabra, y el anuncio coincide con la persona misma de Cristo, ontológicamente abierta a la relación con el Padre y obediente a su voluntad.


Por tanto, un auténtico servicio a la Palabra requiere por parte del sacerdote que tienda a una profunda abnegación de sí mismo, hasta decir con el Apóstol: "Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí". El presbítero no puede considerarse "dueño" de la palabra, sino servidor. Él no es la palabra, sino que, como proclamaba san Juan Bautista, cuya Natividad celebramos precisamente hoy, es "voz" de la Palabra: "Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas" (Mc 1, 3).

Ahora bien, para el sacerdote ser "voz" de la Palabra no constituye únicamente un aspecto funcional. Al contrario, supone un sustancial "perderse" en Cristo, participando en su misterio de muerte y de resurrección con todo su ser: inteligencia, libertad, voluntad y ofrecimiento de su cuerpo, como sacrificio vivo (cf. Rm 12, 1-2). 

Sólo la participación en el sacrificio de Cristo, en su kénosis, hace auténtico el anuncio. Y este es el camino que debe recorrer con Cristo para llegar a decir al Padre juntamente con él: "No se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú" (Mc 14, 36). Por tanto, el anuncio conlleva siempre también el sacrificio de sí, condición para que el anuncio sea auténtico y eficaz.

Alter Christus, el sacerdote está profundamente unido al Verbo del Padre, que al encarnarse tomó la forma de siervo, se convirtió en siervo (cf. Flp 2, 5-11). El sacerdote es siervo de Cristo, en el sentido de que su existencia, configurada ontológicamente con Cristo, asume un carácter esencialmente relacional: está al servicio de los hombres en Cristo, por Cristo y con Cristo.
Precisamente porque pertenece a Cristo, el sacerdote está radicalmente al servicio de los hombres: es ministro de su salvación, de su felicidad, de su auténtica liberación, madurando, en esta aceptación progresiva de la voluntad de Cristo, en la oración, en el "estar unido de corazón" a él.
Por tanto, esta es la condición imprescindible de todo anuncio, que conlleva la participación en el ofrecimiento sacramental de la Eucaristía y la obediencia dócil a la Iglesia.


El santo cura de Ars repetía a menudo con lágrimas en los ojos: "¡Da miedo ser sacerdote!". Y añadía: "¡Es digno de compasión un sacerdote que celebra la misa de forma rutinaria! ¡Qué desgraciado es un sacerdote sin vida interior!". Que el Año sacerdotal impulse a todos los sacerdotes a identificarse totalmente con Jesús crucificado y resucitado, para que, imitando a san Juan Bautista, estemos dispuestos a "disminuir" para que él crezca; para que, siguiendo el ejemplo del cura de Ars, sientan de forma constante y profunda la responsabilidad de su misión, que es signo y presencia de la misericordia infinita de Dios. Encomendemos a la Virgen, Madre de la Iglesia, el Año sacerdotal recién comenzado y a todos los sacerdotes del mundo.


SACERDOTE SANTO
"Es una sorpresa muy grande para todos, nadie lo esperaba. una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia
esta decisión pone de relieve la profunda espiritualidad del Santo Padre, la lucidez con que ha tomado esta determinación y su gran amor a la Iglesia a la que ha querido servir siempre con la máxima entrega en los diversos ministerios que el Señor le ha confiado. Ahora desde lo alto de su nueva cruz sufriendo y rezando al cazara para la Iglesia de Cristo la victoria que viene de Dios.
DIOS NOS HA ELEGIDO PARA SU SERVICIO
Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.
Para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor... vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer desarrollar el encargo que se me ha confiado.
Lo he hecho con plena libertad por el bien de la Iglesia, tras haber orado durante mucho tiempo y haber examinado mi conciencia ante Dios, muy consciente de la importancia de este acto, pero consciente al mismo tiempo de no estar ya en condiciones de desempeñar el ministerio petrino con la fuerza que éste requiere. Me sostiene y me ilumina la certeza de que la Iglesia es de Cristo, que no dejará de guiarla y cuidarla. Agradezco a todos el amor y la plegaria con que me habéis acompañado. Gracias.



