lunes, 29 de julio de 2013

LA RUTA DEL ESPÍRITU


Soy creación de Dios y vivo cada día como criatura de Dios.

La Fe es nuestra dependencia del Padre,  Nuestra esperanza es Jesús 
La Caridad es el Espíritu Santo amando en nosotros. 

LA RUTA DEL ESPÍRITU.
La ruta del Espíritu es invariable e inmensa: la divina Paloma describe siempre con sus alas blanquísimas un círculo amoroso e infinito: viene del Padre y del Hijo, y hacia esas divinas Personas tiende su vuelo majestuoso, arrastrando en la dulce impetuosidad de su soplo, a la cruz y a la gloria, a las almas dóciles a sus inspiraciones.
Sólo Dios puede abarcarse a si mismo en su infinita unidad; pero en nosotros, sobretodo en el destierro, tienen que aparecer una a una las facetas de su única divina hermosura: Para  El Temor de Dios es el soberano a quien hay que sujetarse con profunda reverencia porque tiene en sus manos las llaves de la vida y de la muerte. Para la Fortaleza, es la fuerza omnipotente que se entrega en manos de la debilidad. Para la Piedad es el Padre a quien debe adherirse con afecto filial, ensalzando su gloria. Para el Consejo es la regla eterna y suprema de las acciones humanas. Para la Ciencia, el ejemplar infinito de las criaturas. Para el Entendimiento, el fin sobrenatural que esparce luz en todo conocimiento de ese orden altísimo. Para la Sabiduría, el foco de luz que ilumina el alma con la claridad del amor, porque ella se ha reunido en abrazo dulcísimo y ha descubierto en la suavidad deliciosa del amor el secreto de toda verdad.

Luis M. Martínez.   La Verdadera Devoción al Espíritu Santo  VI  


ILUMINACIÓN.
Nuestra  vida espiritual, consiste en nuestra incorporación a Jesús, en nuestra unión con El, nosotros somos los sarmientos  y  El es la vid a la cual estamos íntimamente unidos y de donde tomamos la savia y la vida. Vivir vida cristiana es abrazarnos con Jesús,  fundirnos,  hacernos una sola cosa con El,  y por El y en El,  ser hijos adoptivos del Padre y estar bajo el régimen y el impulso amoroso del Espíritu Santo; es entrar en el seno de Dios, es comenzar a vivir en la tierra la vida que ha de ser nuestra felicidad en el cielo.

! Si pudiéramos contemplar la inmensidad, la belleza, la beatitud de esta vida! Nuestra vida no puede ser otra cosa sino luz y amor y fecundidad,  porque es la vida de Dios,  porque es la vida del Espíritu; pero llegaremos a la cumbre de esa luz cuando entremos en el seno de la Divinidad.
Si Dios habita en una luz inaccesible para nuestra pequeñez, el amor de Dios la ha  hecho accesible por su misericordia. Jesús vino precisamente para hacernos accesible la luz de Dios. Esa luz de Dios que se nos comunica por la humanidad de Jesucristo.
El Espíritu Santo hace inteligible para nosotros la Persona de Cristo y todo su mensaje. Con la luz admirable del Espíritu Santo comprendemos la maravilla de nuestra filiación adoptiva. Nuestro parentesco con el Señor resucitado, la función de María nuestra madre, el misterio de la Iglesia. La riqueza de nuestro bautismo, el sentido de la vida, del trabajo, del dolor, la verdad en lo mas recóndito de nuestro ser.

