sábado, 31 de agosto de 2013

AÑO DE LA FE



AÑO DE LA FE
11-10-12      -     24-11-13




LA HISTORIA DE LA SALVACIÓN DEL HOMBRE HOY


¡Me llamo hijo de Dios! ¡Ah, qué hermoso documento de identidad!
El papa Francisco este jueves en Santa Marta recordó que Jesús nos hace hijos, con la libertad de los hijos y por eso podemos decir: 'Padre'

 “La catequesis es darle doctrina para la vida y, por lo tanto, tiene que ser de tres lenguajes, con tres idiomas: el idioma de la cabeza, el idioma del corazón y el idioma de las manos”.

Por Redacción
ROMA, 04 de julio de 2013 (Zenit.org) - Somos hijos de Dios gracias a Jesús, nadie nos puede robar este documento de identidad. Esta fue la idea básica de lo que dijo esta mañana el papa Francisco, durante la misa en la Casa Santa Marta. Según informa Radio Vaticana, concelebró el cardenal indio Telesphore Placidus Toppo, arzobispo de Ranchi.


RíO DE JANEIRO, 28 de julio de 2013 (Zenit.org) - Al finalizar la misa de clausura de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, el santo padre Francisco ha guiado la oración del Ángelus con los jóvenes y peregrinos presentes en Copacabana.
La Virgen Inmaculada intercede por nosotros en el Cielo como una buena madre que cuida de sus hijos. Que María nos enseñe con su vida qué significa ser discípulo misionero. Cada vez que rezamos el Ángelus, recordamos el evento que ha cambiado para siempre la historia de los hombres. Cuando el ángel Gabriel anunció a María que iba a ser la Madre de Jesús, del Salvador, ella, aun sin comprender del todo el significado de aquella llamada, se fió de Dios y respondió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero, ¿qué hizo inmediatamente después? Después de recibir la gracia de ser la Madre del Verbo encarnado, no se quedó con aquel regalo; se sintió responsable y marchó, salió de su casa y se fue rápidamente a ayudar a su pariente Isabel, que tenía necesidad de ayuda (cf. Lc 1,38-39); realizó un gesto de amor, de caridad y de servicio concreto, llevando a Jesús en su seno. Y este gesto lo hizo diligentemente.

Queridos amigos, éste es nuestro modelo. La que ha recibido el don más precioso de parte de Dios, como primer gesto de respuesta se pone en camino para servir y llevar a Jesús. Pidamos a la Virgen que nos ayude también a nosotros a llevar la alegría de Cristo a nuestros familiares, compañeros, amigos, a todos. No tengan nunca miedo de ser generosos con Cristo. ¡Vale la pena! Salgan y vayan con valentía y generosidad, para que todos los hombres y mujeres encuentren al Señor.



Jesús reconcilia el mundo.

La homilía del papa estuvo centrada en el evangelio de la curación de un paralítico. Jesús al comienzo le dice: "¡Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados". Tal vez, dijo, esta persona quedó un poco "sorprendida" porque quería sanarse físicamente. Luego, frente a las críticas de los escribas, que entre sí lo acusaban de blasfemia, "porque solo Dios puede perdonar los pecados", Jesús lo cura también en el cuerpo.
De hecho, continuó explicando, las curaciones, la enseñanza, las palabras fuertes contra la hipocresía, eran "solo un signo, un signo de algo más que Jesús estaba haciendo", es decir, el perdón de los pecados, porque es en Jesús en quien el mundo viene reconciliado con Dios, este es el "milagro más profundo":
"Esta reconciliación es la recreación del mundo: se trata de la misión más profunda de Jesús. La redención de todos nosotros los pecadores; y Jesús hace esto no con palabras, no con gestos, no andando por el camino, ¡no! ¡Lo hace con su carne! Es Él mismo Dios, quien se convierte en uno de nosotros, hombre, para sanarnos desde el interior, a nosotros los pecadores."
Jesús nos libera del pecado haciéndose Él mismo "pecado", tomando sobre sí mismo "todo el pecado" y "esto –aseguró el papa--, es la nueva creación". Jesús “desciende de la gloria y se abaja, hasta la muerte, y una muerte de cruz", desde donde clama: "Padre, ¡por qué me has abandonado!". Tal “es su gloria y esta es nuestra salvación".





Somos hijos libres.

"Este es el milagro más grande ¿y qué es lo que hace Jesús con esto? Nos hace hijos, con la libertad de los hijos. Por eso que ha hecho Jesús, es que nosotros podemos decir: 'Padre'. De otro modo, nunca habríamos sido capaces de decir esto: '¡Padre!'. Y decir 'Padre' con una actitud tan hermosa, ¡en libertad! Este es el gran milagro de Jesús. A nosotros, esclavos del pecado, nos hizo libres, nos ha curado hasta lo profundo de nuestra existencia. Nos hará bien pensar en esto y en lo maravilloso que es ser un hijo. Es tan hermosa la libertad de los hijos, porque el hijo ya está en casa, y ha sido Jesús quien nos ha abierto las puertas de la casa ... ¡Ya estamos en casa!".
Ahora --concluyó Francisco--, se entiende cuando Jesús dice: "¡Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados".
"Esa es la raíz de nuestro valor. Soy libre, soy un hijo... ¡El padre me ama, y yo amo al Padre! Pidamos al Señor la gracia de entender esta obra que es suya, esto Dios lo ha hecho en Él, como es el haber reconciliado consigo al mundo en Cristo, confiándonos la palabra de la reconciliación y la gracia de llevar adelante con fuerza, con la libertad de los hijos, esta palabra de reconciliación. ¡Somos salvados en Jesucristo! Y nadie nos puede quitar este documento de identidad. ¡Yo me llamo hijo de Dios! ¡Qué hermoso documento de identidad! ¡Estado civil: libre! Que así sea.




NUEVOS EVANGELIZADORES 
Sacerdotes y Cristianos congruentes con su Identidad de Hijos de Dios y Seguidores de Cristo que se dejan guiar por el Espíritu Santo. H.S.I.  (Holy Spirit Inside).

Sabe y ten entendido, tu el mas pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa Maria, Madre del Verdadero Dios por quien se vive, del Creador cave quien esta todo.

MADRE DE JESÚS SUMO Y ETERNO SACERDOTE, EN QUIEN ESTÁN TODOS SUS SACERDOTES, TODOS LO FIELES Y TODOS LOS HOMBRES. 
QUIEN NO SOLO ES EL CREADOR, SINO QUE SIGUE SIENDO EL DUEÑO, TODO ES SUYO Y LO SERA SIEMPRE Y TODO ESTA SUJETO A EL.
MARIA, MADRE DE DIOS. MADRE DE LOS SACERDOTES. MADRE DE LA IGLESIA. MADRE DE TODOS LOS HOMBRES. PERO MUY ESPECIALMENTE MADRE NUESTRA.


María nuestra Madre.
Al tener por madre a María, tenéis automáticamente a Dios por Padre, pues no os engendro María para la vida terrenal que os dieron vuestros padres, sino para la vida divina que solo procede de Dios.

Así el que ha hallado a María por madre, ha hallado a Dios por Padre. Por los méritos e intercesión de su Santísima Madre será un verdadero hijo de Dios, dispuesto buscar y abrazar siempre la voluntad de Dios su Padre: = Salvar a todos los hombres en Cristo = y procurará hacer de su parte, cuanto pueda para alcanzar de Dios por intersecion de su Santísima Madre la gracia altísima de la conversión para todo el mundo.





También por lo contrario; el que no quiera tener a la santísima Virgen María por madre, que tampoco tenga a Dios por Padre, porque solo en el seno purismo de María, tomo Cristo nuestra carne y solo en su purismo corazón engendra en la gracia el Espíritu Santo a los nuevos hijos de Dios.


Fuente: christusrex.org 


Lugar de María

A María a la que el Señor había escogido desde toda la eternidad para ser su madre, Jesús nuestro salvador nos la ha dado por madre desde lo alto de la cruz. De ella recibió Jesús, ese cuerpo y esa sangre que han sido el precio de nuestra redención. El ha impreso en ella su mas perfecta semejanza. Ella recibió de Dios todos los privilegios que una simple creatura puede recibir y así como ella sobrepasa a todas las demás creaturas en dignidad, así las sobrepasa en humildad, en sabiduría, en gracia y toda clase de excelencias y perfecciones. El Espíritu Santo la hizo depositaria y dispensadora de todos los tesoros celestiales y después de su Hijo, ella es el gran instrumento de la misericordia divina.

Después de Dios y en relación con el, como un regalo del cielo y porque Dios así lo ha querido para nuestro bien, después de Dios, el primer lugar en nuestros corazones corresponde a María.


Necesidad de María para llegar a Jesús

María es la estrella que debe guiar nuestros pasos en nuestra búsqueda de Jesús. Dios quiso darnos a Jesús por medio de María y también por su medio llevarnos a el: A la voz de María, Isabel fue llena del Espíritu Santo y Juan fue santificado, en sus brazos encontraron los pastores a Jesús, en su regazo lo hallaron los Magos venidos de Oriente, solo con ella podemos los Cristianos de hoy encontrar seguramente a Jesús.

Hacernos discípulos suyos, seguidores e imitadores suyos, formar en nosotros la imagen viva de su divino Hijo, dóciles a la gracia de la cual ella es medianera universal y fieles a los impulsos del Espíritu Santo que en ella engendro a Jesús y solo en allá engendra para Dios a los nuevos hijos del Reino.

Poderosos son los enemigos de nuestra salvación y muy grandes los obstáculos que encontramos en el fiel seguimiento de Cristo y solo bajo su amparo podremos alcanzar como ella, la plena perfección en esta vida y la gloria entera en la otra.