“Dios ama a su elegidos y los cuida” con un amor y una fidelidad que nunca falta.
No debemos olvidar que las predilecciones de Dios tienen este sello divino: Dada nuestra pequeñez en el orden natural y nuestra NADA en el orden de la gracia, sino al contrario: hasta donde puede llegar si se abandona a sus inclinaciones. La predilección de Dios NO tienen su causa en la criatura, Dios causa la bondad de la criatura preferida. Cristo esposo divino de la Iglesia es El que la embellece con su Gracia.


Muy bien lo expresó la Santísima Virgen María en el Magnificat: “Glorifica mi alma al Señor y mi espíritu se llena de gozo en Dios mi Salvador...  Porque miró la pequeñez de su esclava, e hizo cosas grandes en Mi, el que es Todopoderoso y su misericordia se extiende de generación en generación a los que le temen.



¿Qué hizo Jesús  en sus sacerdotes?
Una Configuración Ontológico-sacramental a Cristo Sacerdote.
Otorgarles una Nueva identidad que es dada a aquel que es investido del Orden Sacerdotal: La Participación en su Único y eterno Sacerdocio. La Imitación de Cristo que esto implica:
Continuar su dulce misión de Salvador, pero más que todo, imitar su vida interior: Amar, venerar, dar gusto al Padre y tener una sola voluntad con la suya. Aqui esta lo mas alto de la transformación. Un sacerdote necesita ser santo para santificar, estar poseído, compenetrado de mi Santo Espíritu. Y Cual es mi Espíritu sino el Espíritu Santo.


Estar unido a Jesús, identificado con El para poder continuar su misión:  El fin de la santificación de las almas es la gloria del Padre, la esencia de esa obra maravillosa es la transformación en Jesús.


Transformarse en Jesús es llevar grabada en el alma, con rasgos de luz divina la imagen de Jesús, Sabiduría Increada.



Pidan y ofrezcan todos sus sacrificios y dolores en Mi unión por el esplendor de mi Iglesia, en sus sacerdotes santos. Vendrá una reacción más fecunda en ella, por la transformación de sus sacerdotes en Mi, que abrirá nuevos horizontes de perfección a las almas por el Espíritu Santo.


“Quiero en mis sacerdotes la perfecta transformación en Mí para que su vida entera sea un acto de amor continuado a mi Padre Celestial, porque esa fue mi vida en la tierra y la que ellos deben continuar”.


Mi Padre entonces derramara muy abundantes bendiciones sobre la Iglesia, al contemplarme a Mí en los sacerdotes;  entonces se realizará aquel ideal preconcebido en mi mente divina eternamente, de la extensión del Verbo divino hecho hombre en su Iglesia, para la gloria de la Trinidad. Entonces los sacerdotes unificados en Mi, su Cabeza suprema, formaremos un solo sacerdote y seremos uno en la unidad de la Trinidad.


EL AMOR INFINITO DEL PADRE POR EL HOMBRE
Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, que domine los peces del mar las aves del cielo...
Los hizo hombre y mujer, capaces de dar la vida a un hombre como la dio Él al primer hombre.
Y en el orden de la Gracia les hizo partícipes de la misma Naturaleza Divina, la que es el principio Operativo de las operaciones divinas. Para que pudieran conocer a Dios como Él se conoce, que pudieran amar lo que El ama, que pudieran amarlo como Él se ama. Con un amor de Caridad, exiguo si se quiere aquí en la tierra y con la oscuridad de la Fe, pero pleno en el cielo con la Luz de la gloria y el fuego ardiente del Espíritu Santo en todo su esplendor.
Entre tanto nos dejo el Nuevo Maná, todo el amor que el Padre ha derramado sobre el mundo, su Carne inmolada, el Pan de la vida que ha bajado del cielo y que la víspera de su pasión  en la noche en que fue traicionado por uno de sus discípulos  y abandonado por todos, se quedó con nosotros hasta la consumación del mundo, inmolándose anticipadamente y dándose como alimento de vida eterna, porque quien lo come no morirá para siempre. Y tal es su amor que aun se inmola de muchas formas en la Misa, en su presencia Eucarística y al entrar en las almas.