AMAR CON EL ESPÍRITU SANTO

DEJARSE POSEER.
El amor, hemos dicho, es el fondo de nuestra devoción al Espíritu Santo. Pero el amor como reflejo de Dios, como imagen suya, es algo muy simple que encierra en su simplicidad múltiples riquezas y variadísimas formas.
Todos los matices de los afectos humanos se encuentran admirablemente armonizados en el amor filial, confiado como el de la amistad, dulce y fecundo como el amor de los esposos, y libre y puro, y desinteresado y tiernísimo como el amor maternal. Con todos estos matices debemos amar a Dios.
Pero, puesto que Dios es uno en esencia y trino en Personas, nuestro amor hacia El, que es único, toma su especial matiz según se dirige a cada una de las Personas divinas. Nuestro amor al Padre es tierno y confiado como de verdaderos hijos, ávidos de glorificarlo como su Unigénito nos enseño con su palabra  con su ejemplo. Nuestro amor al Hijo, que quiso encarnarse por nosotros, se caracteriza por una tendencia a una unión con El, a una transformación en EL,  realizada por la imitación de sus ejemplos, por la participación de su vida, por la comunicación de sus sufrimientos y de su cruz.  El ideal de nuestro amor al Espíritu Santo es dejarse poseer y mover por El ;  escucharle, comprender su mensaje, descubrirlo, no poner resistencia a su soplo divino.  Uno de los gozos más grandes del amor es este abandono a las disposiciones y a la acción del amado hasta desaparecer,  borrarse,  anonadarse para que se realice nuestra transformación en el Amado.
Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al Espíritu Santo  XII.


POSEERLO.
Amar al Espíritu Santo es, pues, dejarse poseer por El; pero también poseerlo, porque El  es nos solamente el Director de nuestra vida, sino también el Don de Dios,  nuestro Don. Poseer al Amor es amarlo, es dejarse penetrar por su fuego y arder en el, es recibir las ardientes efusiones del amor y en ellas al Amor mismo. Esta posesión tiene sus grados: basta el menor grado de caridad para poseer al Espíritu Santo. Cuanto más crece en el alma la caridad, más crece también esta dichosa posesión del Don de Dios. El Espíritu Santo es más nuestro cuanto más lo amamos, y más lo amamos cuanto somos más suyos; en otras palabras: cuanto más perfectamente es el Espíritu Santo principio de nuestro amor, más perfectamente es el término de ese mismo amor, más perfectamente es nuestro DON.
Cuando amamos bajo la especial moción del Espíritu Santo, puede decirse con rigor teológico que aquel acto es divino, que es acto del Espíritu Santo, que amamos con el Espíritu Santo, porque, como enseña Santo Tomás, la producción de algún efecto no se atribuye al móvil sino al motor. En este amor realizado bajo la especial moción del Espíritu Santo, sobre todo cuando este amor pasivo a llegado a su perfección, no es el alma quien se mueve a si misma, sino que el Espíritu Santo la mueve y ella obra bajo su impulso divino. El Espíritu de Dios ama en el alma; el alma ama con el Espíritu Santo.
Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al  Espíritu Santo  XIII.


AMOR Y MISERIAS.
El amar a Dios no es solo un felicísimo derecho que todos tenemos, sino un dichosísimo deber. ¿ No es el primero y principal de los mandamientos : Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas ?. ¿Como puedo atreverme a amar a Dios si estoy lleno de miserias y pecados? ¿ Como podrá Dios amarme así para que haya la mutua correspondencia que exige el amor ?.
Precisamente lo que Dios nos pide, lo que exige de nosotros, lo que vino a buscar a la tierra, en medio de los dolores y las miserias de la vida mortal,  fue nuestro amor,  el amor de las pobres criaturas ; sabia muy bien que no encontraría sobre la tierra ni virtud, ni generosidad, ni hermosura, ni necesitaba tales cosas,  pues El precisamente traía las manos henchidas de esos dones , mas sabía que sobre la tierra había corazones pobres, miserables y manchados, pero capaces de amar,  y vino a pedirles que lo amaran, vino a obligarlos con el extremo de su ternura, con las locuras de su amor a que lo amaran, y después de hablar de amor y de empequeñecerse en la Santa Eucaristía por amor, se quedó en el Sagrario para decir a cada alma que viene a este mundo lo que dijo a la Samaritana : ! Tengo sed de amor! ! alma, dame de beber... !
Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al  Espíritu Santo  XI.