Por María
Consagrarse a María, es responder por su medio al proyecto salvífico de Dios de la mejor manera que nos es posible: En Cristo y por medio de aquélla que Dios asoció al misterio Salvífico de Jesús como verdadera madre, modelo , maestra de fidelidad en el servicio, en la escucha, en la aceptación y en el cumplimiento de la misión que Dios quería encomendarle.

Ilusión sería querer corresponder vitalmente y con gran perfección al proyecto salvífico de Dios confiando en nuestras propias fuerzas. Dios mismo ha querido, para nuestro bien, ponernos bajo la protección de María, y dárnosla por madre encomendado a ella los tesoros de la gracia y la salvación.






 Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria.

Darse completamente a Jesús  María por medio de María.
Como lo dice la consagración a Jesús por María usada como lema por el ya pronto San Juan Pablo II.
Soy todo tuyo y todas mis cosas son tuyas. Te recibo a Ti como todo mi bien. Dame tu Corazón, María.

"Una infinidad de óptimos efectos produce en el alma esta devoción practicada fielmente (darse completamente a María y por medio de ella a Jesús).
El principal de ellos es que María viene a vivir en el alma de modo que ya no es el alma que vive, sino María que vive en ella y que llega a ser, por así decirlo, el alma de la propia alma.


María te llenara de bienes.
No creáis que María, la más fecunda de las criaturas puras, que llegó al punto de producir  un Dios, permanezca inactiva en un alma fiel.
María es la Virgen fecunda, en todas las almas en las que vive hace brotar la pureza del corazón y del cuerpo, la rectitud en las intenciones y abundantes buenas obras.
Obra grandes maravillas y trabaja sobre todo en los corazones, y muchas veces en la ignorancia del alma misma, ya que si ésta se diera cuenta de lo que sucede en ella se expondría al peligro de perder, por causa de la vanidad, esta belleza suya.

  
María hará que Jesús venga  a vivir en el alma.
Y ¿Qué maravillas no obra María cuando por una gracia realmente inefable llega a ser Reina de un alma?.
Como dijo San Pablo a los Galatas. “ Hijos míos, que yo de nuevo doy a luz, hasta que Cristo no se forme en vosotros” cfr. Gal 2,20). Será justo ella la que hará que el alma viva incesantemente por Jesucristo, y hará que Jesús viva en el alma:
Como Jesús, que cuando vino al mundo quiso ser fruto de María, así sucede en cada alma; y en aquellas en las que María puede habitar más libremente se ve mejor que es su fruto y obra maestra. (...)


María traerá también a Jesús la segunda vez para Reinar en todos.
Habiendo Dios venido al mundo, la primera vez, en la humildad y en el secreto por medio de María ¿No se podría afirmar que vendrá también la segunda vez por medio de María para reinar en todos, como espera la Iglesia, y para juzgar a vivos y muertos?
Nadie sabe cómo y cuándo sucederá; pero sé que Dios, cuyos designios se elevan sobre los nuestros más que el cielo sobre la Tierra, llegará en el tiempo y en la forma que los hombres menos se esperan, incluidos los más versados y competentes en las Sagradas Escrituras, que en este punto permanecen muy oscuras.
A pesar de esto, creo también que en los últimos tiempos, y quizás antes de lo que se piensa, Dios suscitará grandes hombres llenos de Espíritu Santo y del espíritu de María a través de los cuales esta divina Soberana hará grandes maravillas sobre la Tierra, para destruir el pecado y establecer en el mundo corrupto el Reino de Jesucristo su Hijo."
De “La vera e perfetta devozione”, de San Luis María Grignion de Montfort (1673-1716). (nn.55-59). 




LOS APÓSTOLES DE LA NUEVA EVANGELIZACIÓN.

Nacimos para Dios, nacimos para el cielo. Para eso creo Dios el mundo. Nacidos para Dios, nacidos para la felicidad, más no solo para la que termina,  sino para la que dura para siempre, nacimos para el cielo. Lo único que nos lo impide son nuestros pecados. Por eso el Hijo de Dios se hizo hombre y murió por nosotros, por eso derramo sobre su Iglesia su Santo Espíritu.

Pero el amor no es unilateral, el amor exige reciprocidad, por el amor poseemos a Dios y por el amor somos poseídos por El. !El Amor de Dios no es un accidente, el Amor de Dios es sustancial. Nos da su substancia  nos hace el Don de Si Mismo, y nos pide el nuestro. Pero para que esto sea posible, Nos da s su Espíritu

El  DON de Dios es el Espíritu Santo, y todos los demás dones son manifestaciones y consecuencias de este Don Supremo. El amor infinito se derramo hace 20 siglos y que se sigue derramando en los corazones no solo en Pentecostés, sino de manera constante porque la vida de la Iglesia es un perpetuo Pentecostés. El Espíritu Santo esta adentro, en nuestro corazón, lo llevamos en el corazón. Su Amor Personal viene a nosotros y se nos da, y se nos entrega y lo poseemos en nuestro corazón.

Si Dios no nos hubiera revelado que nacimos para el cielo, no podrimos soportar las dificultades de la vida y por eso es tan grande el regalo que los Nuevos Evangelizadores llenos del Espíritu Santo deben devolver al mundo.

Por esta razón quiero llamar a los NUEVOS EVANGELIZADORES H. S. I. (Holy Spirit Inside), Apóstoles del Espíritu, portadores de el Espíritu, hombres y mujeres sencillos pero llenos de Dios. Comunicadores de la verdad con el Evangelio y con la vida. Portadores de la esperanza cristiana. Comunicadores de su propia dicha de creer como ha dicho el Santo Padre Benedicto XVI.

Creer en Dios, no significa saber que cuento con un ser superior que me ayuda a instalarme cómodamente en un modo de vida, que responde a mis visiones egoístas, a cambio de yo cumplir frente a Él con una serie de ritos piadosos, golpes de pecho y agua bendita. No es concentrarme en Dios, evitando que el mundo me distraiga, desconociendo que tanta gente pasa miserias, injusticias, confusiones, sin que eso me comprometa. La fe siempre enlaza a la persona con Dios y con el mundo, de manera conjunta. Lo que a la persona le sucede y lo que el mundo enfrente son siempre el motivo del diálogo más profundo con Dios.
En esta reflexión del amor de Dios que nos motiva a contemplar la belleza de la fe, hagamos nuestras las palabras del Papa Francisco, que además nos recuerdan “La Iglesia evangelizadora que sale de sí”, que abre la puerta a Cristo para que entre, pero igual abre la puerta para que Cristo fluya y llegue a todo el mundo tan necesitado de amor”. Por eso, compartir la belleza y la fuerza de la fe, significa compartir la fuerza y la belleza del amor.

Pero esto no significa que tenemos que comenzar de cero, porque el Apostolado es un amor que tiene la profunda intuición de las cosas divinas  que son viejas y eternas y la plena comprensión de las cosa humanas que se renuevan sin cesar.

No les parece muy significativo que siendo el punto capital de la Nueva Evangelización volver a la Fe perdida a los países tradicionalmente católicos, los tres Presidentes del Sínodo de los Obispos hayan sido escogidos uno de China, otro de África y otro de América Latina, donde millones de hombres tienen hambre de bienestar , de Paz,  de felicidad. Y que  estos países pobres  de bienes materiales, peor ricos espiritualmente  pueden Aliviar su sed de sentido, de luz, de amor a los países de Europa, de  América y de muchas otras partes del mundo, que todo lo tienen, menos a Dios.

El Apóstol necesita vivir del cielo para recibir los tesoros de Dios, y necesita vivir de la tierra para acomodarse a las móviles necesidades de los hombres. Su frente se hunde en el misterio de lo eterno para impregnarse de luz, de amor y de vida; pero sus plantas se posan firmemente sobre la tierra para recorrer todos los senderos del vida humana. Pavoroso es el espectáculo que ofrece el mundo en el momento actual. La Iglesia conoce las necesidades de su época y sabe adaptarse a ellas con prodigiosa oportunidad.

El fondo de todo esto es un amor profundo, inmenso y apasionado a las almas. Para amara a las almas es preciso comprenderlas, penetrar con la luz del cielo su fondo divino, adivinar al piedra preciosa  escondida en el fango de sus miserias.
El amor a los hombres se aprende escuchando la divina palabra del Paraíso: “hagamos al hombre a nuestra Imagen y semejanza”,  y viendo a la majestad del Creador  inclinarse hacia el barro de la tierra para infundirle con sus labios el Soplo de Vida.
Las almas se comprenden en la cumbre del Calvario en donde fueron bañadas  con la sangre redentora. Las almas se comprenden  cerca del Sagrario donde Jesús vive para ellas  y comunica a sus  Apóstoles  el sentido de lo divino.

Yo, al modo de hablar de los hombres, puse mis cinco sentidos, todo mi amor, en formar esa Iglesia amada, gloria de la Trinidad. Yo forme el papado,  el Episcopado y todas las jerarquías de la Iglesia con mis representantes en la tierra, para honrar a mi Padre y salvar al mundo.  Y con esto se comprenderá si amare a mi Iglesia y si me interesara la santidad de quienes la dirigen y la sirven.

El Verbo y el  Espíritu  Santo obsequian al Padre con la Iglesia militante, que pasa a ser purgante y triunfante, tres en una sola, para glorificarlo.

Para amar a las almas es preciso amar a Jesús, para poder decir con San Pablo: Me gastare y me desgastare por vuestras almas.  La Iglesia  comprende y ama a las almas apasionadamente, porque ASI  ama a Jesús.  Es una expresión de su amor por el Divino Redentor, en el cual, el amor del prójimo se hace amor del Divino Redentor, y el amor al Redentor se hace amor de las almas redimidas.