MIRADA.
Mi eterna mirada sobre los sacerdotes, mirada purísima de amor, de elección, los envolvió eternamente y abarcó no sólo
a su alma predilecta, sino a miles de almas también, pues que cada sacerdote es cabeza de otras muchas almas.


Yo al mirar eternamente a un sacerdote vi en el un escuadrón
de almas por él engendradas con la fecundación del Padre, por el redimidas en unión de mis méritos, por el formadas santificadas y salvadas, que me darían gloria eternamente.


Esa mirada de la Trinidad, al engendrar en su mente un alma de sacerdote, producida en Mí por el Padre y el Espíritu Santo, ya abarcaba en el tiempo -por el concurso del sacerdote-, un mundo de otras almas que a su tiempo engendraría él espiritualmente en mi Iglesia para darme gloria.
Cada sacerdote, eternamente concebido en el Padre, tiene una especie de eterna generación unida al Verbo. No es cualquier cosa la vida de un sacerdote, tiene un origen espiritual y divino; tiene un germen del cielo, tiene concurso de la Trinidad; tiene algo de infinito procedente del Padre y de su fecundidad que comunica al sacerdote para que le de almas. Por eso es tan sublime tan santa, tan sobrehumana la vocación de un sacerdote y su misión en la tierra.


No hay idea en el mundo material ni en el intelectual de la
grandeza de un sacerdote. Yo fui y soy el Sacerdote eterno, y como Yo vengo del Padre, los sacerdotes -hermanos míos- vienen también de ese Padre amado, y por el Espíritu Santo (que procede del Padre y del Hijo) son sublimados.


Toda la Trinidad concurre en la formación de un sacerdote, y no hay altura en el cielo y en la tierra, después de la Trinidad y de María, comparable con la del sacerdote.


Ya se verá si tiene por derecho, por consanguinidad -si cabe decirlo- con la Trinidad por sus inmensas prerrogativas, si tiene que ser santo.


CONSAGRACIÓN DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA

Madre Inmaculada, en este lugar de gracia, convocados por el amor de tu Hijo Jesús, Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,
hijos en el Hijo y sacerdotes suyos, nos consagramos a tu Corazón materno, para cumplir fielmente la voluntad del Padre.
Somos conscientes de que, sin Jesús, no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5) y de que, sólo por Él, con Él y en Él,
seremos instrumentos de salvación para el mundo.

Esposa del Espíritu Santo, alcánzanos el don inestimable de la transformación en Cristo.
Por la misma potencia del Espíritu que, extendiendo su sombra sobre Ti, te hizo Madre del Salvador,
ayúdanos para que Cristo, tu Hijo, nazca también en nosotros. Y, de este modo, la Iglesia pueda ser renovada por santos sacerdotes, transfigurados por la gracia de Aquel que hace nuevas todas las cosas. Madre de Misericordia, ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado
a ser como Él: luz del mundo y sal de la tierra (cfr. Mt 5,13-14).

Ayúdanos, con tu poderosa intercesión, a no desmerecer esta vocación sublime, a no ceder a nuestros egoísmos,
ni a las lisonjas del mundo, ni a las tentaciones del Maligno. Presérvanos con tu pureza, custódianos con tu humildad
y rodéanos con tu amor maternal, que se refleja en tantas almas consagradas a ti y que son para nosotros auténticas madres espirituales.