UN CIELO ANTICIPADO.
Sin duda que el Espíritu Santo se llama consolador, porque de cuando en cuando hace lucir un rayo de luz celestial en nuestro espíritu, hace palpitar con violencia nuestro corazón con santos afectos, nos levanta de la tierra y parece que nos hace tocar el cielo.
No obstante, mientras vivimos en la tierra, nos tortura el deseo vivísimo, la ansiedad inmensa de poseer ya a nuestro Dios. A las veces nos entretenemos, por decirlo así, con las criaturas, para no sentir esta pena que llevamos en el alma ;  pero cuando las criaturas desaparecen y nos damos de nuestra verdadera situación, exclamamos con el salmista : ! Ay de mi, cuanto se ha prolongado mi destierro !.
La pena por la que necesitamos consuelo es porque no poseemos plenamente a Dios. El verdadero consuelo que nos da el Espíritu Santo es éste: nos da, de la manera que podemos poseerlo en la tierra, como dice San Pablo, " lo sustancial de las cosas que esperamos ", por decirlo así nos fabrica en el corazón un cielo anticipado y  temporal,  mientras llega el definitivo y eterno.  Esto es, nos hace ver, en cuanto es posible a la pobre criatura, como Dios ve;  amar, con nuestra naturaleza transformada por la gracia como Dios ama.
El Padre no tiene ojos sino para mirar al Verbo, pues en El nos ve a todas las criaturas; no tiene corazón más que para amar al Verbo,  pues en El ama a todos. Y ese amor incomprensible se refleja en la criatura transformada: No ver en las criaturas sino al Verbo; no amarlas sino en el Verbo, o amar al Verbo en ellas.  He aquí la suprema perfección de nuestra alma respecto a las criaturas y el preludio de aquella vida felicísima en la que Dios será todo en todas las cosas.

Después de haber dado una mirada de conjunto sobre todo el camino de la vida espiritual, conviene ir recorriendo uno por una las etapas de ese camino.

EL DESPRENDIMIENTO.
La vida espiritual debe apoyarse sobre la nada,  sobre la nada humana. No debemos tener apoyo humano, nuestro apoyo es Dios;  nada de criaturas,  nada de afectos,  nada de nosotros mismos.  Nuestro Señor nos quiere totalmente desprendidos,  no solamente de las cosas exteriores, las riquezas, los bienes de este mundo, sino también de los afectos del corazón y de nosotros mismos que es de lo que más nos cuesta desprendernos.
! Cuantas veces una cosa pequeñísima viene a ser el obstáculo para nuestra perfección! ¿ Y que importa que sea pequeña o que sea grande ?. Si nos impide ira Dios siempre es una cosa grande.
Por eso hay tantas parábolas en el Santo Evangelio en donde se dice: " fue y vendió todo lo que tenia " y la compró. De esta manera, es necesario que nos desprendamos de todo para adquirir esa perla preciosa que es Jesús. El quiere ser nuestro único tesoro, por eso quiere que nos desprendamos de todo lo que tenemos; quiere ser nuestro único amor, por eso quiere que vayan desfilando de nuestro corazón todos nuestros afectos. Y por eso es necesario que hasta nosotros nos borremos para que El pueda vivir en nosotros.


EL ABANDONO.
Cada día me convenzo más de que el abandono es la última palabra del amor, tanto por parte de Dios, como por parte nuestra; y aun me parece que es la esencia del amor y de la unión. El amor es entrega mutua;  y el abandono es la entrega completa, íntima e ilimitada.
Noto tres fases en el abandono:  entregarnos para que Dios nos utilice   -  entregarnos para que Dios nos inmole  -  entregarnos para que Dios nos ame.  Claro está que esta última es la más íntima y deliciosa y de la que digo que es como la esencia de la unión.
Por la primera,   Dios nos hace instrumentos de su acción.  Por la segunda,  participes de sus sufrimientos.  Por la tercera  nos  adherimos a El,  nos hacemos en cierto modo una sola cosa con El.
¿ Quien no ve que no puede haber unión sin abandono y que el grado del abandono es la medida de la unión ?.
Dios encuentra encanto inefable en que el alma sele abandone, sobretodo en la tercera fase. Y vislumbro que ese divino encanto, es el encanto sustancial del amor.
Quizá el abandono es la forma suprema para que se pueda realizar mi triple misión, escribe Mons. Luis María Martínez, Arzobispo primado de México durante la persecución religiosa: Para ser el vivo retrato de Cristo. La primera fase del abandono. Para ser víctima, la segunda. Y para mostrar los encantos del amor, la tercera.
Luis M. Martínez Arzobispo Primado de México.  Divina Obsesión XIV