Un amor que se nutre de la meditación continua, no interrumpida,  de lo que son las almas, no consideradas en si mismas, sino en lo que son en el pensamiento,  en la obra, en la sangre y la muerte del Divino Redentor.

Pero tiene otro manantial purísimo el amor apostólico: El Corazón de María.  Sin Ella no puede haber apostolado, porque es la medianera de todas las gracias. El rayo de luz que ilumina los espíritus, la palabra que llega hasta lo intimo de los corazones, el secreto atractivo que arrastra a las almas, todo lo que glorifica a Dios lo toma el  Apóstol de la plenitud de Jesús,  pero tiene que pasar forzosamente por María, como pasan por la atmosfera diáfana la luz, el calor y la vida que vienen del sol.
Este triple amor, o mas bien este amor único que tiene tres matices celestiales: Que brota del Divino Corazón de Jesús,   que pasa por el purísimo Corazón de María y que baña a las almas con esplendores de cielo, son las cosas que el Apóstol saca del tesoro de su corazón. Comprende su época y adivina el porvenir.
Hoy como entonces, El Señor lo envía a evangelizar a los pobres. Compartir con ellos su pan y su ternura. Mas la Evangelización de los pobres requiere en nuestra época revestirse de caracteres especiales, abarca sin duda todas las miserias, la del alma y la del cuerpo. Pero  La vida moderna es inquieta, rápida, casi vertiginosa. La tierra esta surcada por innumerables mensajes de comunicación  que unen a todos los hombres.
La obra de Dios necesita también en esta época una pléyade de Apósteles con temperamento de Apóstoles  y  admirablemente preparados para vida actual,  rápidos para movilizarse y flexibles para adaptarse a todos los ambientes; con la actividad del celo,  con la santa inquietud del amor, deben ponerse al unisonó de la vida moderna.

! Jesús en Ti confio!



ACTO DE CONSAGRACIÓN

DE LOS SACERDOTES AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA
ORACIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Iglesia de la Santísima Trinidad - Fátima
Miércoles 12 de mayo de 2010

 
Maria Madre de los Sacerdotes, ruega por nosotros.


Madre Inmaculada,
en este lugar de gracia,

convocados por el amor de tu Hijo Jesús,

Sumo y Eterno Sacerdote, nosotros,

hijos en el Hijo y sacerdotes suyos,

nos consagramos a tu Corazón materno,

para cumplir fielmente la voluntad del Padre.

Somos conscientes de que, sin Jesús,
no podemos hacer nada (cfr. Jn 15,5)

y de que, sólo por Él, con Él y en Él,

seremos instrumentos de salvación para el mundo.

Esposa del Espíritu Santo,
alcánzanos el don inestimable

de la transformación en Cristo.

Por la misma potencia del Espíritu que,

extendiendo su sombra sobre Ti,

te hizo Madre del Salvador,

ayúdanos para que Cristo, tu Hijo,

nazca también en nosotros.

Y, de este modo, la Iglesia pueda

ser renovada por santos sacerdotes,

transfigurados por la gracia de Aquel

que hace nuevas todas las cosas.

Madre de Misericordia,
ha sido tu Hijo Jesús quien nos ha llamado

a ser como Él: luz del mundo y sal de la tierra

(cfr. Mt 5,13-14).

Ayúdanos, con tu poderosa intercesión,
a no desmerecer esta vocación sublime,

a no ceder a nuestros egoísmos,

ni a las lisonjas del mundo,

ni a las tentaciones del Maligno.

Preservarnos con tu pureza,
custódianos con tu humildad

y rodéanos con tu amor maternal,

que se refleja en tantas almas

consagradas a ti y que son para nosotros

auténticas madres espirituales.


Madre de la Iglesia,
nosotros, sacerdotes,

queremos ser pastores

que no se apacientan a sí mismos,

sino que se entregan a Dios por los hermanos,

encontrando la felicidad en esto.

Queremos cada día repetir humildemente

no sólo de palabra sino con la vida,

nuestro “aquí estoy”.

Guiados por ti, queremos ser Apóstoles
de la Divina Misericordia,

llenos de gozo por poder celebrar diariamente

el Santo Sacrificio del Altar

y ofrecer a todos los que nos lo pidan

el sacramento de la Reconciliación.

Abogada y Mediadora de la gracia,
tu que estas unida

a la única mediación universal de Cristo,

pide a Dios, para nosotros,

un corazón completamente renovado,

que ame a Dios con todas sus fuerzas

y sirva a la humanidad como tú lo hiciste.

Repite al Señor
esa eficaz palabra tuya:“no les queda vino” (Jn 2,3),

para que el Padre y el Hijo derramen sobre nosotros,

como una nueva efusión, el Espíritu Santo.

Lleno de admiración y de gratitud
por tu presencia continua entre nosotros,

en nombre de todos los sacerdotes,

también yo quiero exclamar:

“¿quién soy yo para que me visite

la Madre de mi Señor? (Lc 1,43)

Madre nuestra desde siempre,
no te canses de “visitarnos”,

consolarnos, sostenernos.

Ven en nuestra ayuda

y líbranos de todos los peligros

que nos acechan.

Con este acto de ofrecimiento y consagración,

queremos acogerte de un modo

más profundo y radical,

para siempre y totalmente,

en nuestra existencia humana y sacerdotal.

Que tu presencia haga reverdecer el desierto
de nuestras soledades y brillar el sol

en nuestras tinieblas,

haga que torne la calma después de la tempestad,

para que todo hombre vea la salvación

del Señor, que tiene el nombre y el rostro de Jesús,

reflejado en nuestros corazones,

unidos para siempre al tuyo.
Así sea.


martes, 6 de diciembre de 2011
Necesidad de María para llegar a Jesús

María es la estrella que debe guiar nuestros pasos en nuestra búsqueda de Jesús. Dios quiso darnos a Jesús por medio de María y también por su medio llevarnos a el: A la voz de María, Isabel fue llena del Espíritu Santo y Juan fue santificado, en sus brazos encontraron los pastores a Jesús, en su regazo lo hallaron los Magos venidos de Oriente, solo con ella podemos los Cristianos de hoy encontrar seguramente a Jesús.

Hacernos discípulos suyos, seguidores e imitadores suyos, formar en nosotros la imagen viva de su divino Hijo, dóciles a la gracia de la cual ella es medianera universal y fieles a los impulsos del Espíritu Santo que en ella engendro a Jesús y solo en allá engendra para Dios a los nuevos hijos del Reino.

Poderosos son los enemigos de nuestra salvación y muy grandes los obstáculos que encontramos en el fiel seguimiento de Cristo y solo bajo su amparo podremos alcanzar como ella, la plena perfección en esta vida y la gloria entera en la otra.

Maria Madre de los Sacerdotes, ruega por nosotros.


DON Y MISTERIO
JUAN PABLO II
En sus 50 años de Sacerdote.
 27 octubre 1995

La figura de San Juan María Vianney
En el camino de regreso de Bélgica a Roma, tuve la suerte de detenerme en Ars. Era al final del mes de octubre de 1947, el domingo de Cristo Rey. Con gran emoción visité la vieja iglesita donde San Juan María Vianney confesaba, enseñaba el catecismo y predicaba sus homilías. Fue para mí una experiencia inolvidable. Desde los años del seminario había quedado impresionado por la figura del Cura de Ars, sobre todo por la lectura de su biografía escrita por Mons. Trochu. San Juan María Vianney sorprende en especial porque en él se manifiesta el poder de la gracia que actúa en la pobreza de los medios humanos. Me impresionaba profundamente, en particular, su heroico servicio en el confesionario. Este humilde sacerdote que confesaba mas de diez horas al día, comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horashabía logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y fuera de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario. En medio del laicismo y del anticlericalismo del siglo XIX, su testimonio constituye un acontecimiento verdaderamente revolucionario.


Del encuentro con su figura llegué a la convicción de que el sacerdote realiza una parte esencial de su misión en el confesionario, por medio de aquel voluntario "hacerse prisionero del confesionario". Muchas veces, confesando en Niegowic, en mi primera parroquia, y después en Cracovia, volvía con el pensamiento a esta experiencia inolvidable. He procurado mantener siempre el vínculo con el confesionario tanto durante los trabajos científicos en Cracovia, confesando sobre todo en la Basílica de la Asunción de la Santísima Virgen María, como ahora en Roma, aunque sea de modo casi simbólico, volviendo cada año al confesionario el Viernes Santo en la Basílica de San Pedro.

El suelo
Quien se dispone a recibir la sagrada Ordenación se postra totalmente y apoya la frente sobre el suelo del templo, manifestando así su completa disponibilidad para asumir el ministerio que le es confiado. Este rito ha marcado profundamente mi existencia sacerdotal. Añas más tarde, en la Basílica de San Pedro -estábamos al principio del Concilio- recordando el momento de la Ordenación sacerdotal, escribí una poesía de la cual quiero citar aquí un fragmento:
"Eres tú, Pedro. Quieres ser aquí el Suelo sobre el que caminan los otros... para llegar allá donde guías sus pasos...Quieres ser Aquél que sostiene los pasos, como la roca sostiene el caminar ruidoso de un rebaño: Roca es también el suelo de un templo gigantesco. Y el pasto es la Cruz''.
(Iglesia: Los Pastores y las Fuentes. Basílica de San Pedro, otoño de 1962: 11.X - 8.XII, El Suelo)


Al escribir estas palabras pensaba tanto en Pedro como en toda la realidad del sacerdocio ministerial, tratando de subrayar el profundo significado de esta postración litúrgica. En ese yacer por tierra en forma de Cruz antes de la Ordenación, acogiendo en la propia vida -como Pedro- la Cruz de Cristo y haciéndose con el Apóstol "suelo" para los hermanos, está el sentido más profundo de toda la espiritualidad sacerdotal.