Madre de la Iglesia, nosotros, sacerdotes, queremos ser pastores que no se apacientan a sí mismos, sino que se entregan a Dios por los hermanos, encontrando la felicidad en esto. Queremos cada día repetir humildemente no sólo de palabra sino con la vida, nuestro “aquí estoy”.
Guiados por ti, queremos ser Apóstoles de la Divina Misericordia, llenos de gozo por poder celebrar diariamente el Santo Sacrificio del Altar
y ofrecer a todos los que nos lo pidan el sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia, tu que estas unida a la única mediación universal de Cristo, pide a Dios, para nosotros, un corazón completamente renovado, que ame a Dios con todas sus fuerzas y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.
Repite al Señor esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3), para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros, como una nueva efusión, el Espíritu Santo.

Lleno de admiración y de gratitud por tu presencia continua entre nosotros, en nombre de todos los sacerdotes, también yo quiero exclamar:
“¿quién soy yo para que me visite la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)

Madre nuestra desde siempre, no te canses de “visitarnos”, consolarnos, sostenernos. Ven en nuestra ayuda y líbranos de todos los peligros que nos acechan. Con este acto de ofrecimiento y consagración, queremos acogerte de un modo más profundo y radical, para siempre y totalmente, en nuestra existencia humana y sacerdotal.


Que tu presencia haga reverdecer el desierto de nuestras soledades y brillar el sol en nuestras tinieblas, haga que torne la calma después de la tempestad, para que todo hombre vea la salvación del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús, reflejado en nuestros corazones, unidos para siempre al tuyo.





lunes, 11 de febrero de 2013


Carta de renuncia del Papa Benedicto XVI



CONCISTORO ORDINARIO PUBBLICO - DECLARATIO DEL
 SANTO PADRE BENEDETTO XVI SULLA SUA RINUNCIA AL MINISTERO
DI VESCOVO DI ROMA,  SUCCESSORE DI SAN PIETRO , 11.02.2013


Cardenal Joseph Alois Ratzinger





Queridísimos hermanos,


Os he convocado a este Consistorio, no sólo para las tres causas de canonización, sino también para comunicaros una decisión de gran importancia para la vida de la Iglesia. Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino. Soy muy consciente de que este ministerio, por su naturaleza espiritual, debe ser llevado a cabo no únicamente con obras y palabras, sino también y en no menor grado sufriendo y rezando.

Sin embargo, en el mundo de hoy, sujeto a rápidas transformaciones y sacudido por cuestiones de gran relieve para la vida de la fe, para gobernar la barca de san Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado. 

Por esto, siendo muy consciente de la seriedad de este acto, con plena libertad, declaro que renuncio al ministerio de Obispo de Roma, Sucesor de San Pedro, que me fue confiado por medio de los Cardenales el 19 de abril de 2005, de forma que, desde el 28 de febrero de 2013, a las 20.00 horas, la sede de Roma, la sede de San Pedro, quedará vacante y deberá ser convocado, por medio de quien tiene competencias, el cónclave para la elección del nuevo Sumo Pontífice.

Queridísimos hermanos, os doy las gracias de corazón por todo el amor y el trabajo con que habéis llevado junto a mí el peso de mi ministerio, y pido perdón por todos mis defectos. Ahora, confiamos la Iglesia al cuidado de su Sumo Pastor, Nuestro Señor Jesucristo, y suplicamos a María, su Santa Madre, que asista con su materna bondad a los Padres Cardenales al elegir el nuevo Sumo Pontífice. Por lo que a mi respecta, también en el futuro, quisiera servir de todo corazón a la Santa Iglesia de Dios con una vida dedicada a la plegaria.

Vaticano, 10 de febrero 2013.