LA UNIÓN TRANSFORMANTE.
Como explica Santo Tomás, hay tres uniones en el amor: una que es su causa,  otra que es el amor mismo,  y la tercera que es su efecto.
La primera es causa del amor: Cierta unidad de naturaleza y de aspiraciones.  La segunda, es el amor mismo, una unión de afectos y de voluntades: el querer del amado es nuestro querer; su bien,  nuestro bien,  su dicha, nuestra dicha. La tercera es efecto del amor: la tendencia a la unión real efectiva de los que se aman. En el amor de Dios hay estas tres uniones: La primera tiene como centro la gracia, que es una participación de la naturaleza divina. La segunda unión la realiza la caridad, que es amistad y amor, que es imagen de Dios que es caridad, y especialmente del Espíritu Santo, el Amor personal. La tercera unión realizada por los Dones del Espíritu Santo, especialmente por el Don de Sabiduría, llegados a su perfecto desarrollo, y consiste en la total completa  y constante divinización del alma :  La Unión Transformante.  La plena participación del Don de Sabiduría que imprime en nosotros la imagen de Jesús, la imagen del Verbo realizada por el Espíritu Santo, porque el Verbo de Dios es la Sabiduría Engendrada,  y el Don de Sabiduría es la sabiduría participada. En ella el Espíritu Santo posee perfectamente el alma y la mueve en todos sus actos.
Luis M. Martínez Arzobispo Primado de México. Divina Obsesión IX

EXPERIENCIA DE DIOS.
Esa dulce experiencia de lo divino, propia de las almas transformadas, es efecto principalmente del Don de Sabiduría. La presencia de Dios, como Don, no es otra cosa que la dulce experiencia de la unión. El alma no se separa nunca del Verbo, mira desvanecerse más a menos el velo que cubre su Tesoro, goza de la unión, goza de lo suyo.
Digámoslo entre paréntesis : hace muy bien el Verbo en cubrirse ante las miradas del alma, pues es demasiado hermoso para descubrirse : ! su hermosura la mataría !. Y El en la inmensidad de su ternura, el Verbo lucha, por decirlo así, entre su ansia de comunicarse y su anhelo de conservar aún en la tierra a su alma esposa.
! Oh! , si el alma lo soportara,  si no tuviera aun que sufrir  y  cumplir su misión, la vida del alma transformada sería un ósculo interminable. Pero, ¿cómo sufriría viviendo así?  ¿Cómo podría cumplir sus deberes exteriores?  ¿ Cómo podría conservar su vida ?.
Por eso el Amado va variando, con infinita sabiduría y con inefable delicadeza, la intensidad de está dulce experiencia. Y varían también los aspectos de su hermosura que descubre al alma: ahora su majestad ; ahora su ternura ; cuándo su santidad ; cuándo su belleza ; cuándo su misericordia,  etc.  El sabe cómo y por qué va descubriendo al alma sus divinos encantos, mientras llega la unión eterna, mientras llega el momento feliz, de entregarse sin velos al alma en el éxtasis inefable del cielo.  

Luis M. Martínez Arzobispo Primado de México. Divina Obsesión IX

DESPRENDIMIENTO Y ATENCIÓN AMOROSA
Si la vida cristiana es en su fondo la mutua posesión de Dios y del alma, si la verdadera devoción al Espíritu Santo no es otra cosa que la amorosa aceptación y plena realización de esa vida, desprenderse que para ser en verdad devotos del Espíritu Santo debemos ir perfeccionando esa mutua posesión, adaptando nuestro ser a sus divinas exigencias;  nuestro amor a su amor, nuestra actividad a sus dones, nuestro esfuerzo a su acción.
El Espíritu Santo habita en nosotros por la Caridad. De la misma manera, vivimos con el Espíritu Santo si lo amamos, y la perfección de esa será proporcionada a la perfección de nuestro amor.
" El Amor no es amado ", grita por las calles el B. Jacoponi de Todi, en los excesos de su amor. Nada más justo que amar al Espíritu Santo porque es Amor infinito.  Amar al Amor es vivir con El,  es dejarse poseer por El  y  poseerlo,  es impregnarnos de su divino fuego y dejarnos consumir en El.
Para obtener la vida íntima con El Espíritu Santo, la presencia dulcísima del Huésped divino, no hay más que un medio definitivo y eficaz, el amor: Inmolarle todo el ganado de nuestros afectos, arrojando del alma todo lo que no es El,  consumirlos todos en el fuego del holocausto,  para que pueda convertirse en el dueño único de nuestros pensamientos, en el fuego único de nuestro corazón. Para que pueda el Amor sentarse a nuestra mesa y embriagarnos con el vino generoso de su amor.
Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al Espíritu Santo  VI