¿QUIÉN ES EL SACERDOTE?
En este testimonio personal no puedo limitarme al recuerdo de los acontecimientos y de las personas, sino que quisiera ir más allá para fijar la mirada mas profundamente, como para escrutar el misterio que desde hace cincuenta años me acompaña y me envuelve.
¿Qué significa ser sacerdote? Según San Pablo significa ante todo ser administrador de los misterios de Dios: "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios. Ahora bien, lo que en fin de cuentas se exige de los administradores es que sean fieles'' (1 Co 4, 1-2). La palabra "administrador" no puede ser sustituida por ninguna otra. Está basada profundamente en el Evangelio: recuérdese la parábola del administrador fiel y del infiel (cf. Lc 12, 41-48). El administrador no es el propietario, sino aquel a quien el propietario confía sus bienes para que los gestione con justicia y responsabilidad. Precisamente por eso el sacerdote recibe de Cristo los bienes de la salvación para distribuirlos debidamente entre las personas a las cuales es enviado. Se trata de los bienes de la fe. El sacerdote, por tanto, es el hombre de la palabra de Dios, el hombre del sacramento, el hombre del "misterio de la fe''. Por medio de la fe accede a los bienes invisibles que constituyen la herencia de la Redención del mundo llevada a cabo por el Hijo de Dios. Nadie puede considerarse "propietario'' de estos bienes. Todos somos sus destinatarios. El sacerdote, sin embargo, tiene la tarea de administrarlos en virtud de lo que Cristo ha establecido.



El sacerdote, como administrador de los ''misterios de Dios", está al servicio del sacerdocio común de los fieles. Es él quien, anunciando la Palabra y celebrando los sacramentos, especialmente la Eucaristía, hace cada vez más consciente a todo el Pueblo de Dios su participación en el sacerdocio de Cristo, y al mismo tiempo lo mueve a realizarla plenamente. Cuando, después de la transubstanciación, resuena la expresión: Mysterium fidei, todos son invitados a darse cuenta de la particular densidad existencial de este anuncio, con referencia al misterio de Cristo, de la Eucaristía y del Sacerdocio.

¿No encuentra aquí, tal vez, su motivación más profunda la misma vocación sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda la existencia. Sólo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran riqueza que le ha sido confiada. Cincuenta años después de mi Ordenación puedo decir que el sentido del propio sacerdocio se redescubre cada día más en ese Mysterium fidei. Esta es la magnitud del don del sacerdocio y es también la medida de la respuesta que requiere tal don. ¡El don es siempre más grande! Y es hermoso que sea así. Es hermoso que un hombre nunca pueda decir que ha respondido plenamente al don. Es un don y también una tarea: ¡siempre! Tener conciencia de esto es fundamental para vivir plenamente el propio sacerdocio.

Sacerdote y Eucaristía
"Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños (...) Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar'' (Lc 10, 21-22). Estas palabras del Evangelio de San Lucas, introduciéndonos en la intimidad del misterio de Cristo, nos permiten acercarnos también al misterio de la Eucaristía. En ella el Hijo consustancial al Padre, Aquel que sólo el Padre conoce, le ofrece el sacrificio de sí mismo por la humanidad y por toda la creación. En la Eucaristía Cristo devuelve al Padre todo lo que de El proviene. Se realiza así un profundo misterio de justicia de la criatura hacia el CreadorEs preciso que el hombre de honor al Creador ofreciendo, en una acción de gracias y de alabanza, todo lo que de El ha recibido. El hombre no puede perder el sentido de esta deuda, que solamente él, entre todas las otras realidades terrestres, puede reconocer y saldar como criatura hecha a imagen y semejanza de Dios. Al mismo tiempo, teniendo en cuenta sus límites de criatura y el pecado que lo marca, el hombre no sería capaz de realizar este acto de justicia hacia el Creador si Cristo mismo, Hijo consustancial al Padre y verdadero hombre, no emprendiera esta iniciativa eucarística.
El sacerdocio, desde sus raíces, es el sacerdocio de Cristo. Es El quien ofrece a Dios Padre el sacrificio de sí mismo, de su carne y de su sangre, y con su sacrificio justifica a los ojos del Padre a toda la humanidad e indirectamente a toda la creación. El sacerdote, celebrando cada día la Eucaristía, penetra en el corazón de este misterio. Por eso la celebración de la Eucaristía es, para él, el momento más importante y sagrado de la jornada y el centro de su vida.



In persona Christi
Las palabras que repetimos al final del Prefacio -"Bendito el que viene en nombre del Señor...''- nos llevan a los acontecimientos dramáticos del Domingo de Ramos. Cristo va a Jerusalén para afrontar el sacrificio cruento del Viernes Santo. Pero el día anterior, durante la Ultima Cena, instituye el sacramento de este sacrificio. Pronuncia sobre el pan y sobre el vino las palabras de la consagración: "Esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros (...) Este es el cáliz de mi Sangre, de la nueva y eterna alianza, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía''.





¿Qué "conmemoración"? Sabemos que a esta palabra hay que darle un sentido fuerte, que va más allá del simple recuerdo históricoEstamos en el orden del "memorial" bíblico, que hace presente el acontecimiento mismo. ¡Es memoria-presencia! El secreto de este prodigio es la acción del Espíritu Santo, que el sacerdote invoca mientras extiende las manos sobre los dones del pan y del vino: "Santifica estos dones con la efusión de tu Espíritu de manera que sean para nosotros el Cuerpo y Sangre de Jesucristo Nuestro Señor". Así pues, no sólo el sacerdote recuerda los acontecimientos de la Pasión, Muerte y Resurrección de Cristo, sino que el Espíritu Santo hace que estos se realicen sobre el altar a través del ministerio del sacerdote. Este actúa verdaderamente in persona ChristiLo que Cristo ha realizado sobre el altar de la Cruz, y que precedentemente ha establecido como sacramento en el Cenáculo, el sacerdote lo renueva con la fuerza del Espíritu Santo. En este momento el sacerdote está como envuelto por el poder del Espíritu Santo y las palabras que dice adquieren la misma eficacia que las pronunciadas por Cristo durante la Ultima Cena.







PENTECOSTES





Hoy es La fiesta del Amor, del amor inefable, del amor infinito, que se derramo hace 20 siglos y que se sigue derramando en los corazones no solo en Pentecostes, sino de manera constante porque la vida de la Iglesia es un perpetuo Pentecostes.
Par comprender las maravillas del Amor divino, hay que vislumbrar las maravillas del amor humano, porque en el cielo y en la tierra el amor tiene el mismo nombre, la misma esencia, la misma ley.
Ahora bien. Que es el amor en la tierra. Dos palabras nos pueden dar el concepto verdadero de el. Amar y Ser Amado. Posees y ser poseído.
Nosotros cuando amamos queremos poseer al corazón amado y al mismo tiempo le entregamos también nuestro corazón entero. Cuando el Espíritu Santo desciende a nuestros corazones, lo poseemos y nos posee.
Cuando amamos decimos que le hemos dado al ser amado nuestro amor, nuestro corazón, y  todo nuestro ser, y estas expresiones son verdaderas, pero tienen siempre algo de hiperbólico, de figurado. No se puede amar sin darse, pero nuestro amor es algo superficial, es un accidente nobilisimo, tanto cuanto se quiera, pero un accidente.



!El Amor de Dios no es un accidente,el Amor de Dios es sustancial. Nos da su substancia  nos hace el Don de Si Mismo. Nos da s su Espíritu. Su Amor Personal viene a nosotros y se nos da, y se nos entrega y lo poseemos en nuestro corazón. El Espíritu Santo esta adentro, en nuestro corazón, lo llevamos en el corazón.
!Si compendiaremos esto, si nos diéramos cuenta de que llevamos al Espíritu Santo en nuestras almas , como se transformaría nuestra vida!.
El  DON de Dios es el Espíritu Santo, y todos los demás dones son manifestaciones y consecuencias de este Don Supremo.
!Si conociéramos el Don de Dios!
Antes era del Padre y del Hijo porque de ellos emana, ahora es nuestro porque el padre y el Hijo nos lo han dado y El mismo se ha dado a nosotros. Ya es nuestro, verdaderamente nuestro, y es nuestro para siempre, porque los dones de Dios son sin arrepentimiento.
Nadie puede arrebatar al Espíritu Santo que poseemos, los únicos que podemos alejarlo de nosotros, al menos temporalmente, somos nosotros mismos por el abuso de nuestra libertad.
Pero por su propia naturaleza la donación del Espíritu Santo es una donación eterna y el primero de sus Dones es Su Amor.
Y para que comprendamos hasta que punto es verdad esta doctrina de que los dones de Dios son sin arrepentimiento, veamos lo que dijo el Apóstol san Pablo a propósito del Pueblo Judío. ' Todavía el pueblo judío es el predilecto de Dios, ese pueblo habrá cometido muchos crímenes a través de la historia, pero no ha perdido la predilección de Dios. La predilección divina no ha desparecido ni desaparecerá jamas, solamente esta en suspenso. Así es Dios eterno, inmutable. Lo poseemos de una manera de suyo inamisible, de suyo perpetua.