BENEDICTUS PP.  XVI




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viernes, 4 de enero de 2013


Hay Poder en la Oración




Sermon de Billy Graham

No somos los dueños de nuestro destino, ni individualmente, ni como nación. ¿Cómo podemos jactarnos de controlar nuestro destino cuando un virus puede paralizar a decenas de miles? ¿Cómo puede nuestro país insistir en que nosotros, con nuestro poderío militar, nuestra tremenda riqueza y nuestras alianzas con otros países, somos los dueños de nuestro propio destino, cuando la historia demuestra que Dios fue quien diseñó el curso de esta nación?

Estamos atrapados en una corriente de la historia que no podemos controlar. Hay un solo poder que puede cambiar el curso de la historia, y es el poder de la oración: la oración de hombres y mujeres que creen en Cristo y reverencian a Dios.

Pero hoy, hemos llegado a un punto en que muchas personas consideran que la oración es una mera formalidad. No tenemos el sentido de buscar ese acercamiento con Dios, sino, más bien, de cumplir una tradición venerable. Pero ¿cómo podemos seguir adelante si no hacemos un nuevo énfasis en la oración?

Miles de personas oran solo en tiempos de gran tensión, peligro o incertidumbre. Cristo les enseñó a sus seguidores que oraran siempre. Tan fervientes y tan directas eran las oraciones de Jesús que una vez, cuando Él había terminado de orar, sus seguidores se acercaron a Él y le dijeron: “Señor, enséñanos a orar” (Lucas 11:1).

De tapa a tapa de la Biblia se encuentran relatos de personas cuyas oraciones fueron contestadas; personas que cambiaron la dirección de la historia por medio de la oración; personas que oraron fervientemente, y Dios contestó. Abraham oró, y mientras él oró, Dios no destruyó la ciudad de Sodoma, donde vivía Lot, el sobrino de Abraham.

Ezequías oró cuando su ciudad era amenazada por el ejército invasor de los asirios comandado por Senaquerib. Todo el ejército de Senaquerib fue destruido y la nación fue librada por una generación más… porque el rey había orado.

Elías oró, y Dios envió fuego del cielo para consumir la ofrenda del altar que él había construido en presencia de los enemigos del Señor. Eliseo oró, y el hijo de la sunamita resucitó de los muertos. Jesús oró junto a la entrada de la tumba de Lázaro, y el que había estado muerto durante cuatro días salió, vivo. El ladrón crucificado oró, y Jesús le aseguró que iba a estar con Él en el paraíso. Pablo oró, y nacieron iglesias en Asia Menor y en Europa. Pedro oró, y Dorcas resucitó para poder servir a Jesucristo varios años más.

John Wesley oró, y llegó el avivamiento a Inglaterra. Jonathan Edwards oró, y llegó el avivamiento a Northampton, Massachusetts (EUA), y miles de personas se sumaron a las iglesias. La historia ha cambiado una y otra vez a causa de la oración, y puede cambiar de nuevo si hay personas que se ponen de rodillas y oran con fe.

¡Qué cosa gloriosa sería si millones de nosotros hiciéramos uso del privilegio de orar! Jesucristo murió para hacer que esta comunión y esta comunicación con el Padre fueran posibles. Él nos dijo que hay gozo en el cielo cuando un pecador se aparta del pecado para buscar a Dios y susurra la sencilla oración: “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”.

Cuando los discípulos fueron a ver a Jesús y le pidieron que les enseñara a orar, el Salvador respondió dándoles la petición modelo: el Padrenuestro. No obstante, eso solo fue parte de su sagrada instrucción. Hay decenas de pasajes en que Jesucristo ofrece otras indicaciones, y dado que Él practicaba lo que predicaba, toda su vida fue una serie de lecciones sobre la oración constante. Jesús tuvo solo tres años de ministerio público, pero nunca estaba demasiado apurado para pasar horas orando.