LAS VIRTUDES TEOLOGALES.
Para ponernos en contacto íntimo con Jesús no bastan las luces de nuestra inteligencia ni el amor natural de nuestro corazón. Necesitamos nuevos ojos y nuevo corazón  para podernos comunicar con Dios, para poder  comunicarnos con Jesús. Y en su misericordia Dios nos ha dado estos ojos iluminados de que habla San Pablo y ese corazón nuevo de que hablan las Escrituras. Los ojos nuevos son la fe,  el corazón nuevo es la caridad.
Se puede decir,  que por la fe  y  por la caridad es por lo que penetramos en el Corazón divino de Jesús. Pudiéramos decir que por las Virtudes Teologales, porque estas tres virtudes, la fe, la esperanza, la caridad, son las únicas que nos pone en contacto inmediato con Dios.
Creo que se deben reivindicar los derechos de las virtudes teologales, porque me parece que aun las personas piadosas les hacen poco caso, sobretodo a la fe y todavía más especialmente a la esperanza. Por el afán de ser prácticos, muchas veces los hombres se preocupan más de esas virtudes que parecen más prácticas: la mortificación, la pobreza, la humildad, virtudes importantísimas indispensables, pero que tienen su lugar.
Cómo no ha de ser práctica la fe,  y la esperanza  y la caridad, sin son las virtudes superiores, son las que tienen por objeto a Dios,  por eso se les llama Teologales, por eso se les llama divinas, porque con ellas nos ponemos en contacto con Dios.


EJERCICIO DE LAS VIRTUDES TEOLOGALES.

La Fe es nuestra dependencia del Padre. Soy crecieron de Dios y vivo cada día como criatura de Dios. Nuestra esperanza es Jesús
La Caridad es el Espíritu Santo amando en nosotros.


Como enseña San Pablo a Timoteo y Dios por su medio a todos nosotros: Lo que voy a decirte es digno de confianza y puedes creerlo con toda seguridad: Cristo vino a este mundo a salvar a los pecadores, de los cuales Yo soy el primero, por eso he alcanzado misericordia para ser el primero que muestre la paciencia de Jesús, para ejemplo y confianza de aquellos que han de creer en El para alcanzar la Vida Eterna. (1a. Timoteo 1, 15.. 16).

Sin duda que las virtudes teologales para realizar las operaciones más altas y admirables de la vida espiritual necesitan el precioso concurso de lo Dones ; pero la esencia de la intimidad del alma con Dios está en el ejercicio de las virtudes teologales y especialmente en el ejercicio de la caridad, reina de las virtudes que enlaza y armoniza los Dones en la divina unidad del amor y sirve de fundamento a la mutua posesión del Espíritu Santo y del alma. A esa comunión íntima de amor aspira el Huésped dulcísimo de nuestras almas, por esta hermosa intimidad suspira el alma y el misterio de esta comunión se realiza por las virtudes Teologales.
Las demás virtudes purifican el alma, quitan de ella los obstáculos para la unión, la aproximan a Dios, la hermosean; pero ninguna de ellas, ni todas juntas pueden hacer que el alma toque a Dios, porque de ninguna de ellas es Dios el objeto propio. Aun los mismos Dones del Espíritu Santo, superiores a las virtudes morales infusas, no pueden por sí mismos tocar a Dios, sino que están al servicio de las virtudes teologales porque ellas tienen por objeto propio a Dios y tienen por consiguiente el privilegio inefable de tocarlo. La fe son los ojos que lo contemplan entre sombras; la esperanza, son los brazos que lo tocan, triunfando del tiempo y hundiéndose en la eternidad; y la caridad, el corazón que lo ama, que se funde en inefable caricia con el corazón del amado. 
Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al  Espíritu Santo  IX.