Pero el amor no es unilateral, el amor exige reciprocidad, por el amor poseemos y por el amor somos poseídos. Y no me atrevo a juzgar que cosa sea mas bella y mas dulce, si poseer poseer o ser poseídos.
Esa posesión que tiene sobre nosotros el que nos ama, es porque le hemos entregado nuestro corazón y nuestro ser.  Y si nuestro amor es mas profundo hemos puesto en sus manos nuestro destino. Le henos entregado nuestra libertad porque el Espíritu Santo no puede venir al alma si no le amamos y no podemos amarlo si no le hacemos la entrega de nosotros mismos.
El Espíritu Santo tiende ademas a poseernos mas y mas cada día hasta que llega un momento allá en las cumbres de la perfección cristiana, en que el Espíritu Santo llega a poseernos totalmente. La santidad no es otra cosa que la posecion perfecta del Espíritu Santo sobre el hombre. Entonces puede el cristiano exclamar  como el Apóstol San Pablo. 'Ya no vivo yo, vive Cristo en Mi'.
Claro esta que para llegar estas cumbres se necesita tiempo y esfuerzo y gracia de Dios, pero desde el momento mismo en que la gracia se infunde en nuestras almas, ya el Espíritu Santo la posee, tiene nuestros corazones en sus manos, mueve y dirige nuestro corazón por medo de sus Dones, nos eleva y tiene sobre nosotros la santa soberanía del amor.
Que te poseamos Señor, que sintamos la dicha inefable de que eres nuestro, pero también te
hacemos la entrega total de nosotros mismos, no solo el corazón sino el alma y el cuerpo y todo lo que poseemos te lo damos par que lo poseeas cumplidamente, para que nos dirijas, para que nos eleve. Para que Tu nos ames y nosotros te amemos y nos preparemos así para el misterio inefable y divino de la eternidad.



CONSAGRACIÓN DE MÉXICO 
AL ESPÍRITU SANTO





ANTECEDENTES

Hace 89 años, es uno de los actos del Congreso Eucarístico Nacional de 1924, los Obispos consagraron nuestra patria al Espíritu Santo.




20 DE ABRIL DE 2008 
CONSAGRACIÓN DE MÉXICO AL ESPÍRITU SANTO.



Comunicado CEM, febrero 9, 2009
Por eso convocamos a la Iglesia católica de México, desde las 15:00 hrs. del día 20 de abril de 2008,  para que estén presentes, en espíritu y de corazón, en la Insigne Nacional Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe, donde renovaremos la Consagración de nuestra nación al Espíritu de Santo.


«Ahora nos disponemos a renovar dicha consagración en cada una de las Arquidiócesis y Diócesis, el domingo de
Pentecostés, 31 de mayo de 2009.



RENOVACIÓN DE LA CONSAGRACIÓN EN CADA DIÓCESIS
DE MÉXICO AL ESPÍRITU SANTO


Espíritu Santo, fuente vida y santidad.
Hoy, los Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Fieles Laicos,
te renovamos la consagración de nuestra patria.

En este delicado momento de nuestra historia, recurrimos a Ti, Espíritu del Padre y del Hijo, para que reavives nuestra fe y nuestra esperanza, y nos impulses a construir una nación más justa, fraterna y solidaria.


Llena de tus Dones y Carismas a quienes hemos recibido el Bautismo, para que, como discípulos, escuchemos y vivamos el Evangelio y, como misioneros, anunciemos a Jesucristo hasta los últimos rincones de nuestro país, y más allá de sus fronteras.

Derrama Tu Fuerza y Tu Luz sobre los Laicos, para que con su testimonio de vida y acción apostólica transformen desde dentro las realidades temporales y hagan que nuestros pueblos tengan vida en abundancia.


Espíritu Santificador, !Ven sobre las personas consagradas! para que, siguiendo radicalmente a Jesucristo, y colaborando, desde su carisma, en la misión eclesial, impulsen el establecimiento del Reinado de Dios en nuestra patria.


Y a los Obispos, juntamente con los Presbíteros transformarlos en Jesucristo, Buen pastor, e impulsarlos a entregar la vida sirviendo al Pueblo de Dios.


Espíritu Creador, al igual que en la mañana de Pentecostés, estamos hoy reunidos en oración, con María, nuestra Madre;que Ella sea la estrella de la Nueva Evangelización, que quienes creemos en Cristo debemos realizar en estos tiempos difíciles.




Fuego Divino, !Ven a nosotros, urgenos, consagranos!, y realiza en nuestra patria las maravillas que realizaste al comienzo de la Iglesia, para que esta consagración de inicio a un Nuevo Pentecostés, y lleguemos a ser el país de la esperanza, del amor, de la alegría y de la paz. Amen




CONSAGRACIÓN DEL MUNDO AL ESPÍRITU SANTO.



Hace mucho tiempo que vengo insinuando este mi deseo, de que se consagre el universo al Espíritu Santo, para que se derrame en la tierra como un nuevo Pentecostés. Entonces, cuando esto llegue, el mundo se espiritualizara con la unción santa de pureza y de amor con que lo bañara el Soplo vivificante y puro, el Purísimo Espíritu.
El amor salvará al mundo y la personificación del Amor es el Espíritu Santo. Vendrá el reinado universal del Espíritu Santo, porque es el dulcísimo nudo eterno; el que concilia, el que une, identifica u salva.
“El Espíritu Santo rige el mundo de la gracia”. Este divino Espíritu con su luz destruirá muchos errores en el mundo , espiritualizara los corazones, hará que el mudo se incline ante el estandarte salvador de la Cruz, y sobre todo, exaltará a su Iglesia con sacerdotes transformados en Mi, y así hará que vuelva Yo al mundo en ellos, como único Sacerdote, único digno de glorificar a mi Padre, con todos los sacerdotes en Mi, y toda la humanidad en ellos, formando por fin, no miembros dispersos y dislocados, sino un solo pastor, el Papa; y todos en Mi, en la Unidad de la Trinidad.
El Espíritu Santo con María, repito, harán que todo  se restaure en Mí, que soy su centro; harán que reine Yo como Rey Universal en el orbe entero; harán que mi corazón sea honrado en sus últimas fibras y dolores internos, y completaran las prerrogativas de María, Esposa del Espíritu Santo.


SACERDOTES TRANSFORMADOS
Tomado de las Revelaciones a Conchita Armida

El plan del Padre, la salvación del hombre por medio de la Cruz. Hacer a su Hijo único, Dios y hombre Dios  y hombre para ser por El Glorificado por doble  titulo.

Por este amor a una humanidad Santa, que había de venir a su tiempo a Glorificarlo como con doble titulo, el de Dios y el de hombre, por este amor me amo no solo como a su Verbo, sino también coma a su Verbo hecho carne. Por este amor divino humano creo al hombre  a mi imagen mortal (porque en su mente ya estaba mi cuerpo sacratísimo), y a la imagen de la Trinidad en su alma.

Por este motivo fue necesaria la Encarnación del Verbo, para realizar lo que eternamente tenia el Padre en su mente y en su corazón.


Yo como Verbo glorificaba mi Padre agradecido porque me dio el ser de Hijo, en todo igual a El, pero al mirar Al Amor, fuente inagotable de Vida Divina para los hombres, con sed de dar amor, de derramar esa plenitud de amor. Pedí a mi Padre bajar a la tierra para unificar el amor de las criaturas con el suyo, (no ciertamente para que creciera el amor suyo con el amor del mundo, puesto que en El nada puede crecer ni disminuir), sino para que tuviera un recipiente inmenso en la Iglesia, y que de ahí bebieran las almas.

En Mí como hombre Dios ve mi Padre todo lo creado. En su Verbo que es el espejo en donde El se Mira ve mi Padre todo lo creado y también de Dios a Dios contempla a la humanidad entera  conjunta en Mi humanidad como Cabeza de ese cuerpo. Y su mirada amorosísima, no busca a la criatura, sino a Mí en la criatura, a El mismo en Mi y en la criatura.

Como Hombre Dios lo amo a lo divino y a lo humano abarcando todo el amor de todos los hombres unido al Mío. Para honrarlo y GlorificarloPorque solo el amor y la alabanza de las almas que pasa por Mi y se une a mi, glorifica al Padre.

Fue una honra para Mí darle a mi Padre la gloria de la sumisión a su voluntad amorosísimala de mi sacrificio sangriento al salvar al mundo  y fundar mi Iglesia que lo glorificaría en el tiempo y en la eternidad.

Yo me ofrecí puro y sacrificado al Padre por el Espíritu Santo. Yo ame a ese santo Espíritu como hombre,  con El mismo, a El y a mi Padre amado.  Este divino Amor me impulso a ofrecerme al Padre como Victima, y a ofrecerme al hombre en voluntaria inmolación.



¡Oh si todos mis sacerdotes fueran amor! ¡Oh si cifraran toda su dicha en la tierra  en una sola inmolación por amor unidos a Mi,  transformados en Mí.

El mundo necesita imperiosamente al Espíritu Santo para espiritualizarse, pero mas mis sacerdotes, que deben abrir sus almas a un Nuevo Pentecostes  limpias y puras, transformadas en Mi para honrar al Padre y Salvar al mundo.

Una nueva etapa, la época muy especialmente del Espíritu Santo, esta llamando al mundo para renovarlo, pero quiere hacerse sentir latente en sus sacerdotes Transformados en Mi, elevándolos, angelizándolos, santificándolos para que con El y por El y en El, impulsen en la Iglesia si reinado que conmoverá almas y corazones.

El Espíritu Santo busca, divinamente ansioso, recipientes en donde derramar sus tesoros infinitos, quiere almas sacerdotales que ampliándose lo llamen, lo invoquen, lo reciban, lo comuniquen, lo den, porque El es el DON  de Dios, el Don de dones, el único capaz de renovar almas y mundos, limpiando, purificando, haciendo que renazcan en el Espíritu Santo.