A diferencia de Él, ¡cuán poco tiempo y con cuán poca intensidad oramos nosotros! Cada mañana, recitamos a las apuradas partes de versículos que aprendimos de memoria y nos despedimos de Dios por el resto del día, hasta que nuevamente a las corridas le enviamos algunas peticiones finales por la noche. Este no es el programa de oración que Jesús diseñó. Jesús rogaba durante mucho tiempo y en repetidas ocasiones. Está escrito que pasaba noches enteras suplicando fervorosamente. Pero ¡qué poca perseverancia, qué poca persistencia demostramos nosotros en nuestros ruegos!

La Biblia dice: “Oren sin cesar” (1 Tesalonicenses 5:17). Este debería ser el lema de todo seguidor de Cristo Jesús. Nunca deje de orar, por oscuro y desesperante que parezca su caso. Una mujer me escribió cierta vez para contarme que había estado rogando durante diez años para que su esposo se convirtiera, pero él estaba más endurecido que nunca. Le aconsejé que continuara orando. Tiempo después, volví a tener noticias de ella. Me contó que su esposo se había convertido gloriosa y milagrosamente cuando ya hacía once años que ella estaba orando. ¡Imagine si ella hubiera dejado de orar a los diez años!

Con frecuencia, nuestro Señor oraba solo, apartado de toda distracción terrenal. Quisiera instarle a que elija una habitación o un rincón de su casa donde pueda encontrarse con regularidad con el Señor. Esa oración callada, escondida, en la que el alma se encuentra con Dios acercándose a su presencia puede ser la bendición más grande para usted.

Cuando observamos la vida de oración de Jesús, notamos la intensidad con que Él oraba. El Nuevo Testamento dice que, en Getsemaní, Él clamó a gran voz; que en la intensidad de su súplica, cayó de bruces en el terreno húmedo del huerto; que rogó hasta que su sudor era “como gotas de sangre” (Lucas 22: 44).

Muchas veces, hacemos peticiones mezquinas, ejercicios de oratoria, usando palabras de otros, en lugar clamar desde lo más profundo de nuestro ser. Muchas veces, cuando vamos a orar, nuestros pensamientos divagan. Insultamos a Dios al hablarle con nuestros labios mientras nuestro corazón está lejos de Él. Supongamos que estamos hablando con una persona muy importante; ¿permitiríamos que nuestros pensamientos divaguen por un instante, acaso? No; estaríamos profundamente interesados en todo lo que se diga en esos momentos. ¿Cómo, entonces, nos atrevemos a tratar con menos respeto al Rey de reyes?

Jesús nos enseña por quién debemos interceder. ¡Cuán sorprendentes son sus instrucciones, y su ejemplo! Nos dice: “Oren por quienes los ultrajan y los persiguen” (Mateo 5:44). Debemos rogar por nuestros enemigos y pedir a Dios que los lleve a Cristo y, por Él, los perdone.

Las primeras palabras que Jesús pronunció desde la cruz, después que los gruesos clavos habían atravesado sus manos y sus pies, fueron de intercesión por quienes lo habían crucificado: “—Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). ¿Cuántos de nosotros hemos pasado algún tiempo orando por nuestros enemigos?

También nos dice la Biblia que oremos por la conversión de los pecadores. Cierta vez, escuché un intercambio de ideas entre algunos líderes sobre cómo comunicar el evangelio. Ni una sola vez mencionaron la oración Pero sé que hay decenas de iglesias que tienen muchas conversiones todos los años, solo como respuesta a la oración. Si hay una persona conocida nuestra que necesita a Cristo en su vida, debemos comenzar a orar por ella. Nos sorprenderemos al ver cómo Dios comienza a obrar.

Una lección más que Jesús enseña es la victoriosa seguridad de que Dios responde toda petición sincera. Los escépticos pueden cuestionarlo, negarlo o burlarse. Pero Cristo mismo hizo esta promesa: “Si ustedes creen, recibirán todo lo que pidan en oración” (Mateo 21:22). Debemos confiar en esa promesa. Nuestro Padre es dueño de todo, y Él “les proveerá de todo lo que necesiten, conforme a las gloriosas riquezas que tiene en Cristo Jesús” (Filipenses 4:19).