FE
La presencia del Espíritu Santo en nuestras almas exige de nosotros que nos demos cuenta de ella, que tengamos la dulcísima convicción de que El habita en nuestros corazones, que vivamos bajo su mirada y lo busque la nuestra. ! Que dulce es vivir a la luz de esa mutua mirada !. A las veces esa mirada se hace tan profunda que parece hundirse en el seno de Dios, tan clara que su luz semeja la aurora del día eterno. A las veces empero, el cielo del alma se oscurece y en la inmensa soledad no queda ni un rayo de luz. Pero en medio de esas necesarias vicisitudes de la vida espiritual hay algo que no cambia, que no acaba, algo muy sólido que no deja extraviar  al alma,  la fe que apoyada en la firmeza inquebrantable de la palabra de Dios  se afina en la desolación y se perfecciona en el consuelo. Por eso dice la Escritura que " el justo vive de la fe ", y por eso San Juan de la Cruz recomienda tanto a las almas que aspiran a la perfección esta vida de fe como el camino recto y seguro para alcanzar la cumbre. Sin duda que la fe es por naturaleza imperfecta, pero para corregir sus imperfecciones, en cuanto es posible, sirven los dones intelectuales del Espíritu Santo, con los cuales la mirada de fe se va haciendo más penetrante, más comprensiva, más divina y hasta más deliciosa.

Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al Espíritu Santo  IX.


ESPERANZA
Pero la fe no basta para la intimidad con Dios, aunque sea la primera y fundamental comunicación con El. Más que por la inteligencia,  por el corazón se alcanza esta perfecta intimidad, porque el Espíritu Santo es Amor, y porque, como lo enseña Santo Tomás de Aquino, en esta vida es mejor amar a Dios que conocerlo y es más unitivo el amor que el conocimiento. Para que la voluntad del hombre se ponga en íntimo contacto con Dios, recibe las virtudes de la esperanza y de la caridad.
Por la esperanza tendemos al fin supremo de la vida,  a la felicidad sobrenatural del cielo, que es participación de la felicidad misma de Dios. Por la esperanza tendemos a El no con la incertidumbre y vaivén de las esperanzas humanas,  sino con la seguridad inquebrantable de quien se apoya en la fuerza amorosa de Dios.
La esperanza nos pone en comunión con la fuerza del altísimo y abre nuestra alma a los auxilios sobrenaturales  de los que el Espíritu Santo es fuente viva e inagotable.
El termino de la esperanza es la patria, porque es la eterna y plena posesión de Dios, porque tenemos la divina promesa que no engaña, porque primero pasarán los cielos y la tierra que la palabra de Dios. Y si con la esperanza llevamos en el alma la caridad, tenemos más que la promesa, pues poseemos en sustancia el Bien que poseeremos plenamente en el cielo porque en el fondo la vida de la gracia y la vida de la gloria son la misma vida sobrenatural, en germen por la gracia, en plenitud por la gloria. Y el Espíritu Santo, nuestro Huésped, nuestro Don, es la prenda de nuestra herencia.  

Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al Espíritu Santo  X.



CARIDAD
El Espíritu Santo es el Amor infinito y personal de Dios y su obra es de amor y lo que busca  y anhela es establecer en las almas el dichoso reinado del amor. Pero el amor más perfecto y excelente es el amor de caridad. Es la caridad, la imagen más perfecta del Espíritu Santo y tiene con El relaciones estrechísimas: cuando hay en un alma la caridad, en ella vive el Espíritu Santo y en cuanto este divino Espíritu se da a un alma, derrama en ella la caridad, amor creado hecho para imagen y semejanza del Amor Increado, vínculo que une estrechamente el alma con el Espíritu Santo, esencia de la perfección y forma de todas las virtudes.
El grado de caridad que posee un alma es la medida de la posesión mutua del Espíritu y de ella, es la medida de todas las virtudes infusas y de los dones del Espíritu Santo, es la medida de la gracia y de la gloria. El amor toma todas las formas y realiza todas las empresas: en los principio de la vida espiritual limpia el alma y arranca de ella cuanto se opone a su reinado, mediante las virtudes morales ;  después dirige a los Dones del Espíritu Santo para que completen la purificación del alma y la iluminen y preparen a la unión con Dios ; y al fin, une al alma con Dios y la enriquece de luz y la atavía con virtudes y realiza en ella una obra divina de armonía y perfección. 

Luis M. Martínez. La Verdadera Devoción al  Espíritu Santo  XI.







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