Cuanto desea mi Padre el ver honrado, enaltecido, sublimado en los corazones sacerdotales muy principalmente, a esa Persona divina de la Trinidad que Es Amor y que rige por el Amor. El es la acción divina del sacerdote y debe ser lo mas intimo que en el exista, su latido y su vida. Debe circular por el alma del sacerdote como la sangre por sus venas, debe impregnar sus pensamientos palabras y obras, debe ser su Espíritu como lo fue el Mío.

Se puede decir con certeza, que en la vida del sacerdote muy especialmente, no hay un solo acto en que no lo asista, lo acompañe y penetre el Espíritu Santo.

Por esto mismo es mas culpable el sacerdote que se olvide de sus santos deberes, porque mas que nadie contrista y lastima a esa blancura, a esa Luz Increada, a ese Consolador que constantemente le hace compra el cielo.

No me cansare de insistir  en el reinado pleno, absoluto y sin estorbos del Espíritu Santo en los sacerdotes. Transformarlos EN MI es su delicia, para presentarlos al Padre unos conmigo en la Unidad de la Trinidad.

Que se den a Mi de lleno, sin estorbos, sin menguas, sin egoísmos, sin cortapisas, a esa Persona divina. Que si esto hacen, muy pronto quedaran transformados, porque solo el Espíritu Santo, hace un Jesús en cada almasimplificándola en la Unidad.


             Que hagan habitual el pensamiento de mi Padre, el honor de mi Padre, ofreciéndome y ofreciéndose en mi unión en todo momento y ocasión. Glorificarlo con una intensa Vida Interior. Convertir toda su vida en un acto de amor al Padre. Hacer que las almas lo adoren y hagan de su santa voluntad su ser y su vida.


Que es hacer nuestra consagración.

Es Tomar conciencia de que Dios nos ha elegido para su servicio consagrándonos por medio de la Iglesia el día de nuestra ordenación sacerdotal. Aceptar conscientemente, reiterar, hacer nuestra la consagración de que fuimos objeto entonces.

Consagración.

¡Oh Espíritu Santo recibe la consagración perfecta y absoluta de todo mi ser humano y sacerdotal!. Dígnate ser en adelante, en cada instante de mi vida y en cada una de mis acciones, mi Director, mi Luz, mi Guía, mi fuerza, mi fuego.

Yo me abandono sin reservas a tus operaciones divinas y quiero,  con el auxilio de Señor San José, ser siempre dócil a tus inspiraciones.

¡Oh Espíritu Santo! Transfórmanos, por María, con María y en María en tu amado Hijo Cristo Jesús, para Gloria del Padre, consuelo del Corazón de Jesús, descanso del Espíritu Santo, el honor de tu Iglesia, la santificación de los sacerdotes, la salvación de las almas y la paz del mundo.






NUEVOS EVANGELIZADORES


CON EL SANTO PADRE FRANCISCO EN LA TIERRA
 Foto: AFP




HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Jueves Santo 28 de marzo de 2013

Queridos hermanos y hermanas
Celebro con alegría la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Os saludo a todos con afecto, especialmente a vosotros, queridos sacerdotes, que hoy recordáis, como yo, el día de la ordenación.
Las Lecturas, también el Salmo, nos hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del santo crisma es la del Salmo 133: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento» (v. 2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado mediante las vestiduras.
La vestimenta sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex 28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla, puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires, que en este tiempo son tantos.
De la belleza de lo litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos ahora a fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los que están tristes y solos. La unción, queridos hermanos, no es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.
Al buen sacerdote se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo; esta es una prueba clara. Cuando la gente nuestra anda ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe. Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí, padre, que tengo este problema...». «Bendígame, padre», y «rece por mí» son la señal de que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en súplica, súplica del Pueblo de Dios. Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso banales – pero lo son sólo en apariencia – el deseo de nuestra gente de ser ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de sangre. Los mismos discípulos –futuros sacerdotes– todavía no son capaces de ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.
Así hay que salir a experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las «periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir nuestra vida sacerdotal pasando de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción que tengamos a los que no tienen nada de nada.
El sacerdote que sale poco de sí, que unge poco – no digo «nada» porque, gracias a Dios, la gente nos roba la unción – se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes, sacerdotes tristes, y convertidos en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con «olor a oveja» –esto os pido: sed pastores con «olor a oveja», que eso se note–; en vez de ser pastores en medio al propio rebaño, y pescadores de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual donde sólo vale la unción – y no la función – y resultan fecundas las redes echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.
Queridos fieles, acompañad a vuestros sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre Pastores según el corazón de Dios.
Queridos sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor, sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad; y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que les vino a traer Jesús, el Ungido.
Amén.





De la nueva Encíclica del Papa Francisco  LA LUZ DE LA FE

Compartir el Evangelio, formar personas como discípulos de Cristo, es parte de nuestra vocación cristiana y sobre todo en la casa, dentro de nuestra propia familia, porque es ahí donde aprendemos a vivir y poner en práctica la caridad que nos une como hermanos. (Cardenal Bergoglio)



De la nueva Encíclica LA LUZ DE LA FE

21. Así podemos entender la novedad que aporta la fe. El creyente es transformado por el Amor, al que se abre por la fe, y al abrirse a este Amor que se le ofrece, su existencia se dilata más allá de sí mismo.
Por eso, san Pablo puede afirmar: «No soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí» (Ga 2,20), y exhortar: «Que Cristo habite por la fe en vuestros corazones» (Ef 3,17). En la fe, el «yo» del creyente se ensancha para ser habitado por Otro, para vivir en Otro, y así su vida se hace más grande en el Amor.
En esto consiste la acción propia del Espíritu Santo. El cristiano
puede tener los ojos de Jesús, sus sentimientos, su condición filial, porque se le hace partícipe de su Amor, que es el Espíritu. Y en este Amor se recibe en cierto modo la visión propia de Jesús.

Sin esta conformación en el Amor, sin la presencia del Espíritu que lo infunde en nuestros corazones (cf. Rm 5,5), es imposible confesar a Jesús como Señor (cf. 1 Co 12,3).

La parte más rica, en mi opinión, es el n. 45 cuando se explica el Credo. Ahí se convierte en una afirmación que desborda la teología y tangencia la filosofía: "el fiel afirma que el centro del ser, el corazón más profundo de todas las cosas es la comunión divina" (n.45). Y completa: "El Dios-comunión es capaz de abrazar la historia del hombre e introducirlo en su dinamismo de comunión" (n. 45).


En su parte final, probablemente, de mano de Papa Francisco, hay una apertura notable, de carácter pastoral, que se compagina mal con las partes anteriores, fuertemente doctrinales. En ellas se firma enfáticamente que la luz de la fe ilumina todas las dimensiones de la vida humana. En la parte final la actitud es más modesta: "La fe no es una luz que disipa todas nuestras tinieblas, sino una lámpara que guía nuestros pasos en la noche y eso basta para el camino" (n.57). Con precisión teológica afirma que «la profesión de fe no es asentimiento a un conjunto de verdades abstractas, sino hacer que la vida entre en plena comunión con el Dios vivo» (45).


El que cree, aceptando el don de la fe, es transformado en una creatura nueva, recibe un nuevo ser, un ser filial que se hace hijo en el Hijo. «Abbá, Padre», es la palabra más característica de la experiencia de Jesús, que se convierte en el núcleo de la experiencia cristiana (cf. Rm 8,15). La vida en la fe, en cuanto existencia filial, consiste en reconocer el don originario y radical, que está a la base de la existencia del hombre, y puede resumirse en la frase de san Pablo a los Corintios: «¿Tienes algo que no hayas recibido?»


Río de Janeiro, 28 de julio de 2013 (Zenit.org) - Al finalizar la misa de clausura de la XXVIII Jornada Mundial de la Juventud, el santo padre Francisco ha guiado la oración del Ángelus con los jóvenes y peregrinos presentes en Copacabana.
Antes de rezar la oración mariana, el papa ha anunciado que la próxima edición internacional de la JMJ será en 2016, en Cracovia, Polonia.
Estas son las palabras que el papa Francisco ha dirigido a los presentes antes de rezar el Ángelus.
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Queridos hermanos y hermanas,
Al final de esta celebración eucarística, con la que hemos elevado a Dios nuestro canto de alabanza y gratitud por cada gracia recibida durante esta Jornada Mundial de la Juventud, quisiera agradecer de nuevo a monseñor Orani Tempesta y al cardenal Rylko las palabras que me han dirigido. Les agradezco también a ustedes, queridos jóvenes, todas las alegrías que me han dado en estos días. ¡Gracias! Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón. Ahora dirigimos nuestra mirada a la Madre del cielo, la Virgen María. En estos días, Jesús les ha repetido con insistencia la invitación a ser sus discípulos misioneros; han escuchado la voz del Buen Pastor que les ha llamado por su nombre y han reconocido la voz que les llamaba (cf. Jn 10,4). ¿No es verdad que, en esta voz que ha resonado en sus corazones, han sentido la ternura del amor de Dios? ¿Han percibido la belleza de seguir a Cristo, juntos, en la Iglesia? ¿Han comprendido mejor que el evangelio es la respuesta al deseo de una vida todavía más plena? (cf. Jn 10,10).