Dios puede derrotar a cada uno de los enemigos de su alma y defenderlo a usted de todo peligro. Nada es imposible para Él. No hay tarea demasiado ardua, no hay problema demasiado difícil, no hay ninguna carga demasiado pesada para el amor de Dios. Él conoce completamente el futuro, con sus miedos y sus incertidumbres. Acuda a Él y diga, junto con Job: “Mas él conoce mi camino; me probará, y saldré como oro” (Job 23:10, RV60).

No ponga su voluntad por encima de la voluntad de Dios. No insista en hacer las cosas a su manera. No le diga a Dios lo que tiene que hacer. Más bien, aprenda la difícil lección de orar como oró el mismísimo Hijo de Dios sin pecado: “No se cumpla mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

Muchos de ustedes nunca han llegado a conocer a Jesucristo como para orar en su nombre. La Biblia dice que el único mediador entre Dios y el hombre es Jesucristo. Usted debe conocerlo, y debe orar en su nombre. Así, sus oraciones serán dirigidas conforme a la voluntad de Dios.

Si no sabe cómo orar, comience ahora mismo diciendo: “Dios, ten misericordia de mí, que soy pecador”. Pídale a Dios que perdone todo su pecado, transforme su vida y lo convierta en una persona nueva. Él puede hacerlo hoy mismo como respuesta a una sencilla oración.
Así sea.



Benedicto XVI: Los momentos más importantes... y cotidianos de su pontificado

2015-04-23

19 de abril, 2005
"Los señores cardenales me han elegido a mí, un sencillo y humilde trabajador de la viña del Señor. Me consuela el hecho de que el Señor sabe actuar con instrumentos insuficientes”.

Humildad. Ocho años de pontificado que se caracterizaron por su humildad y un trabajo silencioso. Para conmemorar el décimo aniversario de la elección de Benedicto XVI sale a la luz un libro inédito sobre su pontificado. A la presentación de "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres” acudieron el hermano del Papa emérito, Georg Ratzinger y su secretario, Georg Gänswein.

ALBRECHT WEILAND 
Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Para nosotros es muy importante porque nuestra editorial normalmente se enfoca en libros de arte,  de cultura y sobre todo de cultura cristiana. Desde hace poco publicamos también sobre historia, y Benedicto XVI es una pieza muy importante de la historia y por eso decidimos publicar un libro sobre este personaje tan importante”.

Las fotografías y los testimonios juegan un papel esencial en el nuevo volumen que se presentó en el cementerio teutónico del Vaticano. 

CHRISTIAN SCHALLER 
Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Es un regalo para Benedicto para recordar sus ocho años de pontificado, es un honor. Hemos intentado hacer fácil la lectura escogiendo temas y fotografías que son grandes escenas de su pontificado”. 

Fotografías que recogen grandes momentos y otros detalles más cotidianos de su pontíficado. Como esta con Georg Gänswein.

O esta otra cuando por primera vez el papa Francisco se reunió con el papa emérito Benedicto XVI. Fue un encuentro sencillo, emotivo y, sin duda, histórico

En la elaboración del libro han participado los cardenales Gerhard Müller o Kurt Koch. Tanto los autores como los responsables de edición lo conocieron y ellos así le recuerdan. 

ALBRECHT WEILAND 
Editor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"De él me acuerdo de sus homilías espléndida”.

CHRISTIAN SCHALLER 
Autor "Benedicto XVI, siervo de Dios y de los hombres”
"Yo me acuerdo de una situación muy bonita, en su primera visita que tuvo después de su elección como Papa. Un momento privado en el tercer piso del Palacio Apostólico del Vaticano”.

Un libro que recopila los ocho años de un Papa que no iniciaba su pontificado de manera fácil y que ahora, sin duda, es histórico por su renuncia y uno de los más queridos.




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