La Virgen Inmaculada intercede por nosotros en el Cielo como una buena madre que cuida de sus hijos. Que María nos enseñe con su vida qué significa ser discípulo misionero. Cada vez que rezamos el Ángelus, recordamos el evento que ha cambiado para siempre la historia de los hombres. Cuando el ángel Gabriel anunció a María que iba a ser la Madre de Jesús, del Salvador, ella, aun sin comprender del todo el significado de aquella llamada, se fió de Dios y respondió: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38). Pero, ¿qué hizo inmediatamente después? Después de recibir la gracia de ser la Madre del Verbo encarnado, no se quedó con aquel regalo; se sintió responsable y marchó, salió de su casa y se fue rápidamente a ayudar a su pariente Isabel, que tenía necesidad de ayuda (cf. Lc 1,38-39); realizó un gesto de amor, de caridad y de servicio concreto, llevando a Jesús en su seno. Y este gesto lo hizo diligentemente.
Queridos amigos, éste es nuestro modelo. La que ha recibido el don más precioso de parte de Dios, como primer gesto de respuesta se pone en camino para servir y llevar a Jesús. Pidamos a la Virgen que nos ayude también a nosotros a llevar la alegría de Cristo a nuestros familiares, compañeros, amigos, a todos. No tengan nunca miedo de ser generosos con Cristo. ¡Vale la pena! Salgan y vayan con valentía y generosidad, para que todos los hombres y mujeres encuentren al Señor.
Queridos jóvenes, tenemos una cita en la próxima Jornada Mundial de la Juventud, en 2016, en Cracovia, Polonia. Pidamos, por la intercesión materna de María, la luz del Espíritu Santo para el camino que nos llevará a esta nueva etapa de gozosa celebración de la fe y del amor de Cristo.
Ahora recemos juntos…


EL PAPA BENEDICTO EN UN CONVENTO.


Benedicto XVI se retira a la Oración.

A semejanza de San Benito en la Vida narrada por San Gregorio Magno.

PRÓLOGO

Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad, no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozar libremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito.  Nació en el seno de una familia libre, en la región de Nursia, y fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. Pero al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible precipicio.  Despreció, pues, el estudio de las letras y abandonó la casa y los bienes de su padre. Y deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la vida monástica.


Fíjate bien, Pedro, en lo que voy a decirte. Para el alma que ve al Creador, pequeña es toda criatura. Puesto que por poca que sea la luz que reciba del Creador, le parece exiguo todo lo creado. Porque la claridad de la contemplación interior amplifica la visión íntima del alma y tanto se dilata en Dios, que se hace superior al mundo; incluso el alma del vidente se levanta sobre sí, pues en la luz de Dios se eleva y se agranda interiormente. Y cuando así elevada mira lo que queda debajo de ella, entiende cuán pequeño es lo que antes estando en sí, no podía comprender.

Y UN PAPA EN LE CIELO. Juan Pablo II   


AHORA DESDE EL CIELO Y CON CUANTO MAYOR VIGOR CUANDO SEA INVOCADO EN LOS ALTARES.



 Totus tuus ego sum et omnia mea Tua sunt. Accipio Te in mea omnia. Praebe mihi cor Tuum, Maria.



Sacerdotes y Cristianos congruentes con su Identidad de Hijos de Dios y seguidores de Cristo que se dejan guiar por el Espíritu Santo. 

DON Y MISTERIO

IX

SER SACERDOTE HOY
Cincuenta años de sacerdocio no son pocos. ¡Cuántas cosas han sucedido en este medio siglo de historia! Han surgido nuevos problemas, nuevos estilos de vida, nuevos desafíos. Viene espontáneo preguntarse: ¿qué supone ser sacerdote hoy, en este escenario en continuo movimiento mientras nos encaminamos hacia el tercer Milenio?
No hay duda de que el sacerdote, con toda la Iglesia, camina con su tiempo, y es oyente atento y benévolo, pero a la vez crítico y vigilante, de lo que madura en la historia. El Concilio ha mostrado como es posible y necesaria una auténtica renovación, en plena fidelidad a la Palabra de Dios y a la Tradición. Pero más allá de la debida renovación pastoral, estoy convencido de que el sacerdote no ha de tener ningún miedo de estar "fuera de su tiempo", porque el "hoy" humano de cada sacerdote está insertado en el "hoy" de Cristo Redentor. La tarea más grande para cada sacerdote en cualquier época es descubrir día a día este "hoy" suyo sacerdotal en el "hoy" de Cristo, aquel "hoy" del que habla la Carta a los Hebreos. Este "hoy" de Cristo está inmerso en toda la historia, en el pasado y en el futuro del mundo, de cada hombre y de cada sacerdote. "Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre'' (Hb 13,8). Así pues, si estamos inmersos con nuestro "hoy'' humano y sacerdotal en el "hoy" de Cristo, no hay peligro de quedarse en el "ayer", retrasados... Cristo es la medida de todos los tiempos. En su "hoy" divino-humano y sacerdotal se supera de raíz toda oposición -antes tan discutida- entre el "tradicionalismo" y el "progresismo''.

Las aspiraciones profundas del hombre
Si se analizan las aspiraciones del hombre contemporáneo en relación con el sacerdote se verá que, en el fondo, hay en el mismo una sola y gran aspiración: tiene sed de Cristo. El resto -lo que necesita a nivel económico, social y político- lo puede pedir a muchos otros. ¡Al sacerdote se le pide Cristo! Y de él tiene derecho a esperarlo, ante todo mediante el anuncio de la Palabra. Los presbíteros -enseña el Concilio- "tienen como primer deber el anunciar a todos el Evangelio de Dios'' (Presbyterorum Ordinis, 4). Pero el anuncio tiende a que el hombre encuentre a Jesús, especialmente en el misterio eucarístico, corazón palpitante de la Iglesia y de la vida sacerdotal. Es un misterioso y formidable poder el que el sacerdote tiene en relación con el Cuerpo eucarístico de Cristo. De este modo es el administrador del bien más grande de la Redención porque da a los hombres el Redentor en persona. Celebrar la Eucaristía es la misión más sublime y más sagrada de todo presbítero. Y para mí, desde los primeros años de sacerdocio, la celebración de la Eucaristía ha sido no sólo el deber más sagrado, sino sobre todo la necesidad más profunda del alma.

Ministro de la misericordia
Como administrador del sacramento de la Reconciliación, el sacerdote cumple el mandato de Cristo a los Apóstoles después de su resurrección: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos'' (Jn 20, 22-23). ¡El sacerdote es testigo e instrumento de la misericordia divina! ¡Qué importante es en su vida el servicio en el confesionario! Precisamente en el confesionario se realiza del modo más pleno su paternidad espiritual. En el confesionario cada sacerdote se convierte en testigo de los grandes prodigios que la misericordia divina obra en el alma que acepta la gracia de la conversión. Es necesario, no obstante, que todo sacerdote al servicio de los hermanos en el confesionario tenga él mismo la experiencia de esta misericordia de Dios a través de la propia confesión periódica y de la dirección espiritual.
Administrador de los misterios divinos, el sacerdote es un especial testigo del Invisible en el mundo. En efecto, es administrador de bienes invisible e inconmensurables que pertenecen al orden espiritual y sobrenatural.

Un hombre en contacto con Dios
Como administrador de tales bienes, el sacerdote está en permanente y especial contacto con la santidad de Dios. "¡ Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios del universo! Los cielos y la tierra están llenos de tu gloria''. La majestad de Dios es la majestad de la santidad. En el sacerdocio el hombre es como elevado a la esfera de esta santidad, de algún modo llega a las alturas en las que una vez fue introducido el profeta Isaías. Y precisamente de esa visión profética se hace eco la liturgia eucarística: Sanctus, Sanctus, Sanctus, Dominus Deus Sabaoth. Pleni sunt caeli et terra gloria tua. Hosanna in excelsis.
Al mismo tiempo, el sacerdote vive todos los días, continuamente, el descenso de esta santidad de Dios hacia el hombre: benedictus qui venit in nomine Domini. Con estas palabras las multitudes de Jerusalén aclamaban a Cristo que llegaba a la ciudad para ofrecer el sacrificio por la redención del mundo. La santidad trascendente, de alguna manera "fuera del mundo" llega a ser en Cristo la santidad "dentro del mundo". Es la santidad del Misterio pascual.

Llamado a la santidad
En contacto continuo con la santidad de Dios, el sacerdote debe llegar a ser él mismo santo. Su mismo ministerio lo compromete a una opción de vida inspirada en el radicalismo evangélico. Esto explica que de un modo especial deba vivir el espíritu de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia. En esta perspectiva se comprende también la especial conveniencia del celibato. De aquí surge la particular necesidad de la oración en su vida: la oración brota de la santidad de Dios y al mismo tiempo es la respuesta a esta santidad. He escrito en una ocasión: ''La oración hace al sacerdote y el sacerdote se hace a través de la oración''. Sí, el sacerdote debe ser ante todo hombre de oración, convencido de que el tiempo dedicado al encuentro íntimo con Dios es siempre el mejor empleado, porque además de ayudarle a él, ayuda a su trabajo apostólico. Si el Concilio Vaticano II habla de la vocación universal a la santidad, en el caso del sacerdote es preciso hablar de una especial vocación a la santidad. ¡Cristo tiene necesidad de sacerdotes santos! ¡El mundo actual reclama sacerdotes santos! Solamente un sacerdote santo puede ser, en un mundo cada vez mas secularizado, testigo transparente de Cristo y de su Evangelio. Solamente así el sacerdote puede ser guía de los hombres y maestro de santidad. Los hombres, sobre todo los jóvenes, esperan un guía así. ¡El sacerdote puede ser guía y maestro en la medida en que es un testigo auténtico!

La cura animarum
En mi ya larga experiencia, a través de situaciones tan diversas, me he afianzado en la convicción de que sólo desde el terreno de la santidad sacerdotal puede desarrollarse una pastoral eficaz, una verdadera "cura animarum". El auténtico secreto de los éxitos pastorales no está en los medios materiales, y menos aún en la "riqueza de medios''. Los frutos duraderos de los esfuerzos pastorales nacen de la santidad del sacerdote. ¡Este es su fundamento! Naturalmente son indispensables la formación, el estudio y la actualización; en definitiva. una preparación adecuada que capacite para percibir las urgencias y definir las prioridades pastorales. Sin embargo, se podría afirmar que las prioridades dependen también de las circunstancias, y que cada sacerdote ha de precisarlas y vivirlas de acuerdo con su obispo y en armonía con las orientaciones de la Iglesia universal. En mi vida he descubierto estas prioridades en el apostolado de los laicos, de modo especial en la pastoral familiar -campo en el que los mismos laicos me han ayudado mucho-, en la atención a los jóvenes y en el diálogo intenso con el mundo de la ciencia y de la cultura. Todo esto se ha reflejado en mi actividad científica y literaria. Surgió así el estudio Amor y responsabilidad y, entre otras cosas, una obra literaria: El taller del orfebre, con el subtítulo Meditaciones sobre el sacramento del matrimonio.
Una prioridad ineludible es hoy la atención preferencial a los pobres, los marginados y los emigrantes. Para ellos el sacerdote debe ser verdaderamente un "padre". Ciertamente los medios materiales son indispensables, como los que nos ofrece la moderna tecnología. Sin embargo, el secreto es siempre la santidad de vida del sacerdote que se expresa en la oración y en la meditación, en el espíritu de sacrificio y en el ardor misionero. Cuando pienso en los años de mi servicio pastoral como sacerdote y como obispo, más me convenzo de lo verdadero y fundamental que es esto.

Hombre de la Palabra
Me he referido ya al hecho de que para ser guía auténtico de la comunidad, verdadero administrador de los misterios de Dios, el sacerdote está llamado a ser hombre de la palabra de Dios, generoso e incansable evangelizador. Hoy, frente a las tareas inmensas de la "nueva evangelización'', se ve aún más esta urgencia.
Después de tantos años de ministerio de la Palabra, que especialmente como Papa me han visto peregrino por todos los rincones del mundo, debo dedicar algunas consideraciones a esta dimensión de la vida sacerdotal. Una dimensión exigente, ya que los hombres de hoy esperan del sacerdote antes que la palabra "anunciada" la palabra "vivida". El presbítero debe "vivir de la Palabra''. Pero al mismo tiempo, se ha de esforzar por estar también intelectualmente preparado para conocerla a fondo y anunciarla eficazmente. En nuestra época, caracterizada por un alto nivel de especialización en casi todos los sectores de la vida, la formación intelectual es muy importante. Esta hace posible entablar un diálogo intenso y creativo con el pensamiento contemporáneo. Los estudios humanísticos y filosóficos y el conocimiento de la teología son los caminos para alcanzar esta formación intelectual, que deberá ser profundizada durante toda la vida. El estudio, para ser auténticamente formativo, tiene necesidad de estar acompañado siempre por la oración, la meditación, la súplica de los dones del Espíritu Santo: la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Santo Tomás de Aquino explica como, con los dones del Espíritu Santo, todo el organismo espiritual del hombre se hace sensible a la luz de Dios, a la luz del conocimiento y también a la inspiración del amor. La súplica de los dones del Espíritu Santo me ha acompañado desde mi juventud y a ella sigo siendo fiel hasta ahora.
Profundización científica
Ciertamente, como enseña el mismo Santo Tomás, la "ciencia infusa", que es fruto de una intervención especial del Espíritu Santo, no exime del deber de procurarse la "ciencia adquirida".
Por lo que a mí respecta, como he dicho antes, inmediatamente después de la ordenación sacerdotal fui enviado a Roma para perfeccionar los estudios. Más tarde, por decisión de mi obispo, tuve que ocuparme de la ciencia como profesor de ética en la Facultad teológica de Cracovia y en la Universidad Católica de Lublin. Fruto de estos estudios fueron el doctorado sobre San Juan de la Cruz y después la tesis sobre Max Scheler para la enseñanza libre: más en concreto, sobre la aportación que su sistema ético de tipo fenomenológico puede dar a la formación de la teología moral. Debo verdaderamente mucho a este trabajo de investigación. Sobre mi precedente formación aristotélico-tomista se injertaba así el método fenomenológico, lo cual me ha permitido emprender numerosos ensayos creativos en este campo. Pienso especialmente en el libro "Persona y acción De este modo me he introducido en la corriente contemporánea del personalismo filosófico, cuyo estudio ha tenido repercusión en los frutos pastorales. A menudo constato que muchas de las reflexiones maduradas en estos estudios me ayudan durante los encuentros con las personas, individualmente o en los encuentros con las multitudes de fieles con ocasión de los viajes apostó1icos. Esta formación en el horizonte cultural del personalismo me ha dado una conciencia más profunda de cómo cada uno es una persona única e irrepetible, y considero que esto es muy importante para todo sacerdote.

El diálogo con el pensamiento contemporáneo
Gracias a los encuentros y coloquios con naturalistas, físicos, biólogos y también con historiadores, he aprendido a apreciar la importancia de las otras ramas del saber relativas a las materias científicas, desde las cuales se puede llegar a la verdad partiendo de perspectivas diversas. Es preciso, pues, que el esplendor de la verdad -Veritatis Splendor- las acompañe continuamente, permitiendo a los hombres encontrarse, intercambiar las reflexiones y enriquecerse recíprocamente. He traído conmigo desde Cracovia a Roma la tradición de encuentros interdisciplinares periódicos, que tienen lugar de modo regular durante el verano en Castel Gandolfo. Trato de ser fiel a esta buena costumbre.
"Labia sacerdotum scientiam custodiant..." (cf. Ml 2, 7). Me gusta recordar estas palabras del profeta Malaquías, citadas en las Letanías a Cristo Sacerdote y Víctima, porque tienen una especie de valor programático para quien está llamado a ser ministro de la Palabra. Este debe ser verdaderamente hombre de ciencia en el sentido más alto y religioso del término. Debe poseer y transmitir la "ciencia de Dios" que no es sólo un depósito de verdades doctrinales, sino experiencia personal y viva del Misterio, en el sentido indicado por el Evangelio de Juan en la gran oración sacerdotal: "Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo" (17, 3).


X
A LOS HERMANOS EN EL SACERDOCIO
Al concluir este testimonio sobre mi vocación sacerdotal, deseo dirigirme a todos los Hermanos en el sacerdocio: ¡a todos sin excepción! Lo hago con las palabras de San Pedro: "Hermanos, poned el mayor empeño en afianzar vuestra vocación y vuestra elección. Obrando así nunca caeréis" (2 PeI, 10). ¡Amad vuestro sacerdocio! ¡Sed fieles hasta el final! Sabed ver en él aquel tesoro evangélico por el cual vale la pena darlo todo (cf. Mt 13, 44).
De modo particular me dirijo a aquellos de entre vosotros que viven un período de dificultad o incluso de crisis de su vocación. Quisiera que este testimonio personal mío -testimonio de sacerdote y de Obispo de Roma, que celebra las Bodas de Oro de la Ordenación- fuese para vosotros una ayuda y una invitación a la fidelidad. He escrito esto pensando en cada uno de vosotros, abrazándoos a todos con la oración.
Pupilla oculi
He pensado también en tantos jóvenes seminaristas que se preparan al sacerdocio. ¡Cuantas veces un obispo va con la mente y el corazón al seminario! Este es el primer objeto de sus preocupaciones. Se suele decir que el seminario es para un obispo la "pupila de sus ojos". El hombre defiende las pupilas de sus ojos porque le permiten ver. Así, en cierto modo, el obispo ve su Iglesia a través del seminario, porque de las vocaciones sacerdotales depende gran parte de la vida eclesial. La gracia de numerosas y santas vocaciones sacerdotales le permite mirar con confianza el futuro de su misión.
Digo esto basándome en los muchos años de mi experiencia episcopal. Fui nombrado obispo doce años después de mi Ordenación sacerdotal: buena parte de estos cincuenta años ha estado precisamente marcada por la preocupación por las vocaciones. La alegría del obispo es grande cuando el Señor da vocaciones a su Iglesia; su falta, por el contrario, provoca preocupación e inquietud. El Señor Jesús ha comparado esta preocupación a la del segador: "La mies es mucha y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 37).

Deo gratias!
No puedo terminar estas reflexiones, en el año de mis Bodas de Oro sacerdotales sin expresar al Señor de la mies la más profunda gratitud por el don de la vocación, por la gracia del sacerdocio, por las vocaciones sacerdotales en todo el mundo. Lo hago en unión con todos los obispos, que comparten la misma preocupación por las vocaciones y sienten la misma alegría cuando aumenta su número. Gracias a Dios, está en vías de superación una cierta crisis de vocaciones sacerdotales en la Iglesia. Cada nuevo sacerdote trae consigo una bendición especial: "Bendito el que viene en nombre del Señor''. En efecto, es Cristo mismo quien viene en cada sacerdote. Si San Cipriano ha dicho que el cristiano es "otro Cristo" -Christianus alter Christus-, con mayor razón se puede decir: Sacerdos alter Christus.
Que Dios mantenga en los sacerdotes una conciencia agradecida y coherente del don recibido, y suscite en muchos jóvenes una respuesta pronta y generosa a su llamada a entregarse sin reservas por la causa del Evangelio. De ello se beneficiarán los hombres y mujeres de nuestro tiempo, tan necesitados de sentido y de esperanza. De ello se alegrará la comunidad cristiana, que podrá afrontar con confianza las incógnitas y desafíos del tercer Milenio que ya está a las puertas.


Que la Virgen María acoja este testimonio mío como una ofrenda filial, para gloria de la Santísima Trinidad. Que la haga fecunda en el corazón de los hermanos en el sacerdocio y de tantos hijos de la Iglesia. Que haga de ella una semilla de fraternidad también para quienes, aun sin compartir la misma fe, me hacen con frecuencia el don de su escucha y del diálogo sincero.







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